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Portada del libr0. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 14 de julio 2010. (RanchoNEWS).- Como si se tratara de un eclipse de sol, durante casi toda la historia de la humanidad las erecciones han sido un misterio absoluto. Platón, San Agustín y Montaigne han sido algunos de los grandes pensadores que han dedicado reflexiones sobre esa misteriosa reacción física del órgano sexual masculino que no obedece a la razón de los hombres. «Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e involuntarias erecciones en los santos varones», escribió San Agustín de Hipona, mientras que Montaigne hablaba del «miembro desobediente e ingobernable». Una nota de Julio Aguilar para El Universal:
Hoy la medicina ha dado las respuestas sobre la fisiología de las erecciones, pero no todo está respondido. Más allá de la razones físicas, aún hay un mundo por descubrir sobre la relación de todos y cada uno de los varones con un apéndice por el que, incluso, están dispuestos a perder la cabeza, real o figuradamente. Ese es un terreno vasto para explorar literariamente y Enrique Serna se ha apuntado para hacerlo.
En la novela La sangre erguida, recién publicada por Seix Barral, Serna parte de la pregunta ¿por qué a los hombres se les privó del control de sus erecciones? Y es que si el sexo mueve al mundo, a los hombres los mueven su erecciones hasta ser capaces de abandonarlo todo y a todos para satisfacer a su «miembro desobediente», como describía Montaine al suyo.
El resultado es una novela alucinante, erótica, una tragicomedia en la que conviven la obscenidad, la filosofía y todo el efectivo arsenal literario de Serna, esta vez enfocado a explorar los abismos de la tortuosa sexualidad masculina.
La sangre erguida (un excelente título tomado de un verso de Juan Rejano) fue lucubrada en una estancia de Serna en Barcelona, entre 2007 y 2008, la ciudad donde situó las historias del apocado catalán Ferrán Miralles, del impulsivo mexicano Bulmaro Díaz y del actor porno argentino Juan Luis Kerlow, todos ellos dominados por los avatares de sus caprichosos penes. De vuelta en la ciudad de México, Serna habla en entrevista sobre su novela.
Balzac y la picaresca son algunas otras presencias literarias en tus libros; ahora en éste encuentro además a Montaigne y a Platón. ¿De dónde surge la inquietud de escribir sobre las erecciones?
Fíjate que hay otro autor que a mí me había dejado una inquietud muy fuerte que es San Agustín en La ciudad de dios. San Agustín cuenta que en la época del paraíso terrenal, Adán y Eva no tenían cuerpos como los que tienen los hombres actualmente, sino que tenían cuerpos espirituales que eran inmunes al deseo, no había libido ni había concupiscencia; entonces Adán en el Paraíso era capaz de levantar su miembro como si lenvantara un brazo o una pierna. San Agustín lo presentaba como un estado de beatitud porque el hombre no estaba sujeto al pecado, no había una fuerza exterior que lo dominanara, que controlara su miembro. Pero después de que Adán y Eva muerden la fruta prohibida, él pierde el control de su pene. A partir de entonces, Eva toma ese poder de controlar las erecciones. ¿Qué buscaba la naturaleza o dios con eso? De ahí parte un tema que puede ser obsceno pero que también estar un plano místico, es decir, plantear ¿cuál es el poder que ejerce la mujer sobre el hombre para logar una erección?. ¿Qué capacidad de abandono de la soberanía del cuerpo y del alma es necesaria para que ocurra eso? Esos son los ejes de la novela.
El viagra ha cambiado algunas cosas, la vida sexual se ha prologando y ha traído sus consecuencias.
Me llamaba mucho la atención pensar en los actores porno contemporáneos que pueden llegar a un nivel de destreza tal que tienen un control absoluto sobre su pene, aunque no creo sinceramente que ningún hombre pueda llegar a ese prodigio de dominio de sí mismo, pero por lo menos sí tienen un control para desempeñarse en una profesión así, y claro que esto me llevó a hacer más preguntas: ¿ese dominio es una ventaja, algo que enriquece la vida, la sexualidad y el erotismo, o es una pérdida? Todo eso lo mezclé con temas que están muy presentes en la vida contemporánea, como la impotencia y el advenimiento del viagra para iniciar una nueva era sexual.
Otro tema que me tenía muy inquieto era el de la subyugación sexual en el caso de los mandilones, por ejemplo. El mandilón en un ambiente machista siempre es visto como un personaje ridículo, como un idota que se deja dominar por las mujeres, sobre todo porque en el ambiente fanfarrón de los machos de cantina siempre se tiene que presumir de conquistas, de adulterio, aunque sean imaginarios, y el mandilón es ese personaje ridículo que no tiene nada de qué presumir porque está satisfecho con la mujer que tiene, pero creo que en el fondo muchos de los mandilones pueden ser personas que están subyugadas sexualmente por sus parejas y que, por lo tanto, son probablemente felices, aunque la suya sea una felicidad angustiosa que implica la sesión del albedrío. Ése es el caso del personaje Bulmaro Díaz, el mexicano que está enculadísimo con una mulata dominicana y que siempre está angustiado de que su personalidad se está desdibujando porque se entrega a una mujer que lo ha llevado a hacer cosas que ponen en riesgo su estabilidad económica.
¿Tus personajes parece que necesitan de una liberación sexual masculina. ¿Tú lo crees?
Sí, lo que quise hacer fue una radiografía de la liberación sexual masculina contemporánea, que sea más sincera de lo que los hombres reconocemos en nuestras charlas con otros hombres porque en una cantina por lo general se ufanan de sus conquistas pero nunca nadie tiene el valor civil de reconocer que no se le está parando a últimas fechas. ¿Por qué? Porque significa una deshonra. Eso hace que haya una enorme hipocresía, una enorme secrecía al rededor de todo esto y creo que eso es lo que tendría que cambiar en una nueva masculinidad. Me parece terrible que a estas alturas del siglo XXI la honra todavía siga residiendo en la vida sexual. El honor de una persona se debe definir por su mayor o menor virtudes sociales, pero no por lo que hace en la cama.
Esa hipocrecía también se da en el caso del uso del viagra. En efecto, creo que ha provocado una revolución sexual que no se ha reflejado todavía en la novela contemporánea. No sé por qué, probablemente la gente no quiere hablar de ese tema. Hay muchos hombres con cierta renuencia a admitir que lo utilizan porque significa quedar disminuidos virilmente hablando, porque todo está mezclado con un sentido del honor que le ha hecho mucho daño a las relaciones sexuales de hombres y mujeres. La tremenda importancia que la virilidad tiene para determinar el honor de una persona es el conflicto que quise abordar en el caso de Ferrán Miralles, el catalán, que es un impotente que ha llegado a los 47 años virgen y que a esa edad tiene un descubrimiento providencial que le permite iniciar una vida sexual, pero con la carga de resentimiento por haber sido humillado.
Las historias transcurren en Barcelona y los personajes son españoles y latinoamericanos que hablan de forma muy coloquial. En este sentido, es un libro cosmopolita, pero tú siempre habías escrito historias que sucedían en México.
Cuando viví en Barcelona tuve amigos ecuatorianos, dominicanos, colombianos, argentinos y todo esto hizo que mis antenas se abrieran mucho para estar escuchando el español de otras partes de Latinoamérica y el catalán, que había escuchado mucho en la infancia porque mi madre era catalana. Lo que me interesaba era escribir una novela en la que pudiera meter en una licuadora los coloquialismos obscenos que me llaman mucho la atención, sobre todo de España. Me gusta mucho el lenguaje obsceno español, me parece de una procacidad maravillosa, y quería tener un personaje que lo utilizara en primera persona, como Ferrán Miralles. Mezclé eso con el lenguaje obsceno argentino, el mexicano e incluso el dominicano, que es el que emplea la mujer de Bulmaro Díaz. Esa fue la idea para salirme de las novelas ambientadas en México; llevo diez libros que transcurren en el país. Era lo que necesitaba para ampliar mi vocabulario, en este caso ensancharlo geográficamente, porque cuando escribí novelas históricas tuve que hacer un lenguaje híbrido que recogía arcaísmos, como en el libro sobre Santa Anna y en Angeles del abismo.
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