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Erika de la Llave, Israel Islas, Julieta Egurrola, Silvia Rosas y Rubén Cristiany en una escena del montaje. (Foto: Sergio Carreón Ireta/ CNT)
C iudad Juárez, Chihuahua, enero 2011. (RanchoNEWS).- Símbolo del derrumbe de un modo de vida que no se adapta a las nuevas circunstancias, la obra El jardín de los cerezos, escrita en 1903 por Anton Chéjov, cobra actual relevancia al reflejar también «un cambio que preconiza la elevación del dinero a un valor absoluto», considera Luis de Tavira. Una nota de Carlos Paul para La Jornada:
En charla con La Jornada, el director de la Compañía Nacional de Teatro (CNT), agrupación que presenta la obra de Chéjov hoy y el sábado 29 en el Palacio de Bellas Artes, explica que «ante el vacío y el fracaso de los idealismos anteriores lo que (hoy día) se impone es el mercado, la voracidad de los especuladores, donde lo que importa es ver cómo toda aspiración humana se ve subordinada al interés económico, convertido en el valor absoluto, así destruyamos al mundo».
En El jardín de los cerezos, obra con la que Chéjov concluyó su producción teatral, pues murió pocos meses después del estreno, la historia se centra en una familia de terratenientes, representantes de la antigua aristocracia rusa, que se ve en problemas económicos y sin embargo no se preocupa por mejorar o recuperar lo que está a punto de perder: el huerto de los cerezos.
La familia pierde sus propiedades a manos de la nueva burguesía, la cual a pesar de sí misma, llega a desplazarlos dentro de la estructura social, aunque la antigua aristocracia se niegue a aceptar esa circunstancia.
Se trata de una obra que refleja el fin de una época y el comienzo de otra. «El mundo reaccionario de la clase aristocrática, estudiantes incapaces de llevar a la acción sus palabras y ex esclavos que rechazan ser liberados, son avasallados por los tiempos que cambian sin que ellos lo perciban, entre la indolencia y el vacío, entre la ilusoria felicidad de los deseos y la contundencia de los hechos».
Según Luis de Tavira, la pieza de Chéjov «es una obra que se adelanta a la conciencia de la devastación ecológica, a la irrupción del mundo industrial al servicio del mercado y éste al servicio de la voracidad del dinero, lo que ha llevado a devastar el mundo, porque hemos olvidado ese amor mutuo, esa relación del ser humano con la naturaleza, y que es simbolizado por el jardín».
Señores y siervos
La obra de Anton Chéjov requiere del espectador contemporáneo, «una cierta disposición», manifiesta Luis de Tavira.
«El reto aspira a alcanzar la intimidad de los personajes, pues la acción transcurre a lo largo de cuatro actos que van del inicio de la primavera al comienzo del invierno, en el bosque de una finca inmerso en el paisaje de la vasta Rusia. El espectador debe ir dispuesto a morar y demorarse para alcanzar la dimensión de la vida que ofrece el teatro».
Anton Chéjov nos invita a demorarnos en el devenir de la vida cotidiana, aunque en medio de esa trama realista, el simbolismo irrumpe de diversas maneras, en forma de sonido (del que nadie puede explicar su procedencia) de una cuerda que se rompe o cuando se discute sobre la inutilidad del jardín, porque nadie utiliza las cerezas para ganar dinero, así que la cosecha se pudre.
Ahí el viejo mayordomo es símbolo del agotamiento y fin de un mundo, pues recuerda que las cerezas eran objeto de cultivo para aprovechar sus frutos deliciosos. Lo que también simboliza que ya no hay armonía con la naturaleza.
Por otra parte, el comerciante, abunda Luis de Tavira, «es el hombre capaz de aprovechar las transformaciones económicas y sociales, en un mundo en el que sólo hay señores y siervos, pero al mismo tiempo es un hombre incapaz de entregarse al amor, porque está entregado al negocio. Ello es parte de esa situación en la que el utilitarismo se encuentra al servicio de las cosas que antes no tenían más valor que ser ellas mismas, para convertirlas en mercancía y ponerles entonces un precio de intercambio, lo que al final de cuentas ha perturbado las relaciones del hombre con el mundo».
El jardín de los cerezos «no es un melodrama, sino una obra realista que se articula más por metonimias que por metáforas, es decir, por elementos mínimos capaces de contener el todo. Aquí, el realismo se lleva a una encrucijada donde hay un dilema: o seremos capaces de reconstruir un nuevo idealismo o nos precipitamos en el abismo del nihilismo».
Chéjov, con su dramaturgia, concluye De Tavira, «propone un teatro de lo no dicho en lo dicho», por lo que actoralmente el reto es que los actores tienen que interpretar o componer lo no dicho.
Con duración de cuatro horas y tres intermedios, El jardín de los cerezos se presenta hoy y el sábado 29, a las 19 y 18 horas, respectivamente, en el Palacio de Bellas Artes (avenida Juárez, esquina Eje Central, Centro).
Después tendrá temporada del 10 de febrero al 6 de marzo en el Teatro de las Artes del Centro Nacional de las Artes (avenida Río Churubusco, esquina Tlalpan), de miércoles a domingo.
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