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Mientras se estrena, el cineasta británico trabaja en una puesta teatral de Frankenstein y en la apertura de los Juegos Olímpicos 2012. (Foto: AFP)
C iudad Juárez, Chihuahua, 13 de enero 2011. (RanchoNEWS).- Dientes que se sacan a martillazos de la boca de un cadáver. «El peor baño de Escocia». Zombies vandálicos, criminalmente enojados. Leonardo DiCaprio, completamente drogado. Una avalancha de materia fecal sepultando a un niño. A lo largo de los años, desde su debut en la pantalla grande en 1994, Danny Boyle ha impactado con muchas imágenes perturbadoras. Pero con su nueva película, el director de Tumbas al ras de la tierra, Trainspotting, Exterminio, La playa y ¿Quién quiere ser millonario?, que barrió en los Oscar, puede haber superado a su propio horriblemente y terriblemente excitante catálogo. 127 Hours, que se estrenará en la Argentina en febrero, es la dramática relectura de Boyle del calvario de seis días que soportó el joven escalador norteamericano Aron Ralston en un cañón de Utah en 2003. En detalle íntimo y sin concesiones, se ve a un hombre, interpretado por James Franco (El Hombre Araña), amputando su propio brazo con un cortaplumas desafilado. Se lo ve todo: el filo romo cortando, al principio en vano, la piel; la punta encajándose en la carne y llegando al hueso; un nervio como una cuerda de nylon de guitarra que es sacado de entre la sangrante carne. Y se lo oye: el sobrehumano, hercúleo esfuerzo que Ralston, de 27 años, tuvo que hacer para liberarse después de que una roca aplastó su brazo y lo atrapó en el fondo de una angosta rajadura en la remota y rocosa tierra salvaje del oeste norteamericano. Una nota de Craig McLean de The independent. Especial para Página/12:
«En el libro –dice el cineasta de 54 años acerca de la autobiografía de Ralston, Between a Rock and a Hard Place–, la descripción de la quebradura del hueso es sonido. Aron dijo que retumbó en el cañón como un disparo ensordecedor. En ambos huesos. Así que lo seguimos muy, muy exactamente». Y también está la aproximación sonora a un hombre teniendo que mantener el valor mientras cortaba un nervio. Todo el crédito para el encargado de sonido de Boyle, Glenn Freemantle: posiblemente sea lo más impactante y crispante que cualquiera haya oído. Es como escuchar un feedback de guitarra arrastrado por un pizarrón. «Y es interesante –agrega Boyle con excitación– aunque él no habla de ese sonido del nervio en el libro, su símil es que fue como poner tu mano en lava volcánica y dejarla ahí dentro. Tuvimos que encontrar un modo auditivo de igualar esa descripción. Pero él sí dice que tuvo que sacarlo como a una cuerda de guitarra del diapasón».
Experiencia envolvente
«Danny ha creado esta experiencia envolvente, usando el modo en que la película está editada y la música», dice Franco. El actor está, por supuesto, frente a la cámara en casi toda la película. Pero él aprecia la excitación cinética –y, sí, el entretenimiento– que Boyle se las compuso para crear en base a la historia de alguien atrapado, inmóvil, en un pequeño espacio durante días. El sabe por qué el inglés era el hombre para ese trabajo. «Me gusta la idea de películas más lentas y, sí, seguro, podría apreciar una película que saca la música y que tiene menos cortes y en la que simplemente te sentás con un personaje. Puedo apreciar eso, pero eso no es una película de Danny Boyle. A Danny no le gustan esa clase de películas. Así que ciertamente estoy feliz con el modo que él ha creado su propia y excepcional experiencia».
«La película tiene un ritmo urbano, que quizá Aron no hubiera pensado en que lo tuviera necesariamente», dice Boyle. Nacido en Manchester y con experiencia en teatro y televisión en Irlanda del Norte y Londres, el director aplica esa dinámica –ese dinamismo– a todos sus proyectos. Le gusta ser innovador en lo técnico: Exterminio, acerca de una plaga llamada Rage que convierte a las personas en zombies, fue una pionera película digital; Sunshine: Alerta solar, su film de ciencia ficción de 2007 acerca de astronautas yendo al sol, fue enteramente filmada en un estudio en el este de Londres. Pero también le gusta una buena historia humana. De allí ¿Quién quiere ser millonario?, su cuento de hadas de realismo social acerca de un chico de la villa miseria decidido a salvar al amor de su vida de unos gangsters mientras cautiva a toda la India con su progreso en un programa televisivo de preguntas y respuestas. «Esto sorprende a la gente, pero lo decimos tal como lo encontramos», dice de su película de 2009, que ganó ocho Oscar. «No nos pusimos a editorializar acerca de las villas miseria. Son lugares asombrosos y vibrantes. Son agujeros infernales en un sentido físico. Pero, en realidad, emocional y espiritualmente son un recurso asombroso. Tratamos de capturar eso mientras contábamos la historia. Hay tantos chicos como ése en la India a los que normalmente no se los escucha... ¿Por qué no podría su voz dominar? ¿Ascender?»
Boyle admite que una de las razones para el relativo fracaso de La playa, su adaptación de la novela de culto acerca de mochileros en Tailandia, con gran presupuesto y DiCaprio como protagonista, fue que él es un hombre urbano. Simplemente no pudo captar –esto es, simpatizar con– la idea de viajeros descalzos de joda en el paraíso. Como hombre y como cineasta, él crepita con la excitación y el ritmo, razón por la cual 127 Hours es la particular visión de Boyle sobre una «película en la naturaleza salvaje»: no hay mucha naturaleza salvaje en ella. «Siempre pensé que el film debía ser excitante, impaciente y opresivo», dice el director, quien agrega que tuvo que persuadir a Ralston acerca de que un documental no era la ruta a tomar para narrar su increíble y penosa historia. «Eso es fantástico en Aron: él siguió adelante. Es fútil y él sabe que mellar la piedra es completamente al pedo. Pero sigue haciéndolo porque eso le ofrece algo que hacer. Y en el fondo, bien en el fondo, mantiene un poco de la esperanza viva de algún modo, sea lo pálida o fútil que sea».
Hermosamente orquestado por este director al que le gusta operar en todos los sentidos del ser humano, el horror sónico no termina con la vibración escalofriante del nervio. Ahí entra, a la izquierda del escenario, Dido. Bueno, la voz de la cantante. «Tuvimos un par de problemas en Estados Unidos con gente que se desmayó –recuerda Boyle, y puede que esté un poco alegre mientras cuenta esto– en las primeras pasadas en el circuito de festivales. Sigo diciéndolo y no me escuchan. Todos dicen: ‘Oh, es el sonido de ese momento con el nervio... Oh, es el hueso quebrándose... Oh, es el horror de lo que se ve...’ Pero yo creo que son dos cosas. La performance del dolor que hace James es extraordinaria. Y uno es llevado hasta allí por él. Así que algunas personas del público van a sentirse vulnerables. Pero también creo que lo que te pone vulnerable es que antes de que suceda, cuando él ve el hueso, aparece esta canción...»
Para esto, el director que memorablemente hizo que «Lust For Life» de Iggy Pop le subiera el telón a Trainspotting y que quiere que la música británica juegue un papel clave en la apertura de los Juegos Olímpicos 2012 –de la cual es el director artístico–, acudió a AR Rahman. El compositor musical ganador del Oscar por ¿Quién quiere ser millonario? colaboró con la delicada cantante inglesa Dido. Su contribución a la banda sonora, piensa Boyle, «hace que te sientas vulnerable». «Provoca que te abras. Y tan pronto como te abriste, se quiebra el hueso. La música puede lograr eso. Puede hacer que te sientas intensamente sensible de repente. Y la voz de Dido es increíble. Ella canta ‘If I believe there’s more than this...’ y eso te hace pensar ‘la puta madre’. Entonces la gente va a estar tipo ¡aaargh!», chilla, feliz, aproximándose a la posible respuesta del público a esta increíble escena de su increíble film. “Van a sentir que es demasiado».
Danny Boyle, su hermana gemela y su hermana menor crecieron en Radcliffe, cerca de Manchester. Fue una crianza devotamente católica y después de los 11, Boyle asistió a una escuela salesiana para varones en Bolton. El orden educativo era «una versión más suave de los jesuitas». «Mi vida cambió en ese momento», recuerda. «Era una educación muy estricta, y repulsiva en cierto sentido. Ciertamente lo era en términos modernos. Pero en realidad me sentó bien. Soy fanático acerca de la cosas cuando me meto con ellas y eso definitivamente resultaba adecuado». La idea de que quizás entraría en un seminario se desvaneció en su adolescencia cuando primero la política de izquierda (su padre era un «sindicalista de peso») y luego el teatro se apoderaron de su vida. Inspirado por un viaje escolar al Royal Shakespeare Company (RSC) en Stratford, Boyle estudió teatro y literatura en la Bangor University. Tras una década trabajando en teatro, en 1985, se convirtió en vicedirector del Royal Court londinense. Luego trabajó en la BBC en Belfast. Su salto en la TV llegó en 1993 con la miniserie Mr. Wroe’s Virgins.
En el London Film Festival, Boyle y Franco dieron una conferencia de prensa para los periodistas extranjeros. Durante la sesión de preguntas y respuestas –Boyle excitable, Franco relajado–, describieron la experiencia de hacer la película y de contar la historia de Ralston. Se habló mucho de fe, éxtasis, nacimiento, renacimiento y ascensión. ¿El católico no practicante que hay en él estaba tratando de decir algo con la fábula de supervivencia de Ralston? Él se ríe abiertamente. «¡Siga adelante! Está a punto de construir algo.» Más calmo, continúa: «No lo sé. Es una historia muy espiritual. Pero él no recurre a Dios. Es una de las cosas que me impactaron del libro, porque dicen que no hay ateos en una trinchera. Él le rezó a Dios una vez y lo grabamos, pero lo sacamos porque no agregaba demasiado». Cualquier dimensión espiritual en el flashback a la infancia que hace Ralston «no es una cosa espiritual en el sentido religioso estricto de esa palabra». «Es algo más amplio acerca de cómo podemos sentirnos transportados. Yo sí creo que en eso de transportarse, en que hay cosas que podés reunir que pueden conducirte a diferentes lugares, en un sentido. Pero no le atribuiría eso a mi crianza religiosa, ¡para nada!», concluye, con la carcajada rebosando nuevamente. «Pero puede que otros lo hagan y usted está en todo su derecho a intentarlo, jajaja».
¿Es Danny Boyle, en términos comerciales y de crítica, el más grande director británico en actividad? Probablemente. Michael Winterbottom (Bienvenidos a Sarajevo, La fiesta interminable) lo iguala en eclecticismo. Cualquiera relacionado con Working Title o Harry Potter tiene una cuenta mejor en la taquilla. Pero en la combinación de términos artísticos, de eclecticismo y ambición, nadie puede empardarlo. 127 Hours ni siquiera fue estrenada, pero Boyle ya está en medio de sus próximos dos proyectos. Está dirigiendo una nueva adaptación de Frankenstein en el National Theatre, que se estrenará en febrero. Los protagonistas son Benedict Cumberbatch (Sherlock) y su viejo amigo de Trainspotting John Lee Miller. Los actores se alternarán en el papel del doctor Frankenstein y su monstruosa creación. «Adoro eso. Es una historia acerca de cómo uno es espejo del otro. Hacer eso será muy interesante. Y hará que la interpretación también sea muy interesante para los actores: no podrán acostumbrarse y tendrán un contrincante todo el tiempo».
Él y el escritor Nick Dear discutieron por primera vez la obra cuando trabajaron juntos hace quince años –la última vez que Boyle estuvo en teatro– en The Last Days of Don Juan para el RSC. Su idea es contar la historia desde el punto de vista de la criatura. «Es una hermosa adaptación», dice el director. «Hay un tono muy accesible, aunque es muy fiel al original». ¿Cómo le resultan las presiones del escenario después de todo este tiempo? ¿Es diferente al set de filmación? «Todavía no estoy seguro, ¡le contesto cuando las sienta!», sonríe. «Lo único que me preocupa en este momento es estar oxidado. Recuerdo lo suficiente sobre el teatro, pero no sé si puedo deshacerme del óxido para los actores modernos... Porque ellos van a necesitar cierta cantidad de cosas del director. Ése es mi miedo principal: saber si voy a estar a la altura en ese sentido.» Nicholas Hytner, director artístico del National, no tiene esos temores. «Danny fue un director teatral maravilloso y estoy seguro de que sigue siéndolo. Lo excitante es que, en los quince años que pasaron desde que dirigió su última obra, ha desarrollado una forma de entretenimiento popular de alto octanaje, altamente inteligente y visceral, a través de su trabajo fílmico, que creo que ahora va a agregarle a las habilidades que ya tenía como director teatral».
Una vez que Frankenstein esté lista, Boyle se meterá de lleno en los Juegos Olímpicos. Él y su equipo están trabajando en ideas. «Pero la principal es que vamos a intentar que deje de ser ‘un espectáculo’ en el modo en que se han convertido». No tiene sentido, piensa, tratar de superar a Beijing; él y su colega Stephen Daldry no van a sembrar nubes. «Beijing fue el punto más alto de una cadena que empezó en los Juegos Olímpicos de Los Angeles, donde empezaron a pensar acerca de hacerlo cada vez más grande. Y creo que la gente entenderá que nosotros empezamos de nuevo. También está el hecho de que el estadio no es una belleza obvia. Ciertamente no es una belleza espectacular como el Nido de Pájaros (en Beijing), o incluso el estadio de Johannesburgo para el Mundial. Pero es interesante porque tiene la misma capacidad que Beijing con la mitad del tamaño. Entonces es asombrosamente delicado para semejante cosa enorme. Es muy íntimo y vamos a tratar de usar eso para influir el modo en que hagamos la ceremonia de apertura».
Boyle no tuvo temores de tener que enfrentarse a un elefante blanco con la forma del Millenium Dome. Inmediatamente aceptó la oferta para el trabajo. «Dije que sí sin siquiera pensarlo». Es «un gran fan de los Juegos Olímpicos, un gran enfermo de los deportes». El lugar también le queda muy cerca de su hogar en Mile End, en el este de Londres, donde vive con su hijo de 21 años, animador (su hija mayor, de 25, está trabajando para Greenpeace en la India; su hija menor, de 19, estudia diseño en Nueva York; él está separado). «Así es algo local. Y la inversión que hay localmente será de enorme beneficio para una zona negada y con bajo presupuesto de Londres. Todo el mundo dice: ‘¿Y qué hay de esos cuatro mil millones de personas que estarán mirando por televisión?’ Pero, ¿cómo se puede pensar en cuatro mil millones de personas? Entonces, uno piensa en la gente que estará en el estadio; vamos a tratar de que sea sensato para ella».
De cualquier modo, Boyle sabe todo acerca de la presión. Él admite que la temporada de premios con bombos y platillos que involucró a ¿Quién quiere ser millonario? fue una nueva clase de desafío, pero rápidamente logró transformarlo a su favor. Se dio cuenta de que el triunfo de la película en los Oscar le daría la oportunidad de hacer 127 Hours, que había inicialmente considerado hacer antes de su película de Mumbai. Por lo general, 127 Hours «es la clase de historia para la cuál nunca conseguís financiamiento». ¿Entonces ¿Quién quiere ser millonario? le sirvió de palanca e influencia? «Un poco. Es sólo temporal, pero tenés un poco. Si ese estudio no la hace con vos, va a ser humillado porque la llevás a otro estudio, quien luego humillará su rival diciendo: ‘¡Miren! ¡Nosotros financiamos su nuevo film!’. Entonces armás una ingeniería de un modo en que te dé una buena ventaja. Y ellos sí lo aprobaron y tuvimos la posibilidad de hacerla». Sigue Boyle: «Fue agradable hacer algo en lo que tenés diferentes expectativas. Porque el peligro es que si hacés algo que tenga alguna similitud las expectativas se inflaman de inmediato. Y simplemente te estás estableciendo para decepcionar a la gente. Así que pensamos que estaría bien hacer algo que realmente sorprenda a la gente, pero hacerlo de un modo que no sea un proyecto indulgente y vanidoso».
Olviden el horror de la autoamputación en 127 Hours. Esta película es mucho más que «esa escena. Es un himno al espíritu humano hermosamente construido. Boyle ha triunfado nuevamente. Y hay otro fragmento de diseño sonoro con el que este entusiasta jugador de equipo está particularmente encantado. “Cuando Aron sale, arma su mochila y le saca una foto a su brazo que quedó bajo la piedra. Y mira para arriba y le dice ‘Gracias’ a algo. Glenn devolvió este sonido, este viento, del que está muy orgulloso. Es un viento de Utah que fueron a grabar ahí. Y es muy sutil, pero cuando sabés que está ahí...» Ahora Boyle susurra: «Oh, eso es tan bello... Es la vida que vuelve, ser devuelto. Bueno...», sonríe, chocando sus manos y sacándose a sí mismo del ensueño.
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