Rancho Las Voces: Cine / «Tangled» («Enredados») de Pixar, una reseña de Horacio Bernades
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jueves, enero 06, 2011

Cine / «Tangled» («Enredados») de Pixar, una reseña de Horacio Bernades

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Un fotograma de la película. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua, 6 de enero 2011. (RanchoNEWS).- Cada vez quedan menos dudas de que cuando haya que contabilizar las cinco o seis figuras esenciales de la cultura popular de fines del siglo XX/comienzos del XXI, el nombre de John Lasseter no podrá faltar. No conforme con haber puesto en marcha y seguir fogoneando la mayor máquina creativa de todo Hollywood, de los ’90 para acá (el sello Pixar), desde el momento en que asumió como director artístico de Disney, Lasseter parece haberse propuesto una completa refundación creativa de la más antigua compañía del reino de la animación. Primer trabajo enteramente encarado por él desde su asunción, cuatro años atrás, Enredados confirma que a la hora de fusionar tradición y renovación, sofisticación y espíritu popular y el más alto estándar de calidad con la eficacia narrativa, mil leguas a la redonda del cartel de Hollywood no hay como el creador de Toy Story, Buscando a Nemo y WALL-E. Enredados no es sólo el mejor largo de animación que Disney haya producido desde tiempos de La sirenita, La Bella y la Bestia & Cía. En tanto todo rastro de cursilería, sensiblería y falsedad han sido drásticamente expurgados, el quincuagésimo largo de animación del sello del viejo Walt representa, además, algo que hasta hace muy poco daba la sensación de ser quintaesencialmente imposible: el ingreso de Disney a la modernidad. Una nota de Horacio Bernades para Página/12:

Un ingreso que tiende puentes, en lugar de romperlos. Por un lado, la más pura tradición Disney, consistente en la adaptación de un clásico cuento de hadas (Rapunzel, de los hermanos Grimm), narrando una historia de amor que tiene a una princesa por protagonista (aunque no se la presente como tal hasta bien avanzado el metraje), una bruja o algo muy parecido por contraparte (la mamá castradora) y animalitos que funcionan como números cómicos (el camaleón y el corcel), salpimentada por canciones (escritas por Alan Menken, compositor de éxitos de Disney) y rematada con una animación de calidad superior (concentrada sobre todo en la caudalosa, mutante cabellera de la protagonista) y técnica de primera (digitalizada y en 3D). Por otro, la innovación, tanto de tono (ligero, sin sermones, lleno de ironías y con buena cantidad de alusiones para adultos) y espíritu (la heroína no es sumisa ni melanco, sino osada y deseosa), como en términos de libertad y ruptura narrativas. Como lo demuestra cierto grupo de bárbaros, que en su primera aparición se presentan como hooligans de temer y en la segunda se ponen a cantar, bailar, enamorarse y hasta coser, como si recién hubieran salido del closet.

Escrita por Dan Fogelman (de Cars y Bolt) y dirigida por los hombres de la casa Nathan Greno y Byron Howard, la historia parece casi más escrita por Freud que por los románticos Grimm, con esa hermosa adolescente a la que su madre tiene encerrada en una torre inaccesible, no sea cuestión de que algún vándalo de las inmediaciones vaya a profanarle su más valioso tesoro: la cabellera. Toda una pendevieja que no soporta ver a la hija haciéndose mujer («Sabia es mamá», repite un estribillo), da la sensación de que si uno mirara más en detalle a mamá Gothel podría ver su rostro estirado y botoxeado, folklore más propio de Sunset Boulevard que de un pueblecito de Europa Central. Pero Disney no es DreamWorks, por lo cual esta clase de anacronismos son siempre más sugeridos que explícitos. Ladronzuelo astuto y no muy honorable, el pícaro Flynn Ryder –tan capaz de mejicanear a sus secuaces como de mentirle a la heroína– no podría estar más en las antípodas de un intachable príncipe azul.

Trabajada durante más de tres años por Lasseter y los suyos, tramas y subtramas se cruzan y proliferan. Por un lado, el deseo de Rapunzel de bajar de su torre-prisión para por fin ver las estrellas (riguroso eco narrativo, las estrellas guardan el secreto de su origen); por otro, la aventura proporcionada por Flynn y sus perseguidores: las autoridades, sus dos gigantescos cómplices y ese gran personaje que es Maximus, caballo con olfato y obstinación de perro. Y además, el camaleón, los bárbaros, cierto viejito que es como un Cupido borrachín, el rey y la reina que extrañan a la princesa desaparecida, un mimo alla Marcel Marceau... Cuando alguna línea del relato adelgaza, siempre otra devuelve a la trama densidad y atractivo. El propio dibujo refleja la tensión entre clasicismo y modernidad, con sus estilizados protagonistas –de ojos tan grandes como un animé– y los secundarios de líneas tan exageradas como una caricatura. Con escenas de gran espectáculo, la utilización del 3D es ejemplar. En lugar de lanzar objetos a la cara, como en un espectáculo de feria, la tridimensionalidad se emplea para arrastrar al espectador hacia el fondo del plano, mediante una serie de subjetivas que refuerzan el efecto de inmersión narrativa. Efecto esencialmente clásico, alcanzado –una vez más– mediante un instrumento de máxima modernidad. Como todo, en Enredados.


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