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La escritora española en Argentina. (Foto: Lucia Baragli)
C iudad Juárez, Chihuahua, 27 de abril 2011. (RanchoNEWS).- «Siéntate, cállate, déjame tranquila un rato», dice una mujer inquieta con voz de niña y acento madrileño inconfundible, retando con las manos a alguien que no está a su lado. Aunque la asedia, mientras desayuna en un hotel de Recoleta. «La tengo que domar un poco, pero insiste», agrega y lanza una contagiosa carcajada. Rosa Montero no está loca. Pero le habla a la obstinada Bruna Husky, el personaje de Lágrimas en la lluvia (Seix Barral), una detective replicante que no conforme con el papel que tiene en esta novela de ciencia ficción –descubrir lo que se oculta tras una ola de muertes de replicantes que agitan el avispero social en los Estados Unidos de la Tierra, en el mundo del futuro, dentro de cien años, en 2109– anda exigiendo más. Pide una revancha, se resiste a pasar al baúl de los personajes memorables que nunca volverán. La última novela de la escritora española, que se presentará pasado mañana en la Feria del Libro, es un homenaje a Blade Runner. Del film de Ridley Scott y del libro de Philip K. Dick tomó prestado el concepto de memoria artificial y de replicante, un androide que tiene una vida limitada y sabe cuándo morirá. «El hecho de que mueran pronto y que sepan cuándo les impide olvidarse de que son mortales. Los humanos estamos condenados a morir, pero naturalmente vivimos ignorando la muerte», plantea Montero en una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
Lágrimas en la lluvia comienza con Bruna –la rep detective– despertando sobresaltada. Su rutina maniática es contar los días que le quedan de vida: cuatro años, tres meses y veintinueve días. Y así sucesivamente: un día menos cada día. Misántropa y con una desconfianza profunda hacia todos los grupos políticos, incluido el Movimiento Radical Replicante, será contratada para investigar una serie de muertes. El comercio de memorias artificiales adulteradas –las «memas»– intentará generar en los reps, que apenas viven diez años, la falsa ilusión de una vida más perdurable. «La idea de la novela nació de una manera muy anómala con respecto a mi obra. Mis novelas nacen de una especie de germen que llamo ‘huevecillo’; una imaginación que se mete en mi cabeza y me obliga a escribir. Pero esta nació de una voluntad de construirme un mundo narrativo –compara la escritora–. Recuerdo que leí una entrevista a Rowling, en la que decía que después de terminar Harry Potter se metió en la cama un año y no podía salir de la depresión que le entró. Y yo la entiendo por lo que significa haber construido un mundo verosímil en el que puedes vivir quince años. Salir de ese mundo es como un exilio y vaya destierro... Tener un mundo narrativo propio es un juguete inmenso».
La memoria de los humanos es débil, mentirosa, se dice en la novela, pero ese «hilo incorpóreo» teje identidades; dejar de recordar destruiría al mundo. ¿Cómo analiza esta tensión entre recordar y olvidar, tan presente en la trama?
Además de esta tensión entre recordar y olvidar, agregaría una pata más: reinventar. La memoria de los humanos es un invento: la manipulamos, la recreamos, la rehacemos. Lo que recuerdo hoy de mi infancia no es lo mismo que recordaba hace veinte años ni será lo que recordaré dentro de veinte. No sólo es un invento, sino que es un invento en construcción, lo cual quiere decir que nuestra identidad es un invento, porque la identidad se basa en la memoria. Si conoces a alguien repentinamente y le quieres explicar quién eres, le haces un resumen de tu existencia. Ese invento nos hace soportable la vida, porque inventamos ordenando y colocando los recuerdos para construir una identidad y no ahogarnos en el caos desenfrenado de la vida. Sin esa imaginación que concreta la memoria, no podríamos vivir. El mundo sería puro ruido y furia, como dice Bruna. Ese mundo de replicantes, de memorias artificiales, donde Bruna está desesperada buscando su identidad, refleja también de una manera más extrema esa angustia que todos tenemos.
Bruna Husky es uno de los personajes más cercanos de la amplia galería de criaturas creadas por Montero. «No soy androide, que yo sepa, ni voy rapada, ni me han diseñado para que mate a la gente», bromea la escritora. «Pero esa desesperación que siente Bruna ante la muerte, esa obsesión, esa manera de contar el tiempo que le queda de vida, se da porque odia la muerte. No le cabe la idea de la muerte en la cabeza. Le parece que es un fraude venir a esta vida para morirnos. ¡Qué chiste malo, chiste cruel! Esta sensación de furia la tengo yo también y por eso me siento muy cercana a Bruna –admite–. Y lo mismo siento ese amor por la vida, porque Bruna es una especie de animal vital por esa manera en que se come la vida a bocados, quizá acicateada por la muerte que la persigue». A Bruna –aclara– le debe que haya podido decir: «Habemus novela». Estuvo a punto de tirar la toalla, de abandonar la pulseada. Y eso que tiene años de experiencia, uñas y garras de escritora para enfrentar cualquier meseta, pantano o tormenta.
La risa se esfuma de su boca cuando revela que en 2009 murió su pareja, Pablo Lizcano, a quien dedicó Lágrimas en la lluvia. «Fue un momento muy duro; no encontraba el sentido de seguir con la novela, pero Bruna insistía tanto que terminó ganando. Y no se ha ido todavía. Tengo la idea de hacer más novelas con Bruna, porque ésa era la gracia, el regalo que quería hacerme de un mundo que pudiera visitar de cuando en cuando. Pero por favor –advierte agitando las manos–: nada de sagas, nada de trilogías, no es mi Señor de los Anillos ni Millennium. Cero grandilocuencias; simplemente es un pequeño mundo literario que puedo visitar cuando quiera. No hay continuaciones ni quiero cambiar la historia del mundo con una saga».
Por la importancia que Bruna le asigna a la identidad, ¿podría el personaje ser una réplica más joven de la generación de los nietos apropiados por el franquismo?
La vida te demuestra cómo todo ese juego de las memorias artificiales en la novela llega a ser perversa y literalmente real. Me refiero a los niños secuestrados durante el franquismo y el posfranquismo, porque los últimos secuestros fueron en el ’86, cuando nuestra dictadura terminó en 1975. A esos niños les han dado una memoria tan artificial como las de los replicantes en mi novela. «Esta es la foto del abuelito y estos son papá y mamá...» Es perverso. Pero esta novela no tiene nada que ver con la memoria histórica en España, no la pensé así...
¿De qué modo pensó, entonces, la vertiente política que tiene la novela?
Hay una cuestión de fondo sobre lo político: cómo los humanos nos organizamos los unos con los otros para intentar mejorar la sociedad. Me han preguntado en España si el cambio de los anales que aparece en la novela, las partes en que se modifica la historia de los Estados Unidos de la Tierra, tiene que ver con la memoria histórica. Yo respondo que no; tiene que ver con algo que el género humano hace todo el tiempo: el poderoso siempre intenta cambiar la historia. Individualmente nos reinventamos nuestro pasado y colectivamente nos reinventamos el pasado también, pero ya no de una manera tan inocente, porque sabemos que todo poder intenta crear un pasado que le justifique. Cuanto menos democrático y más autoritario sea ese poder, menos memorias colectivas distintas habrá. Se impondrá una sola memoria manipulada, recauchutada y mentirosa. Esto ha pasado siempre en la historia de la humanidad. Me he inspirado sobre todo en la manipulación que hicieron los soviéticos de la Enciclopedia Rusa: cambiaron las entradas, borraron las fotos. Cuando murió Hatshepsut, que había sido una faraona, los egipcios la borraron de las escrituras de los muros: martillaron y picaron sus jeroglíficos. Estoy hablando de la maldita tendencia del ser humano a manipular la memoria colectiva. Cuanto más democrática es una sociedad, más permite emerger diversas memorias que hacen que el recuerdo del pasado sea más real, porque se acerca desde diversos puntos de vista.
¿El recuerdo de ese pasado en España hoy es más «real»?
Falta mucho para que sea más real; creo que estamos en el peor momento de la política democrática española, tanto para los que están en el gobierno como para los que están en la oposición. Todos los políticos están utilizando el tema del pasado como una arma arrojadiza, electoralista, de unos contra otros, no para saber ni para aprender. Pero la sociedad es más sabia y más madura que ellos, va por su camino, haciendo un trabajo de análisis, de reconstrucción, para entender qué paso con nosotros.
¿Por qué es el peor momento de la política democrática española?
Estamos ante los peores políticos de la democracia; quizá llegamos a esta situación por miseria mental, por comodidad, porque se lo hemos permitido. La transición española fue una época muy dura, no hay que mitificarla; había cantidad de cosas que no estaban claras y pasamos muchísimo miedo. Pero hubo un momento de gracia en el que una inmensa mayoría de la sociedad decidió trabajar por el bien común. Todos los políticos de derecha y de izquierda, salvo grupitos minúsculos, lo hicieron. El problema es que somos un país con poca costumbre política, una democracia relativamente joven, de treinta y tantos años, y nos cuesta escuchar al otro. Tenemos muchos vicios del sistema autoritario, que no se ha limpiado del todo. Aprenderemos, espero...
Un pequeño punto de escozor dentro de la cabeza de Montero, una vacilación, anticipa que tal vez quiera corregir algo que ya dijo. «Ha habido momentos más desesperantes –dice–. Recuerdo cuando apareció la gente que había torturado, toda la trama del GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación). Una serie de ministros de Felipe González, que están juzgados y condenados, montaron una trama negra para asesinar a gente de la ETA; asesinaron y torturaron en los edificios oficiales, una cosa increíble. Aparte de eso, aprovechando, se robaron un montón de millones. A lo triste que era ver que un gobierno socialista había torturado y asesinado, lo más terrible era la actitud del propio gobierno, de todos los socialistas y de González, que lo negaban. Ese ha sido para mí el peor momento político que viví.» En esos años Montero escribió La hija del caníbal, una novela impregnada de desesperanza, del desencanto que significó la trama del GAL para ella. «Soy muy madura, he visto mucho –subraya volviendo al presente de su nueva novela–. Pero tengo una actitud positiva. Uno de mis personajes plantea que las democracias son muy frágiles, contradictorias, pero son un logro formidable de la humanidad. Hay que luchar por las democracias porque es el único sistema que permite que podamos empujar hacia el bien común».
¿«La vida duele» para usted, como dice uno de los personajes, frase que suena muy tanguera?
El tango tiene frases estupendas; la vida duele, es así. Qué remedio queda que aguantar el dolor. Hay una mentira loca de las sociedades opulentas, que se ve en las publicidades, esa especie de alegría constante, la felicidad como estado permanente. Basta ver a las señoras sonriendo, a los hombres sonriendo, a los niños sonriendo, los perros sonriendo, felices y saltando todo el tiempo. De alguna manera patologiza al que no se siente así, ¿no? Si tú no estás dando saltos, sos un desgraciado porque todo el mundo es feliz menos tú (risas). Ese mensaje es perverso: la felicidad de consumo rápido, instantánea, como si fuera una droga. Ese malentendido falaz causa mucha infelicidad. Hay que reivindicar el malestar. El sufrimiento no tiene ninguna gracia: cuanto menos sufras en la vida, mejor. Pero que hay malestar en la vida, es inevitable.
A la angustia por la idea de la muerte se podría contraponer el hecho de que la vida «eterna» podría resultar insoportable, ¿no?
Ése es un dicho, un tópico resignado, pero no sé qué decir... Insoportable en comparación con qué: ¿con la muerte? Entre morir y vivir la vida eterna, yo por ahora prefiero la vida eterna (risas).
Mayor información: Rosa Montero
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