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Los antropólogos lo llaman El hombre azul
por su camisa azul tinta,
por sus pantalones blancos rayados de azul,
porque al encontrarse boca arriba
al fondo de una enmarañada fosa del desierto
sus brazos atados con cuerda,
su casquete color arena firme sobre el cráneo,
sus ojos vendados con tela raída,
su cuello doblado hacia arriba,
su boca abierta con el grito del dolor,
el crujir de la bala flota en el aire
el resplandor de las moscas azules deslumbra
la fragancia de los nomeolvides asciende
y el dolor de la flauta cercenada de su cañaveral
susurra a través de las raídas nubes
al azul del cielo.
Lo llaman El hombre azul
por su presencia
azul como las frágiles venas
en el inmóvil ojo de la tórtola.
Lo llaman El hombre azul
por el hambre de ser
que hace eco
en el corazón del déspota.
(1) Inspirado por el artículo de John Burns, Sacar a la luz los horrores de Irak en las fosas del desierto, The New York Times, junio 5 de 2006.
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