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Fotograma de Aballay, película de Fernando Spiner a partir del cuento homónimo, el más celebrado del escritor argentino. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 20 de abril de 2011. (RanchoNEWS).- Más allá del impecable (e inevitable) ABC –Arlt, Borges, Cortázar; o si se quiere, todo en uno: Adolfo Bioy Casares–, el alfabeto de la literatura argentina tuvo una generación de autores que fue, más que perdida, partida. Y en algún caso, dos veces. Por la geografía y, luego, por la historia. El azar hizo que algunos de sus representantes nacieran en el interior de un país dividido entre una capital (Buenos Aires) con la cabeza en Europa y unas provincias con los pies, y hasta el cuello, en América Latina. Cuando iban camino de normalizar sus relaciones con el sistema literario porteño, la dictadura de 1976 los mandó al exilio, a la cárcel o a la muerte. Una nota de Javier Rodríguez Marcos para El País:
El nombre más emblemático de aquella galaxia fue Antonio di Benedetto (Mendoza, 1922-Buenos Aires, 1986), cuya trilogía de la espera –Zama, El silenciero y Los suicidas– se publica en España el 5 de mayo en un solo tomo (El Aleph) y con prólogo del fallecido Juan José Saer. Cuatro días antes, el ciclo Argencine presentará en Madrid la película Aballay, basada en el cuento más popular del autor mendocino. La versión cinematográfica, que pudo verse el mes pasado en el Festival de Málaga, ha corrido a cargo del bonaerense Fernando Spiner. Además, la editorial Adriana Hidalgo –que ha ido recuperando todos los libros de Di Benedetto, incluidas las tres novelas citadas– acaba de publicar un volumen que incluye el cuento original, el guión del filme y la versión en cómic de Cristian Mallea.
Aunque Antonio di Benedetto vivió seis años exiliado en Madrid y su obra apareció en editoriales de peso, nunca recibió en España una atención a la altura de su influencia. La semana pasada, poco después de obtener el último premio de la crítica, Ricardo Piglia glosaba su figura en conversación telefónica desde Argentina: «Cuando yo empecé a publicar, Di Benedetto era una referencia para nosotros. Había un debate entre Buenos Aires y los escritores del interior: Saer en parte, Héctor Tizón, Juan José Hernández, Daniel Moyano... Como la literatura se jugaba en la capital –allí estaban las editoriales y la crítica–, ellos habían quedado un tanto fuera de la línea central, algo que se fue corrigiendo. La gran figura era Di Benedetto. Había una tensión entre él y Borges. Eran los dos grandes modelos de escritura. No tienen nada que ver, pero ambos lucen la misma calidad».
Aunque Di Benedetto no concibió sus novelas como una trilogía, a Piglia le parece «una gran noticia» que se publiquen juntas. «Tienen unidad. Todas están escritas en primera persona por un narrador que parece que va mutando de una a otra». Más de medio siglo después de su aparición, Zama (1956) es uno de los hitos de la narrativa latinoamericana del siglo XX. Tan rica que nadie sabe a estas alturas si es una novela histórica, existencial, filosófica, lírica o experimental, narra la angustia de Diego de Zama, un funcionario de la corona española que, en 1790, espera en Asunción (Paraguay) un traslado a Buenos Aires que nunca llega. Mientras El silenciero (1964) habla de un hombre acosado por los ruidos que trata de huir de ellos de las formas más delirantes, Los suicidas (1966) pone en escena a un periodista que investiga tres suicidios que remueven su propio pasado. «Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde», dice la primera línea. «Tenía 33 años. El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad». Desde su aparición, la crítica no ha dejado de ver en esta última novela una traslación de muchas de las obsesiones de Di Benedetto, que dirigió un importante periódico de su ciudad y en cuya familia hubo suicidas.
Los últimos años de la vida del escritor quedaron marcados en marzo de 1976. El día 24, el del golpe militar, fue detenido por un comando del ejército. Pasó en prisión un año y medio de violencia arbitraria y simulacros de fusilamiento. Nunca supo qué cargos había contra él. «Me aplastaron hasta enloquecerme», dijo años después. Entre 1977 y 1983, Di Benedetto vivió en una España que empezaba a leer su propia nueva narrativa y en la que la cuota latinoamericana parecía cubierta por los autores del boom. Pocas esperanzas, pues, para autores que «no comieran guayabas o usaran camisas tropicales y taparrabos». Así de gráficamente lo expresa desde Buenos Aires Jimena Néspolo, que acaba de publicar la novela El pozo y las ruinas (Los libros del lince) y es autora de uno de los títulos de referencia sobre el escritor, Ejercicios de pudor (Adriana Hidalgo). En el cuento Sensini, Roberto Bolaño retrató bien a un Di Benedetto que pasa de ser alguien en su país a malvivir en Europa buscando trabajos alimenticios. Fue su caso y el de autores como Daniel Moyano, Héctor Tizón o el recientemente fallecido David Viñas.
Aunque, pese a todo, el autor de Zama terminó arrepintiéndose de haber vuelto a Argentina al final de la dictadura, hoy, 25 años después de su muerte, de ser un escritor de culto, cuenta Néspolo, ha devenido en escritor popular y a la vez absolutamente canónico. La pelota está, pues, en el tejado español.
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