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Vieja postal de la Aduana Fronteriza. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de abril de 2011. (RanchoNEWS).- La colaboradora Diana Bailleres nos ha enviado el siguiente texto que lleva por dedicatoria: A mi madre y hermanas en Juárez.
Después de tres meses en esta frontera, casa de mis padres y familia desde hace más de 70 años: desde que mi padre, de ocho años, vendía El Fronterizo frente a la Aduana, mientras mi abuela trabajaba en el café La Nueva Central, y mi madre que habiendo nacido en el Bajío, ha amado sus fríos y sus veranos ardientes desde hace más de 40 años; he aquí un testimonio de lo que son mis recuerdos de Juárez, inusuales, porque ahora todo lo que se refiere a esta frontera, me parece que debe ser muy parecido a lo que sucedía en Yugoslavia en su momento de irreparable pérdida de unidad.
Es triste regresar de Juárez dejando a los seres que amo en esa ahora agonizante, otrora pujante, frontera. Los que pueden se van, los que han sido amenazados, los que han perdido sus hijos, sus esposos o amantes, a los que les han incendiado sus negocios o baleado sus casas, se van, se ha ido tanta gente, y la que vive ahí, vive en promedio veinte horas dentro de su casa y a ratos pensando que puedan, los federales o los militares, o los zetas acribillar la cerradura y meterse a descomponer toda una vida, toda una vida de trabajo, de esperanza y de aguante, de resistencia, porque esta frontera hay que aguantarla, desde siempre: el frío, de -26º C hace unas cuantas semanas, o un calor de 42 ó 45 º C en el próximo verano. Así fue siempre pero hoy…
Juárez agoniza, ésa es la triste realidad. El presidente creyó que erradicaría el cáncer de la droga, como siempre llamó a su guerra, ¿qué creerá Calderón qué es para hacerle una cirugía a ese emporio del narcotráfico desde hace más de 30 años y en menos de un año pensar que curaría ese mal? De verdad estos presidente de nuestra maldita transición creen que son dios padre bajado a la tierra. Creyeron que sólo era acabar con el narco, ¿no? Así de corta es su visión.
Cualquier día que uno sale a la calle en Juárez ya no hay embotellamientos de tráfico. En domingo puede uno circular sin encontrar transeúntes o autos. Pero también el día puede sorprenderte con una balacera, un fuego cruzado en plena Jilotepec, una persecución de los ministeriales que hoy, más que funcionarios parecen los dueños de la ciudad, esa pobre ciudad de mala fama desde la posguerra, mala fama que le hicieron los del otro lado que sólo cruzaban y cruzaron siempre para hacer en Juárez lo que no podían hacer en la otra ribera del Bravo: emborracharse y comprar caricias morenas que para eso, sí les ha servido su capital.
Para la élite política allende el Bravo, desocupar o desalojar o poner al límite una ciudad y dejársela para que la habiten las ratas y los homeless, ya no es novedad; Detroit, Baltimore, Pittsburgh ya han vivido procesos de erosión urbana hace tiempo. Si la ciudad se queda en manos de los pobres, –porque los ricos ya se fueron y ahora tienen sus negocios en El Paso– no será necesario ni siquiera tener autoridades, que se la queden los zetas, sería la respuesta, la temible respuesta, que se la queden los narcos dirían otros.
Todos los días puedes sintonizar el anal (sic) 44 y desayunar con las imágenes de pseudoperiodistas que jamás han estudiado, muchos menos analizado la situación de Juárez desde hace décadas, pero que tampoco han invitado a algún sociólogo o especialista a que dé una línea sobre lo que pasa y pudiera dar luz sobre los hechos que se han repetido una y otra vez por dos décadas, y entonces, lo que encuentras en los medios locales es una horda de comentaristas irresponsables que ni siquiera hacen buen uso del lenguaje, –con aquellos del «haiga» y «mas sin en cambio», para que se entienda de qué niveles estamos hablando– que pudiera aprovecharse en bien de la cultura y un desarrollo de medios de comunicación serios y responsables pero no, la prueba es que hasta el Senado y la Cámara de Diputados les han puesto ya un alto, cuando ya ha sucedido lo irremediable.
Vista de la 16 de Septiembre hacia el oriente cassi desde la calle Lerdo. (Foto: Archivo)
Aún así, si uno no desea saber nada de lo que ocurre, y apagas el televisor para no ver, lo que ocurre viene a la puerta de tu casa y puedes mirar desde un lugar privilegiado, a las 9 de la mañana, cuado mi madre y yo nos vamos a sentar a desayunar, cómo un sicario que acaba de disparar cuatro tiros, en la esquina de la cuadra, se sube a un vehículo en marcha y huye del lugar. ¿A quién vino a amenazar o a quien le estaba robando la calma? Nunca lo sabré, ni siquiera podemos asomarnos a las ventanas, para qué saber, con los asaltos de moda, ahora de camionetas, con eso tenemos.
Digo sin preguntar, afirmo: que la culpa no la tiene ninguno de los habitantes de Juárez, los que se han quedado y los que se fueron. Ni los sicarios ni los narcos, ni el presidente municipal, ni el asesino serial de mujeres, ni el asesino de la hija de Marisela Escobedo, ni los Le Barón, ni el góber, ni los Reyes Salazar, ni los que amenazan por teléfono, menos los que creen que esto será pasajero y que pronto pasará, ésos son lo que menos. Pero la clave se encuentra en la historia de 50 años acá de la frontera. Es toda esa maldita parafernalia productiva del sistema maquilador que llegó a Juárez hace 40 años. Como en otros espacios, como en India, El Salvador, Guatemala, Honduras, cuando la productividad se acaba, se traslada a otro espacio donde reproduce lo mismo que acá.
Las maquilas ilusionaron a los pobres y sin educación. Era el sistema explotador de la mano de obra más descalificada y sin conciencia de clase del planeta. Jamás hubo organizaciones obreras en maquila alguna, jamás se permitió. Jamás se les pagó un salario que les permitiera vivir dignamente en el altísimo nivel que hace 30 años o 20 tenía Juárez. Los ejércitos de mano de obra femenina que ocuparon durante décadas sólo ganábamos el salario mínimo y una que otra vez, horas extras. Muchas mujeres de aquellos años y de los recientes salían de la maquila para seguir trabajando en una cantina del centro de Juárez para completarla. Primero la prostitución, la trata y el lenocinio las victimizaron, luego vino el narcotráfico y se apoderó de la plaza usándolas como burreras y hoy, las cárceles de Juárez, sobrepobladas, guardan historias incontables de quienes pensaron que pasar droga los sacaría de vivir en la Chaveña para ir al Campestre.
Eso, sacar a los pobres de la Chaveña nunca ocurrió y cuando se les hizo, a unos cuantos, esos cuantos ya no viven en el Country Club, sus mansiones están abandonadas o han sido confiscadas por la PGR, algunas están ocupadas por los roedores y hasta por los invasores de dos patas. Juárez, siempre presumió su noble vocación de dar trabajo a quien llegaba. Era entonces cuando las conversaciones que giraban alrededor de la política y los políticos, aseguraban que Juárez era un emporio económico y muchos vivieron de eso durante décadas. Ésos ya no están en el barco, pues fueron las primeras ratas que huyeron.
El nuevo y moderno Mercado Juárez, dice la postal. (Foto: Archivo)
Todo era tan bueno en Juárez que unas cuantas familias –no más de diez– lograron hacerse millonarias pero ahí vivían, ahí asistían sus hijos al Teresiano y al México, ahí se podía comer la mejor comida china del mundo en los restoranes de larga tradición de la López Mateos, ahora sólo siguen trabajando si le pagan a la mafia, ahí se conjuntaba lo mejor y lo peor de un mundo que los propios juarenses y quienes llegaron también hipnotizados, no pudieron predecir.
Juárez ha sido la tierra de promisión de mi familia que llegó ahí hace tanto tiempo, es la tierra de mis sobrinos que ahora no pueden estudiar porque la UACJ no puede abrir carreras, porque no hay quien quiera venir a dar clases, esta misma tierra hace treinta años tenía narcotraficantes que también asistían al Sanborns de Triunfo de la República y al Electric Q, los mismos lugares donde mis hermanas noviaban y se divertían sin que jamás les ocurriera ningún percance. Hoy, ninguno de esos lugares existe. Ni el Noa Noa de Juan Gabriel donde nadie perdió la vida y sí se divertían las muchachas y muchachos de otro tiempo. Un gobierno llegó y sin más rompió las reglas que estaban dadas desde aquellos tiempos. Nada ha ocurrido a mi familia. B.D., ellos piensan que esto pasará, oran y desean que Dios los escuche y proteja.
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