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Sueño de una noche de verano y La novia de las dos caras. (Fotos: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 13 de febrero 2012. (RanchoNEWS).- Si miras lentamente la obra de Marc Chagall hay algo de euforia, también de euforia judía. Una suerte de infancia que no ha sido del todo sellada y empuja, y eleva, y exige complicidad, como si en cada esquina nevada de Europa hubiese una punta de sueño esperando. El pintor bielorruso es uno de los artistas más libres de la órbita de las vanguardias históricas, un comando autónomo de cielos con el corazón verde, de niñas amarillas, de asnos que salen volando y violinistas que afinan la madera del cacharro con el bozo de la barba. Eso es Chagall, de ahí su magia, la festividad nocturna de su pintura. Una nota de Antonio Lucas para El Mundo:
Tiene algo de icono del arte del primer tercio del siglo XX. Pero en España no se había visto bien su obra, más allá de alguna colectiva y de la muestra que en 1999 le dedicó la Fundación Juan March de Madrid, relacionando su pintura con sus raíces judías. Así que el despliegue que propone el Museo Thyssen, en colaboración con la Fundación Caja Madrid, es la primera retrospectiva del artista en España. Y tiene algo de revelación.
Dividida en dos sedes, los espacios del museo y los de la Sala de las Alhajas (Plaza de San Martín, 1), la exposición, que reúne más de 150 piezas, descifra las distintas etapas en la cofección del pintor: desde los tanteos primeros hasta el último tramo de una vida casi centenaria (Chagall vivió hasta los 98 años). Y por dentro de ese casi siglo sucede de todo: dos guerras mundiales, una revolución bolchevique, Rusia y París, EEUU durante seis años de exilio, la amistad con los poetas, el éxito de artista, la búsqueda de la voz original, la expedición por esa forma de pintar que lo alejó de escuelas pero le dio luz propia... O lo que es igual: los daños, las derrotas, los hallazgos y estímulos de una biografía muy bien curtida.
«El territorio de Chagall es irrepetible. Sus criaturas son sólo suyas. Su mundo inaginado es absolutamente único», comenta Guillermo Solana, conservador jefe del Thyssen. El museo posee cuatro obras del pintor, afincado en Francia desde los años 20. La virgen de la aldea fue la primera de las cuatro obras que adquirió el barón Thyssen. Todas hoy en el museo madrileño. Era 1965. Thyssen-Bornemisza le preguntó entonces al pintor por qué dibujaba vacas tocando el violín por los cielos, a lo que Chagall respondió: «Es que crecí en el campo, siempre rodeado de vacas. Así que siempre que puedo pinto vacas». ¿Y qué sucede con el color, con esas disposiciones tan inflamables y vertiginosas de sus telas? «No sé hacerlo de otro modo. Es algo natural. Todos los colores son los amigos de sus vecinos y los amantes de sus opuestos», escribió después en sus memorias.
Es como si Chagall fuera asomándose en su trabajo a todos los misterios de la vida sin disimularlo. Y trazara una nueva astrología con madres blancas, pastores de una Biblia que no es la Biblia, racimos de niños perseguidos, pálidos rebaños de vacas azules, novios que vuelan, casas felices en su casi derribo amarillo. Siempre en una 'peligrosa' cercanía con lo abstracto, pero sin tocar la tormenta de la abstracción, siempre con un eje delirante, como si estuviésemos en la vida conviviendo con la vida, sin más, tan cerca de ser felices.
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