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El editor español. (Foto: Carrascal)
C iudad Juárez, Chihuahua, 15 de febrero 2012. (RanchoNEWS).- Elcutural.es se suma al homenaje al editor que le dedica su fundación, la Sánchez Ruipérez. Víctor García de la Concha, Ricardo Senabre, Antonio Colinas y Antonio Roche comparten sus «Palabras para Germán». Reporta Marta Caballero.
Quien ha vivido en Salamanca, sabe bien quién fue Germán Sánchez Ruipérez y la impronta que el gran editor deja en esta ciudad. Desde el mostrador de la añeja –hoy muy al día– librería Cervantes, este señor de provincias empezó a despachar el futuro del libro en España. También de la lectura. No tenía algo, tenía mucho de precursor, de adelantado a su tiempo, recuerdan hoy. Y aun vendida la gran empresa de su vida, la Editorial Anaya, siguió Sánchez Ruipérez dándole la vuelta al libro. Su último logro fue la fundación que creó a principios de los años 80 y por la que pasaron todos los niños de esa ciudad. El día de su fallecimiento, cuando Germán era «tema del momento» en Twitter (seguro que él, tan moderno, sabía de qué va todo esto), muchos de esos niños, hoy rondando la treintena, le alababan el mérito: «Lo siento por las monjas de mi colegio, pero la persona que de verdad me enseñó que los libros molan fue él», lanzaba una de esas niñas a la red social.
Esa fundación que en Salamanca, en Peñaranda de Bracamonte y en Madrid, a través del Centro del Lector, inculcó a tantos el gusto por la lectura, desde el optimismo siempre, incluso en estos tiempos oscuros, le dedica hoy un homenaje bajo el título Palabras para Germán. Elcultural.es quiere sumarse al tributo recogiendo la experiencia personal de cuatro personas que le conocieron muy bien, que se toparon con él durante años en cada rincón de la capital salmantina, cuando cualquier lugar era bueno para hablar de libros, ediciones, lecturas. Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, Ricardo Senabre, catedrático y crítico literario, Antonio Roche, editor de Biblioteca Nueva y Antonio Colinas, poeta, nos dan sus palabras para Germán.
Víctor García de la Concha
Conocí a Germán incluso antes de llegar a Salamanca, hace más de 30 años, a través de Fernando Lázaro Carreter, que ya colaboraba con él desde el germen de Anaya. Más adelante, ya allí, tuvimos una relación de amistad muy intensa. A Germán se le encontraba por Salamanca en cualquier esquina y se iniciaba entonces una conversación que podía durar todo el tiempo. Hablábamos sobre el mundo editorial, los libros, la lengua... Así, fui siguiendo todo ese desarrollo de cómo publicaba los libros, las nuevas iniciativas educativas... ¡Era un hombre tan expansivo! Me contaba de todo. Por ejemplo, yo le decía: «Germán, ¿cómo es que nunca has tenido una imprenta propia?». Y él: «Uy, qué va, eso te come como una paga». Fui siguiendo sus sueños, porque cuando a él se le metía una idea en la cabeza, no reparaba en ninguna dificultad.
Cuando fue presidente del Consejo Social de la Universidad de Salamanca se empeñaba en que fuera una institución abierta al mundo empresarial, sin las ataduras de la rutina universitaria. Y luego, cuando creó la fundación, vi cómo nacía esa segunda gran obra suya después de Anaya. Ahí fue donde Germán condensó su idea de la renovación de la educación en España, de la educación por la lectura. Ese centro ha estado siempre lleno de niños salmantinos. Mis nietos, cuando vienen de vacaciones, van al centro de Germán. Lo que hizo en Peñaranda es admirable, una campaña programada de renovación cultural de un pueblo. Y después el salto al Madrid, con la fundación y la creación del Centro de la Lectura, supusieron un monumental.
Cuando me entregó el premio Fernando Lázaro Carreter, tan importante para mí, porque era darme el premio de mi hermano mayor, hablamos muy a corazón abierto y yo le comentaba cómo a Fernando le había dolido la venta de Anaya, porque lo sentía como la venta de algo más que de una empresa. Él me explicó que se había dado cuenta de que el mundo editorial, con todas las técnicas digitales, entraba en una nueva era y que él, a pesar de que siempre había estado al día, ya no tenía edad. Siempre tuve una gran relación con él y con Ofelia, su mujer, y quiero destacar esto, porque toda la obra de Germán tuvo su soporte en esa gran mujer que es Ofelia, su mejora consejera, su apoyo discreto, una pieza capital.
Con Germán desaparece, como decía Lázaro Carreter, un prócer, una figura que él ocultaba bajo esa imagen de hombre de provincia, que realmente lo seguía siendo, porque él siguió siendo fiel, fidelísimo a esos amigos de juventud. Fue enemigo de la apariencia deslumbrante, jamás lo vi metido ni interesado en la vida en sociedad... Discreto y austero, seguía siendo el dependiente de la librería Cervantes.
Ricardo Senabre
Conocí a Germán hacia 1962 en Salamanca, cuando yo era un profesor incipiente y él estaba comenzando su colección de clásicos anotados con destino al bachillerato. El Ministerio determinaba una serie de lecturas obligatorias para cada curso –procedimiento que luego se haría extensivo al preuniversitario– y Germán, no sé cómo, tenía una rara habilidad para conocer muy pronto la lista de obras previstas, que solía hacerse pública en el mes de septiembre. Con la ventaja que le daba su información, encargaba las ediciones de las obras correspondientes, con prólogo y notas, a distintos colaboradores, de modo que al aparecer lo que podríamos llamar la lista oficial ya figuraban en las librerías los textos de Anaya. Lo sé muy bien porque a mí me encargó la edición de Traidor, inconfeso y mártir, el drama de Zorrilla, que preparé a gran velocidad, apareció en 1964 y se agotó rápidamente.
La obsesión de Germán –loable obsesión– era que los estudiantes tuviesen a su alcance los mejores auxiliares para su formación: libros pensados para ellos, textos que hicieran fácil el acceso a los clásicos y despertaran el gusto por la lectura. Y apreciaba mucho a sus colaboradores (lo sé también porque intervine en otras ayudas), hasta el punto de que, durante años, nunca me faltó una tarjeta de felicitación suya el día de mi cumpleaños, aunque él, por la vertiginosa expansión de sus negocios, estuviera en aquel momento en el otro extremo del mundo. Germán sabía mucho de edición. Había aprendido en unos cursos que su padre le envió a hacer en los Países Bajos y que eran ejemplares en toda Europa. Pero creo que su entusiamo lo llevaba más lejos de lo que su conocimiento del mundo editorial le había proporcionado. Y conozco, claro está, muchas anécdotas personales que ahora, en estas penosas circunstancias, se me agolpan en la memoria, de donde su figura no se borrará nunca, porque quien ha amado el libro y ha procurado extender ese amor merece todo nuestro reconocimiento.
Antonio Roche
Trabajé con él 20 años seguidos, en los momentos más atractivos profesionalmente, cuando él fue capaz de transformar una editorial de libro educativo en un grupo abierto a todas las líneas de edición. Fueron años importantes de crecimiento y de querer hacer un gran proyecto. Germán sabía que su mercado era el del español y quería ser un gran editor, un referente, por eso se lanzó a Hispanoamérica. No tuvo el éxito que quería en los medios de comunicación, pero en aquello también tuvo una visión importante porque consiguió que su iniciativa fallida no perjudicara al grupo Anaya, porque separó las cuentas de las dos empresas. Lo recuerdo como un gran profesional y como un editor con mayúsculas, expresión de la que es uno de los ejemplos claros. Tuvo, además, capacidad para formar equipo y fue una escuela de empresarios y editores.
Mi recuerdo será siempre muy entrañable. Hace apenas 15 días le llamé y hablamos de nuestras cosas... Hoy su figura, en el nuevo mercado editorial, es poco habitual. Sobre todo fue un hombre de gran intuición, que con estudios básicos supo ver quién le podía aportar qué en cada momento, un gran director de orquesta. Los que trabajábamos con él éramos un grupo con mucha ilusión, él siempre cuidó de sus trabajadores y procuró la cercanía con ellos, desde el vendedor más humilde. Le gustaba presumir de su equipo, aunque luego no fueran esos grandes ejecutivos que iban a ser. Cuando veíamos los inconvenientes de cualquier proyecto, él nos decía que éramos muy conservadores, ¡pero es que era muy lanzado! Siempre estaba dando ánimos, no era persona timorata. Fue muy austero en sus modos de vida, a pesar de su importante posición económica.
Las cosas dichas por Germán convencían siempre, tenía ese carisma, y los fracasos empresariales nunca le amedrentaron, siempre reaccionaba y miraba adelante, tenía capacidad de riesgo, siempre veía los pros. Era un gran timonel del barco en una España difícil, aunque también una España en la que estaba todo por hacer. Al mundo editorial en este país le ha aportado la internacionalización y el pensar en América Latina. Y, sobre todo, ha contribuido a modernizar la educación, porque a veces sus libros suplían las carencias formativas de las que padecía el profesorado, menos curtido en nuevas orientaciones pedagógicas. Además, contribuyó a la idea de valores transversales de la educación, una visión global. Y otro mérito muy importante es que contaba siempre con los libreros, con muchos de los cuales tenía amistad. Fue una persona avanzada de su época y que hasta el final de su actividad apuntaba siempre a lo que era más vanguardista. Puso los medios de especializar a su gente en las nuevas tecnologías, los mandaba a California, y hace años de esto. Todas estas son cualidades que han marcado a todos los que hemos estado con él, yo lo tengo como a un maestro.
Antonio Colinas
«Son muchos y enormes los valores y los esfuerzos de la vida y de la obra de Germán Sánchez Ruipérez. Sus "raíces" familiares, el amor hacia los libros, fueron creciendo en él hasta dar lugar no sólo a una emblemática red editorial, sino que que fue muy especial (y con un gran sentido filantrópico y social) el sentido que él le dio a la cultura y a la educación. Lo vi por última vez y estuve sentado a su lado en un acto en Salamanca. Me habló entonces, junto a su pasión por las que fueron las coordenadas de su vida –la familia, el trabajo– de su preocupación por su salud, que requería de otros climas. Emocionante y sencillísimo fue también el discurso que leyó en la Universidad salmantina al ser reconocido con el doctorado "honoris causa". En él se olvidó de sus muchos méritos para remontarse a esas "raíces" de su infancia y de su adolescencia de las que él extrajo la savia para sus futuras obras. Y falleció en América, en donde también él propagó tan profundamente su amor a los libros».
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