La ahora directora posa para los medios durante la presentación de su película. (Foto: Efe)
C iudad Juárez, Chihuahua, 11 de febrero 2012. (RanchoNEWS).- «Es un privilegio poder ocuparse por fin de cosas que realmente importan». Angelina Jolie se refería de este modo a In the land of blood and honey, la película en la que la antes actriz debuta como directora. No quedaba claro si con esto quería decir que lo que ha hecho hasta ahora no le importaba absolutamente nada a nadie, o que, en el orden natural de las cosas importantes, pocas tan destacadas como la importancia de llamarse Jolie. Eso o, lo más probable, las dos cosas a la vez. Una nota de Luis Martínez para El Mundo:
Sea como sea, el ambiente de una sala de prensa absolutamente colapsada dejaba claro que Angelina, haga lo que haga, importa. Y de qué manera. Su película era esperada literalmente por tierra, mar y aire. Desde el primer avance del festival allá en enero, quedaba claro que la estrella de este año era ella. Hoy mismo, de buena mañana, los periódicos berlineses se desayunaban con el ruido y el polvo levantado por su película en Serbia.
«Pura y asquerosa propaganda de Hollywood», dice a modo de saludo desde las páginas de Tagespiegel el cineasta serbio Emir Kusturica. Para situarnos, la película está ambientada en la guerra de Bosnia. En esa parte de la guerra donde no hay espacio para nada que no sean cosas importantes. Hemos llegado.
Contaban los actores que fueron avisados para el cásting «a ciegas». «Me dieron el guión, pero nunca me contaron quién estaba detrás. Cuando por fin fui contratado y me dijeron que era Angelina Jolie tanto la guionista como la directora pensé que era una broma. 'Sí, y el protagonista es Robert de Niro', les conteste», recordaba entre risas el actor protagonista.
Y, la verdad, la sorpresa de Goran Kostic, una vez vista In the land of blood and honey, es perfectamente comprensible. Por la misma razón que cuesta imaginarse a Torrebruno (¿se acuerdan?) en la NBA, da trabajo situar a la estrella más rutilante del mercado de las estrellas enfangada en una batalla que no sea si se abren o no las puntas de su larga cabellera. Queda claro que los prejuicios son así de crueles y decabellados. Por eso son prejuicios y no, por poner un ejemplo también descabellado, una marca de champú.
Y de hecho, apenas empieza la película, desde la primera y brutal secuencia inicial, uno cae en la cuenta de que la propia directora mantiene una lucha sin cuartel contra precisamente los prejuicios... y sus puntas. Toda la cinta es un esforzado y algo ingenuo empeño por dejar claro que frivolidades, ni una. Estamos delante de, otra vez, cosas que importan.
Triplicar la apuesta
En pleno conflicto balcánico, un serbio y una bosnia musulmana, se ven enredados en un amor desaforadamente imposible. Romeo y Julieta a dentelladas. Él es un militar y, por extensión, verdugo, y ella una víctima y, por extensión, violada. Suena brutal y maniqueo y, en realidad, no es ni la mitad de lo que quiere decir y mostrar la cinta.
De principio a fin, el trabajo de la directora consiste en doblar la muñeca a cualquier expectativa de cualquier lector o lectora de una revista en la que ella sale en portada. Y la estrategia consiste en triplicar la apuesta: donde se cometió una violación, ella pone ciento; donde hubo un asesinato, cinco más (bebé arrojado por la ventana incluido); donde un militar se exhibió salvaje, el salvajismo, así en genérico. Y así, muy pronto, el punto de partida sin duda tan turbio como perturbador (la relación necesariamente envenenada entre un amo y su esclava) se desvanece entre el clamor de lo evidente.
La directora, lógicamente, se defiende. «Cualquier cosa que se pueda mostrar o contar de la guerra no es sino una lejana imagen de ella. Es imposible atrapar en la cámara la brutalidad de la guerra». Y tiene razón. El problema es que para contar la realidad, la realidad nunca fue suficiente. Cualquier lectura de la realidad es necesariamente parcial, subjetiva y, por definición, limitada. El cine en particular y el arte en general consiste en eso: en trascender las limitaciones.
In the land of blood and honey apenas acierta a trascender nada más que el puro voluntarismo de las causas humanitarias. Y eso, por imitar los adjetivos tremendistas, mutila la posibilidad de alcanzar la verdad. La conmoción no siempre conmueve por la misma razón que el dolor de cabeza no ayuda a pensar con claridad. De otro modo, hablar de cosas que importan no convierte lo que se dice en importante. Por mucha importancia que tenga llamarse Angelina Jolie. Que la tiene.
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