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Fotograma de Aimer, boire, chanter de Alan Resnai (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 11 de febrero de 2014. (RanchoNEWS).- Alan Resnais, a sus doctos 91 años acumula una de las carreras más prestigiosas, y largas, del cine europeo. Resnais ha dirigido títulos míticos como Hiroshima mon amour (1959) o El año pasado en Marienbad (1961), películas serias y muy intelectuales que le granjearon para siempre la reputación de ser un director exquisito de altos vuelos. En los últimos años, sin embargo, el cineasta ha preferido comedias burguesas en las que hace gala de un tono ligero y costumbrista no exento de socarronería como la recientes Les herbes folles (2009) o aquella Asuntos privados en lugares públicos (2009) con no pocas coincidencias con esta Aimer, boire, chanter, adaptación de una obra teatral británica en la que vemos lo que sucede en un grupo de amigos cuando a uno de ellos se le diagnostica una enfermedad terminal y que acaba de presentar en Berlín. Una nota de Juan Sardá para El Cultural:
Con un tono parecido al de Cesc Gay en aquella Ficció, de lo que se trata es de hacer visible el truco teatral y toda la película sucede en un plató con un telón detrás. La gracia del asunto es que los personajes se pasan el rato hablando sobre el enfermo pero nunca le vemos la cara. No solo la puesta en escena nos lleva a ese mundo teatral, las interpretaciones son histriónicas y afectadas y todo consiste en poner en primer plano el artificio del cine. Es una película muy francesa con esos protagonistas mundanos y resueltos que siempre tienen a punto la ironía pertinente. El problema es que la gracia del asunto se acaba bastante rápido y el guion no es tan interesante como para sostener durante más de hora y media lo que al final parece un chiste alargado.
La primera película argentina a competición, Historia del miedo, ha causado un cierto furor en un sector de la crítica que lamento no compartir. Debut de Benjamin Naishat, el filme nos presenta a un barrio rico de Buenos Aires desde la perspectiva de los señoritos y sus empleados. La pregunta es si se puede hacer una película con planteamiento sin desarrollo ni desenlace. En Historia del miedo siempre parece que va a pasar algo terrible, una invasión zombi o la tercera guerra mundial, pero eso nunca acaba de suceder. Naishat quiere contarnos un determinado clima de miedo y paranoia que azota a la sociedad argentina en la que los ricos viven aterrorizados por la revuelta de los pobres. Y la película logra transmitir un cierto desasosiego y hay imágenes o hallazgos sobresalientes, pero al final uno se pregunta si en la película no pasa nada porque no tiene nada que contar.
En sección oficial, la alemana Kreuzweg ha impactado hondamente y es una de las grandes favoritas para ganar el Oso de Oro. En varios capítulos que narran el martirio de Jesús, el profeta se convierte en una niña de unos 13 años, María, que vive entre la fe angustiosa de unos padres fundamentalistas y sus ganas de salir al mundo. Lo más terrible de Kreuzwegg es su sentido del humor. El director, Dietrich Bruggeman, nos presenta el extremismo religioso bajo la luz de la ironía y el público se ríe con ganas de la demencia que puede alcanzar la mente humana en su fanatismo. Poco a poco nos vamos dejando de reír para conmovernos profundamente con el via crucis de esa niña atrapada en una familia de enfermos mentales. Hay gran cine en Kreuzweg y sus maravillosos diálogos ofrecen uno de los mejores guiones de los últimos meses.
El director noruego Hans Peter Molland acumula un cierto prestigio gracias a películas como Un hombre bastante bueno en las que mezcla los elementos de thriller con el sarcasmo. Su nueva película, In Order of Disappearance, sigue la misma estrategia con resultados discretos. Cuenta la venganza de un padre modélico a los asesinos, traficantes de droga, de su hijo. Molland de vez en cuando es gracioso (esa camilla en la morgue con el motor estropeado) pero todo en esta película da la impresión de que ya lo hemos visto antes. Violenta hasta decir basta, uno acaba más bien harto de un filme rutinario en el que Molland más bien se imita a sí mismo.
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