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El nombre de la rosa sube a escena en Madrid (Foto: Zoe Rodríguez)
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iudad Juárez, Chihuahua. 6 de febrero de 2014. (RanchoNEWS).- El párroco de Santa Bárbara, en el centro de Madrid, sale enfurecido de la iglesia y se topa en la puerta con dos hábitos intempestivos y un personaje -difícil de clasificar- vestido con harapos. Uno de los extraños monjes se gira y mira fijamente al sacerdote al que apenas se le adivina el alzacuellos bajo el jersey. Su gesto adusto, sus manos entrelazadas y la elegancia de su porte hacen dudar al párroco, pero sólo unos segundos, hasta que adivina por la peluca y el rostro maquillado con pústulas del jorobado que no son monjes de verdad. Una nota de Esther Alvarado para El Mundo:
-«¿Quiénes son ustedes? ¿Qué significa esto?», continúa con acritud. Y por su tono adivinamos que hay que dar por terminada la sesión de fotos. Con la Iglesia (pre Papa Francisco) hemos topado...
-«¡Esto no se puede consentir! Están pasando muchas cosas...». Continúa el hombre refiriéndose quizá al acoso semidesnudo de miembros de la plataforma Femen al arzobispo Rouco Varela. Mientras él sigue con su enfado y sus acusaciones, la lluvia arrecia y Juan José Ballesta, Miguel Munárriz y Koldo Losada se quitan los ropajes de los personajes que interpretan en El nombre de la rosa, que se representa en el Nuevo Apolo de Madrid hasta el 30 de marzo. Se visten de paisano, recogemos y volvemos (qué remedio queda) al teatro.
La primera y hasta la fecha única versión teatral de la novela de Umberto Eco se estrenó en el Gran Teatro de Cáceres la pasada primavera y ya ha hecho una primera gira por España antes de recalar en Madrid.
Cuatro compañías, 12 actores
Protagonizada por Juan Fernández en el papel de Guillermo de Baskerville y Ballesta como Adso de Melk, la obra es una coproducción de cuatro compañías teatrales (Ados Teatroa, Tres Tristes Tigres, La Nave Producciones y Al Revés Producciones) que se han unido para poder poner en marcha una función con nada menos que 12 actores y una puesta en escena de laboriosa producción.
El nombre de la rosa está dirigida por Garbi Losada, quien firma la adaptación junto a José Antonio Vitoria. «Ya habíamos intentado poner en marcha este proyecto hace ocho años, pero no pudo ser en aquel momento. Hace cuatro años volvimos a solicitar los derechos, hicimos la adaptación y... llegó la crisis». Lejos de rendirse, Losada abrió las puertas a otras compañías y el milagro se obró.
Al igual que la película de Jean-Jacques Annaud (de la que estéticamente bebe la función), la obra teatral tiene varias lecturas. La más obvia es el thriller que cuenta cómo en el invierno de 1327, el franciscano Guillermo de Baskerville y su discípulo Adso de Melk llegan a una abadía benedictina en los Alpes para organizar un concilio que discutirá una supuesta herejía de la doctrina de la pobreza apostólica. Pero el abad les encarga además investigar un misterioso crimen que, según Baskerville, está relacionado con un libro prohibido que se custodia en la biblioteca: el segundo libro de Poética de Aristóteles, que versa sobre la comedia y el humor, conceptos proscritos para la orden benedictina.
«La adaptación y el trabajo escénico que ha hecho Garbi Losada me parece apasionante», asegura Juan Fernández, que se incorporó a la función el 9 de noviembre. «El hilo conductor que son los crímenes que investiga Guillermo oculta un mar de fondo que subyace desde los tiempos de San Francisco de Asís sobre si la Iglesia debe ceder sus riquezas en beneficio de los pobres, y también la lucha entre la razón y el fanatismo». Fernández está siendo testigo de una sucesión de teatros llenos durante la gira de la función. «Hay gente que viene porque tiene ganas de ver la obra, porque el título tiene mucho tirón, y otros por curiosidad; para ver cómo hemos resuelto según qué cosas»
Juan José Ballesta se ha estrenado en el teatro con un papel que le ha obligado a salir de la comodidad del cine y la televisión. «En el cine es muy fácil. La cámara está allí, tú miras como te digan y donde te digan, y la cámara lo recoge todo. Esto es mucho más difícil; aquí tengo muchas escenas en las que no hablo, pero tengo que comunicarle al público lo que siente el personaje, y tiene que llegarle con claridad», comenta el torbellino Ballesta, que ha aprendido a estarse quieto «entre cajas, para no distraer ni poner nerviosos a los compañeros». Su Adso es un niño que, «tras hacer el amor con la chica, sigue siendo un niño con prisa por crecer y hacerse hombre».
También Juan Fernández tiene claro que las claves del cine no son las del teatro. «Sean Connery jugaba mucho la baza de sus miradas en la película. Yo tengo que ser más expresivo, porque actúo también para el de la fila 14», por eso no juega a parecerse a Connery (aunque vive Dios si se parece...); «porque si se me compara con él, saldré perdiendo».
Koldo Losada, a base de prótesis, maquillaje y trabajo corporal, interpreta a un Salvatore asombrosamente parecido al de la película. «Salvatore no es tonto, sabe más de lo que parece. Él no ha matado a nadie, pero sabe mucho sobre lo que pasa en la abadía», explica Losada, que habla de la escenografía (un libro que se abre y contiene más de una sorpresa), en un personaje más de la función.
El inquisidor Guillermo Gui es Miguel Munárriz, que representa a una Iglesia medieval, preconciliar y retrógrada, en la que la avaricia y el poder lo eran todo. Afortunadamente, las cosas están cambiando. «Ojalá que sobrevivan al Papa Francisco sólo los que le tengan que sobrevivir», comenta vestido aún con el hábito blanco y negro que hace un rato ha sorprendido al párroco de Santa Bárbara. Para él, una de las lecturas más interesantes es la de las dos Iglesias enfrentadas: «Esto está sucediendo hoy mismo, con un Papa que habla de construir una iglesia pobre» a la que muchos se oponen. Por no hablar del «privilegio que supone hoy día la cultura y la educación, todo ello simbolizado por un libro prohibido que todos quieren ver pero mueren al hacerlo». Un libro, paradójicamente, sobre la comedia, comenta entre risas; «sobre el teatro, que es el arma más peligrosa que existe».
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