El escritor mexicano en su juventud. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 5 de octubre de 2016. (RanchoNEWS).- Me decía Héctor Aguilar Camín que el mayor aporte de Luis González de Alba fue su libertad, su capacidad de pensar y escribir con libertad y si era necesario hasta con libertinaje, una libertad que buscaba a cualquier precio y a cualquier costo. Texto publicado en carolino.com.mx
La muerte de Luis González de Alba, y eso le hubiera encantado, ha logrado exhibir, también, a buena parte de «la izquierda idiota», ésa que abreva de los Castro, de Chávez, de Maduro, de los hermanos Ortega, la que un día es peronista y al otro nacionalista, lulista o papista, pero siempre caudillista, que abjura de los valores liberales y de los derechos de los demás, pero que los reclama para sí. Una izquierda (cito un texto de Hugo García Michel) que es, esencialmente, reaccionaria, maniquea, cursi, ciega, caudillista, prejuiciosa, intolerante, políticamente correcta y políticamente torpe. Una izquierda que no sabe de principios sino de intereses, cuyo objetivo es simplemente el poder y para llegar a él está dispuesta a todo, y va de la mano con los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y de Ayotzinapa, haciéndole guiños a las iglesias para negar derechos a mujeres y gays a cambio de apoyo y prometiendo el cielo a los conversos, cualquiera que haya sido su historia política.
Como escribió Ricardo Alemán, el periódico La Jornada fue el único que no publicó ni una línea sobre la muerte de Luis González de Alba, que fue uno de sus fundadores y que fue expulsado de ese medio por el terrible pecado de criticar con toda la razón a Elena Poniatowska por su laureado y en muchos sentidos falso, relato del 68 en La noche de Tlatelolco. Luis sostuvo que fue plagio (en realidad había robado muchas de esas páginas al propio Luis y a su magnífico Los días y los años) y le exigió más de 60 correcciones a ese libro. Elena se negó a realizarlas y Luis la demandó. Era tan evidente el plagio que la justicia la obligó a hacerlo en 1998. Luis volvió a recordarle a Elena aquellas trampas, aquellas poses falsas, en su texto póstumo publicado el mismo día que se quitó la vida.
Nunca se lo perdonaron a Luis. Como tampoco le perdonaron que desmitificara lo sucedido en 1968; que no concibiera a Marcos como un liberador de los pueblos; que no comulgara con López Obrador o que condenara a los dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación o de Ayotzinapa como vándalos y mentirosos
Pero la izquierda idiota no debate: descalifica. No confronta ideas, insulta. No acepta disidencias porque todo lo que difiera del pensamiento único es una traición al líder, al caudillo del momento. Y, como Stalin, Mao, Castro, Chávez, Ortega, simplemente borra de la historia a sus rivales, aunque antes hayan sido sus compañeros de lucha y aliados, se llamen León Trostki, Lin Biao, Huber Matos, Teodoro Petkoff o Sergio Ramírez.
Ni La Jornada ni Epigmenio Ibarra y sus miles de cuentas ni López Obrador ni los dirigentes de Morena (con excepción de Ricardo Monreal) se dignaron a tener una palabra para Luis González de Alba. Tampoco, muchos de esos intelectuales que hoy, también, plagian alegremente, pero se siguen sintiendo conciencia crítica de la nación, aunque vivan del presupuesto (y del presupuesto vive desde el gobierno federal hasta Morena). No le perdonan que hubiera sido realmente de izquierda, no la de las proclamas, sino la de la acción, la conciencia y la inteligencia. No le perdonan que sus críticas fueran tan certeras porque en algunos casos provenían de los mismos orígenes políticos, en otros porque mientras Luis estaba en la cárcel, esos líderes estaban afiliándose al Partido Revolucionario Institucional y hasta haciendo discursos en la Cámara de Diputados agradeciendo a Díaz Ordaz haber acabado con la «conjura imperialista» (o sea con el movimiento del 68).
No le perdonan que quisiera diferenciar el vandalismo de la libertad y la audacia política. Muchos menos que exhibiera a quienes no defienden, proclamándose de izquierda, las libertades de las minorías ni los derechos de las mujeres, quienes apuestan a llegar al poder haciendo alianzas inconfesables y confesionales. En realidad, muchos de esos no lo perdonan porque son antigobiernistas con todo derecho, pero ideológicamente son simplemente autoritarios y conservadores.
Escribió Bob Dylan, otro que nunca quiso ser conciencia crítica de nada, recordando los días del 68 en su país, en la Unión Americana, que «al final sólo queda una cultura del sentimiento, de días negros, del cisma, del ojo por ojo, del destino común de la humanidad descarriada. Todo se reduce a una larga canción fúnebre, con ciertas imperfecciones en los temas, una ideología de elevadas abstracciones, de hombres exaltados no necesariamente buenos… todo está envuelto en un manto de irrealidad, grandeza y mojigatería… por aquel entonces el país fue crucificado, murió y resucitó».
Esos personajes, esos hombres (y mujeres) «exaltados, pero no necesariamente buenos», le hicieron el mayor de los honores a Luis González de Alba ignorando su mayor acto de libertad: elegir cómo y cuándo morir.
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