Jorge Alberto Manrique recibió en septiembre pasado un reconocimiento por sus 80 años de vida. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).- Jorge Alberto Manrique (1936-2016) de pensamiento autónomo, de voluntad arriesgada, de ideas innovadoras, de propuestas desafiantes. Manrique el académico universitario que entendió las expresiones estéticas como reflejo de una sociedad. El funcionario que desafío y, sobre todo, defendió la libertad de expresión desde las instituciones. El crítico que obligó a pensar la plástica desde lo global. El profesor que enseñó a analizar. El historiador de arte falleció ayer. Sonia Ávila reporta para Excélsior.
Después de una semana hospitalizado, el investigador y académico murió por la mañana a los 80 años de edad. Hace dos meses fue homenajeado por colegas en el Antiguo Colegio de San Ildefonso y en el Museo Nacional de Arte, del que fue director fundador en 1982. «Antes del homenaje hubo un indicio de una úlcera perforada y un microinfarto. Estuvo internado esta semana, la hemoglobina bajó a niveles peligrosos», contó la crítica Teresa del Conde, discípula y amiga de Manrique. Ayer por la tarde, el historiador fue velado en una funeraria ubicada en Miguel Ángel de Quevedo.
Del Conde abrevió la trascendencia del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2005: «Su muerte es un parteaguas. Es de los historiadores de arte que ya no hay». Lo afirmó no sólo por el afecto, sino porque en Manrique se conjuntaron todas las vetas de un estudioso del arte: fundador y director de museos, profesor, crítico, escritor y promotor. Y lo hizo con el patrimonio histórico igual que con el arte contemporáneo. Desde instituciones públicas como el Museo de Arte Moderno que dirigió de 1987 a 1988 o el Instituto de Investigaciones Estéticas, del que fue director de 1974 a 1980. Con artistas de trayectoria y nuevas generaciones.
«Cambió la manera de hacer crítica e historia del arte en el sentido de que cogió de sus maestros preferidos, que fueron sobre todo Edmundo O’Gorman y Justino Fernández, lo mejor que pudo de sus métodos y se creó una formación interdisciplinaria y practicó hasta el teatro y, como yo, empezó escribiendo sobre música», recordó la crítica.
De polémicas y censuras
Hablar del miembro de número de la Academia de Artes de México es recordar la censura al arte. Para Renato González Mello, director del Instituto de Investigaciones Estéticas, es un fragmento de la trayectoria de Manrique trascendente para los críticos y museógrafos de ahora. «Él tiene una gran significación en la defensa y libertad de expresión por la manera que le tocó enfrentar la intolerancia que por una exposición de arte moderno se generó».
González Mello se refiere a la obra de Rolando de la Rosa que en enero de 1988 se montó en el Museo de Arte Moderno. Consistió en obras con imágenes de la Virgen de Guadalupe con el rostro de Marilyn Monroe, un cuadro de La Última Cena donde el rostro de Cristo tenía la cara de Pedro Infante y el Niño Jesús con sombrero de charro, y una bandera nacional pisoteada por botas tejanas.
La pieza incomodó al grupo Pro Vida, que la calificó como un «desagravio», y organizó diferentes protestas en el Zócalo y en la Basílica de Guadalupe. Los inconformes pidieron retirar la instalación y la renuncia de Manrique. El historiador fue despedido. «Y se convirtió en un referente para la ampliación de la libertad de expresión», apuntó González Mello.
«Fue paradigmática su postura, su pensamiento autónomo y su debate que le costó la salida», añadió Graciela de la Torre, directora de Artes Visuales de la UNAM. En enero de 2015, Rolando de la Rosa dijo a Excélsior que había sido un acto de «intolerancia» en un contexto de elecciones.
Manrique durante su gestión en el Museo Nacional de Arte también generó molestia a las autoridades. Al llegar a la presidencia José López Portillo, el historiador fue despedido, pues el presidente quería llevar cuadros del recinto a Los Pinos y él no lo permitió. «Su trabajo en el Munal fue arriesgarse al tomar la dirección de un nuevo museo y negociar las salidas de las obras de varias instituciones como la Academia de San Carlos y otras para crear una colección, no fueron tareas fáciles», apuntó De la Torre, quien también dirigió el Munal.
Lo mismo participó en la defensa de la conservación del Palacio de Lecumberri, en 1976, y destaca su participación en el Consejo Mexicano de Monumentos y Sitios, del que fue presidente.
Sistematización de la cultura
Si algo caracterizó a Manrique es su contribución a crear instituciones. A entender su valor y darles un perfil. Además del recinto de Tacuba, que lo creó desde cero en colaboración con Helen Escobedo, también colaboró en otros organismos culturales: «Cuando yo estaba en San Carlos y él en el Munal nos reuníamos para definir las funciones de los museos: coleccionar, conservar, estudiar, difundir, exhibir. Se preocupaba mucho por el trabajo de un museo», agregó De la Torre.
El autor de más de una veintena de libros también cambió la manera de entender y hacer historia del arte. En el sentido de comprender a las artes plásticas como una expresión de la sociedad, y para entender la estética había que asimilar su entorno social, económico y político.
Es la visión que Josefina MacGregor, historiadora especializada en la Revolución Mexicana, aprendió de Manrique al estudiar con él en la década de los 70. «Decía que para ser historiador del arte había que ser primero historiador. Así formó a mucha gente que no se dedicó al arte, que es mi caso. No obstante esta diferencia él la vio como aporte porque sabía que comprender la sociedad en el momento permite comprender las manifestaciones artísticas», apuntó.
Para González Mello, el historiador también renovó la disciplina al crear una estructura con relatos coherentes, que explicaran el desarrollo de las artes visuales en México. Fue de los primeros en definir el lugar e importancia de países no centrales en la historia; así habló de conceptos como arte latinoamericano.
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