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El licenciado en Filología Clásica, hace transcurrir su novela entre Barcelona y el desierto del Sahara. (Foto: Sandra Cartasso)
A rgentina , 2 de agosto, 2007. (Silvina Friera/ Página /12).- Hay que hacer un esfuerzo para imaginar a Luis Leante, tan alto y grandote que se encorva para saludar, noqueado. Hasta hace unos meses era un profesor de latín en Alicante que tenía varias novelas editadas y que estaba haciendo su carrera sin prisa por publicar ni llegar a ningún sitio. Su biorritmo, se percibe cuando habla, no funciona muy bien con la velocidad. «No tenía ninguna meta», subraya, con un tono que revela cierta nostalgia por el anonimato perdido. En marzo un premio literario, el Alfaguara, lo noqueó y lo sacó del ring de la normalidad previsible –explicar los nominativos, acusativos o ablativos, sentarse a escribir sin saber qué va a pasar después– en la que transcurría sus días. A los 44 años un «autor desconocido», como muchos medios gráficos españoles señalaron, se consagraba con la novela Mira si yo te querré. «Cambió toda mi vida en treinta minutos», confiesa Leante a Página/12. «Soy un escritor que ha dejado de escribir, un profesor de latín que ha dejado la enseñanza y un padre de familia que ha tenido que dejar a su familia. Soy el negativo de todo lo que era», bromea el autor.
Aunque Leante espera pronto recuperar esa normalidad que añora, sabe que no será igual que antes.«No es lo mismo la perspectiva de escribir una novela sin saber qué va a pasar después, a que haya más interés por lo que pueda escribir. Pero mis planes siguen siendo los mismos: vivir sin grandes metas», plantea el escritor, que empezó a escribir a los once años, como un juego, imitando las novelas juveniles que leía de la serie Los cinco. A los 14 cambió las calorías de sus lecturas iniciales por Homero, Píndaro, Catulo y Safo, y cuando tuvo que elegir a qué se dedicaría optó por estudiar filología clásica (cinco años de latín y de griego) en la Universidad de Murcia. Publicó su primera novela, Camino del jueves rojo, en 1983, cuando tenía 20 años. «Ahora pienso que fue demasiado pronto porque la leo y me produce mucho pudor. Pensaba que con 19 años ya había vivido lo suficiente para contar cosas, pero luego resulta que se vive más y que las experiencias se viven de otra manera. Aunque no dejé de escribir nunca, durante diez años no publiqué más porque me pareció que mi escritura era demasiado precoz», advierte el escritor.
Mira si yo te querré transcurre entre Barcelona y el desierto de Sahara, entre el presente y el pasado (el final del franquismo), entre la responsabilidad de España –que abandonó los reclamos de independencia de los saharauis y del Frente Polisario– y el afán de supervivencia del pueblo saharaui, invadido por Marruecos en 1975 mientras Franco agonizaba. La doctora Montse Cambra encuentra entre las pertenencias de una mujer que murió en la sala de guardia la foto de su primer amor, Santiago San Román, que no habría muerto en el desierto en 1975, como siempre había creído. Pero en el dorso de esa fotografía pudo leer el lugar donde fue tomada, Tifariti, y la fecha: 18-1-1976. La certeza de que Santiago vive impulsará a Montse a emprender un viaje al Sahara para reencontrarse con ese amor.
Aunque la literatura no tiene fines morales, ¿qué consecuencias morales imagina que pueda tener Mira si yo te querré?
A mí no me gusta citar a otros escritores porque me parece una pedantería, pero Oscar Wilde decía que «la literatura no tiene fines morales, pero tiene consecuencias morales», y es verdad. No creo que mi novela tenga fines morales ni políticos, pero sé que tendrá consecuencias morales. ¿Cuáles serán? No lo sé, pero me gustaría que despertara un poco las conciencias sobre un pueblo injustamente olvidado desde hace 32 años, que diera a conocer a los lectores otro mundo, y sobre todo sacar del olvido a una gente que vive de forma angustiosa en la parte del desierto de Sahara más dura que he conocido, donde la vida es imposible, y sin embargo hay 300 mil personas viviendo allí desde hace más de tres décadas.
Dado que España tiene responsabilidad política respecto de la situación del pueblo saharaui, ¿qué impacto tuvo la novela?
La responsabilidad política de España es muy grande. Los políticos se lavaron las manos desde el ’75. La responsabilidad viene de una dictadura que gestionó mal la descolonización, pero luego los distintos gobiernos no mejoraron las cosas. El compromiso con el pueblo saharaui es más de boca que en los hechos porque en realidad el compromiso es con los marroquíes, que son enemigos de los saharauis. Yo tengo 44 años, y hasta tal punto está olvidado este tema que los que tienen menos de 35 prácticamente ignoran el conflicto. Hay un renacer del interés para quienes conocían el problema y un conocimiento nuevo para los que recién se enteran de lo que ocurrió y de las consecuencias que todavía está viviendo el pueblo saharaui.
Al principio de la novela, el narrador señala la impresión que le causan a San Román el lugar y ese pueblo: «El desierto y las caras de los saharauis le parecieron las cosas más viejas que existían sobre la Tierra». ¿Se parece a la impresión que tuvo usted cuando viajó con sus alumnos en 2001?
Esa fue exactamente la sensación que tuve cuando me bajé en una base militar argelina y vi a los primeros saharauis que había en el aeropuerto, apoyados en las paredes o en cuclillas, con las dunas y el desierto como paisaje. La sensación que tuve es que formaban parte del paisaje, de la historia, que aquel terreno que estaba pisando tenía miles de años y que ellos eran como piedras que formaban parte de aquello. Las sensaciones que tiene Santiago San Román son las mismas que tuve cuando estuve ahí.
¿Coincide, también, con las opiniones de ese personaje cuando dice que «los españoles no nos metemos en política»?
No, porque eso lo dice Santiago San Román en 1975. Los españoles ahora participamos activamente en la política. Pero cuando escribí esa escena, traté de reflejar algo que era una realidad en mi país. En España vivimos una dictadura de 38 años, hubo una represión tremenda... y un vacío de poder en el último año en que Franco se moría y resucitaba. Yo no conocía la palabra democracia, la aprendí mucho tiempo después, no existía en nuestro vocabulario. Esa frase de la novela la podría haber dicho cualquier persona de mi entorno, de mi familia. Yo tenía 13 años, pero mi sensación era que la gente no necesitaba entender de política porque todo estaba resuelto y había un dictador que regía los destinos del país. Recuerdo haber oído esa frase, «los españoles no nos metemos en política», después de la muerte de Franco. Ahora en España se habla de política, incluso a veces hay una excesiva crispación política, como en este momento. Pero antes en España se hablaba solamente de fútbol y de toros.
El fútbol, que aparece en los diálogos entre el legionario y los saharauis, ¿es un factor de unidad?
No sólo me ha pasado con el pueblo saharaui, en todos los países árabes, que son las culturas más diferentes que conozco, las conversaciones sobre fútbol lo unifican todo. Cuando fui por primera vez a Argelia con 35 adolescentes, mis alumnos de latín, se encontraron con niños que no tenían nada, que han nacido en el desierto en situaciones extremas, pero en pocas horas estaban jugando al fútbol. Cuando no había nada que hacer ni que decir, el nexo era el fútbol. Las antenas parabólicas hacen que al desierto de Sahara llegue la señal y que sepan del Real Madrid, del Barça, del Milan. Sin ser un experto ni un fanático, reconozco que el lenguaje del fútbol es muy importante.
Una de las cuestiones que más sorprende de la cultura saharaui es cómo para sobrevivir ha desarrollado la técnica del entierro en el desierto para no caer en manos del enemigo, como lo hace Aza, uno de los personajes de la novela. Estos detalles, ¿los investigó en libros o los obtuvo a través de testimonios directos?
En mi país no hay tanto escrito sobre el tema. Está mi novela y otra que publicó Javier Reverte, El médico de Ifni. Mi mayor documentación fueron las fuentes directas, los saharauis. Lo de la mujer que se entierra me lo contaron, pero el caso es más trágico y dramático de lo que aparece en la novela. Lo he suavizado porque no quería que fuera una novela efectista que buscara los golpes dramáticos. Me lo contó un joven maestro de 27 años. El nació en medio de un bombardeo en la huida de su madre, que estaba a punto de dar a luz. Ella hizo un agujero en el suelo, se tapó la cara con la melfa, que es una tela muy fina que te permite respirar, aunque se cubra rápidamente de arena, y dio a luz mientras los marroquíes estaban bombardeando. Recién parida, salió y caminó un trayecto hasta que dio con una camioneta del Frente Polisario que iba recogiendo a la gente.
El final de la novela tiene un efecto sorpresa que Leante prefiere no revelar. «La novela arranca sobre ese final. La primera idea que tuve fue por un personaje al que conocí, y que me desconcertó, porque la locura es algo terrible en el Sahara», aclara, y cuenta que a partir de esa idea final comenzó a reconstruir la trama de la historia de amor de Santiago San Román.
¿Por qué las historias de amor están tan desacreditas en la literatura?
En estos tiempos hay que pedir perdón cuando se escribe una historia de amor. Es una sensación rara, pero escribo de lo que quiero porque probablemente no me lea nadie o me leerá poca gente y eso me da mucha libertad. Es verdad que el tema del amor no va con estos tiempos. Pero Mario Vargas Llosa escribió Travesuras de la niña mala y es un éxito. A lo mejor estamos necesitando historias de amor y no nos damos cuenta. Nos hacemos tanto los duros que al final es todo una fachada.
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