Rancho Las Voces: Cine / Ciudad Juárez: Tres décadas sin Groucho Marx
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

viernes, agosto 31, 2007

Cine / Ciudad Juárez: Tres décadas sin Groucho Marx

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Groucho Marx (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua, 19 de agosto, 2007. (Jaime Moreno Valenzuela/ RanchoNEWS).- La primera película que vi de los Hermanos Marx sólo fue un caótico final, vaya pues un final de una película de los Hermanos Marx. Después de mil peripecias los héroes, los Hermanos... (el adjetivo calificativo propio para ellos nunca lo ha conseguido ninguno de sus célebres seguidores), la tropa alegre que sin necesidad de usar el sentido común resolvían la trama de la película, terminaban revolviéndose en un granero cuando en eso una voz en off (que no se ve en la pantalla) les indica que la película había terminado y les pregunta «qué están buscando», ellos se voltean a ver el uno al otro y contestan molestos, después de haberse revuelto en el granero «un alfiler», pero regresan a buscarlo cuando el titulo de fin se despide de nuestra risa contagiosa.

Y eso lo vi. en la televisión, de mi abuela materna, en un robusto mueble, que no era de madera ni de colores, pero la modernidad se había hecho presente, mis hermanos y yo pensamos que era un capitulo de serie norteamericana y sería divertido ver más de estos nuevos amigos que nos hacían reír. No fue así entendimos que era cine y la película no era nada nueva. Preguntas nos hicimos y concluimos como buenos hermanos sobre la importancia de saber de quién se trataba.


La primera fuente fue nuestro padre Porky Villalay, él nos cuestionó, sobre detalles y no tardó mucho en saber de qué estábamos hablando. «Son los Hermanos Marx» nos dijo. Un libro de cine que debe de estar en alguna parte de la casa nos abrió el panorama, desde entonces cualquier libro de los Hermanos Marx, me es indispensable.

Groucho y Marilyn Monroe en Amor en conserva. (1949)

La personalidad de Groucho había retomado valor mercantil y podías comprarte en El Paso TX, unos lentes con pestañas naríz y bigotes y ya estabas listo para burlarte del mundo desde la perspectiva de Groucho. En esos días Groucho que aún sobrellevaba la dinastía Marxiana a cuestas regresaba a las paginas de las noticias de espectáculos y la revista Playboy contrataba a Charlotte Chandler, para hacerle la famosa entrevista para la revista, con la cual Groucho queda tan agradecido que mantiene una relación sumamente estrecha con la escritora y Charlotte termina casi viviendo en su casa mientras ella termina, su libro Hola y adiós. La lectura de esa biografía es muy recomendable ya que ella como escritora entiende la responsabilidad que Groucho amante de la letra impresa le encomienda.

Párrafos arriba decía que nunca me he encontrado con un adjetivo calificativo que describa a los Hermanos Marx, Y cómo defines a alguien que es capaz de declarar en la aduana que su oficio era contrabandista cuando regresaba de París en barco, anécdota que nos cuenta su hijo o el epitafio que pedía en vida «Perdonen que no me levante».

El gran carnal Tin Tan y Buster Keaton nos hicieron alegre nuestro gozo cinematográfico mientras nos reencontrábamos con los Hermanos Marx, así unos Hermanos Moreno Valenzuela, que ya ni éramos púberes, tuvimos la oportunidad de disfrutar en pantalla grande un ciclo de nuestros amigos, y nos quedo claro que somos de la familia.

Hoy se cumplen 30 años del fallecimiento del tercero de los Hermanos Marx, el más longevo y prudente para con la muerte, aunque parecía mexicano, no le temía.


Cartel de la película. (Foto: Archivo)

Busqué quién me abreviara esta introducción, pero no la encontré, es más fácil encontrar su influencia, como en el caso de Woody Allen, a quién Groucho le hizo un homenaje en vida al considerarlo el único humorista que valía la pena, en la década de lo setenta,

Entonces Woody sólo le puede hacer honor a través del cine y Allen se convirtió en un perpetuador de esa magia, tan manifiesto es que el titulo de una de sus película de1996 es una de las canciones de la película de los Hermanos Marx «Horse Feathers» la cual acaba de cumplir 75 años de exhibición Todos dicen I love you , donde podemos disfrutar de un Chico virtuoso para el Piano.


«Groucho es sencillamente único, del mismo modo que lo son Picasso y Stravinsky. Y creo que su desvergonzado desprecio por el orden establecido, basado en una falta absoluta de sentimentalismo, hará tanta gracia dentro de mil años como lo hizo entonces. Y por si eso fuera poco, consigue hacerme reír» así lo dijo Woody Allen

Reproducimos el artículo de Moncho Alpuente publicado en el diario El País con motivo de su muerte (21 de agosto, 2007)


A los 86 años de edad Groucho Marx, ha fallecido en un hospital de Los Angeles. El más corrosivo y genial humorista de la historia de Hollywood, retirado del cine desde 1969, pero en activo hasta el final como autor de frases espontáneas y demoledoras, se había visto envuelto en sus úItimos días en un escandaloso pleito sobre el que gravitaba su cuantiosa herencia. Moncho Alpuente analiza la personalidad y la biografía del último mito de la comedia americana que dejó a la posteridad, aparte de una copiosa filmografía, un legado literario en forma de autobiografia en sus escritos, realizados, según él, para cobrarse una parte de su herencia.

«Llegado de la nada a la más absoluta miseria», pero con más de dos millones de dólares en su cuenta corriente, Groucho Marx, el tercero de los Marx Brothers, el más escéptico y corrosivo de los humoristas de la historia del cine, ha muerto, aquejado de una vulgar neumonía, en un aséptico hospital de Los Angeles. Groucho había deslizado una de sus célebres boutadas, con motivo de su 85 aniversario: «Es una edad divertida, dispongo de una excelente salud en todos los aspectos salvo en el mental que es el que menos importa», la verdad es que este último año de su vida estuvo salpicado por el escándalo. Los familiares de Groucho se querellaron contra su última compañera, la ex actriz Erin Fleming, a quien acusaban de tener sometido al anciano humorista, administrándole fuertes dosis de tranquilizantes y maltratándole con frecuencia. Erin Fleming última mujer en la ajetreada vida de Groucho, estaba a su lado en sus postreros momentos, aunque en el instante de su muerte había salido a respirar aIgo de aire fresco. Con sus ojos saltones brincando tras cualquier silueta femenina, su puro, su bigote pintado y sus grotescos andares, Groucho Marx pasó por la vida como una perenne y escéptica pirueta, trastocando cualquier escala de valores al uso en el modo de vida americano con una frase lapidaria, cáustica e ingeniosa lanzada tras los cristales de sus gafas. Groucho, el único de los hermanos que permaneció en activo, tras la desaparición del famoso trío. Formado y guiado por. su activa madre en el mundo de las varietés, Groucho había acabado convertido en leyenda, acumulando honores y distinciones hasta llegar al Oscar en 1974 (¿Usted cre que me darán diez dólares por él? comentó a un reportero de la TV mostrándole la codiciada estatuilla).



Su peculiar y destructor ingenio ha quedado plasmado a lo largo de sus obras literarias. Memorias, cartas y confesiones publicadas en Groucho y yo, Memorias de un amante sarnoso o Las cartas, de Groucho Marx, su último libro editado en España recogiendo una versátil y extensa correspondencia cuyos originales se encuentran en la biblioteca del Congreso USA para el estudio de sus múltiples admiradores, imitadores y seguidores que conforman una legión que en mayo del 68 adoptara la denominación de Internacional Marxista (tendencia Groucho) en un graffiti callejero que rendía homenaje al inefable vitriolo verbal que Groucho destilaba en cada una de sus apanciones.

Humor sin limites

El humor de Groucho nunca aceptó límites ni trabas, su descaro obvió siempre cualquier tipo de ofensa y, así por ejemplo, cuando en una sociedad recreativa norteamericana se prohibió la entrada de sus hijos en la piscina por su origen judío, Groucho respondió impasible: «¿No podrían crear una categoría de socios que sólo se bañaran de medio cuerpo?». La capacidad de respuesta de Groucho, su afición a trabar contacto con extraños (sí eran chicas siempre dejaban de ser extrañas inmediatamente, comenta Arthur Seekman) y sus paseos en bicicleta para ir. al supermercado seguían manteniendo activo al anciano actor que, apartado del espectáculo a causa de la edad, había convertido su re sidencia de Beverly Hills, en una continua y ajetreada fiesta para delicia y, a veces escarnio, de sus comensales.




Groucho, que reconocía admirar a Woody Allen entre los cómicos actuales, comenzó, según su propia boutade, a escribir sus libros aprovechando los intervalos que su mujer (cualquiera de sus tres esposas legales) utilizaba para vestirse y arreglarse antes de salir «Si mi mujer hubiera salido completamente desnuda, este libro nunca hubiera llegado a escribirse», comentaba en un prólogo. Entre las cartas más célebres de este maestro del nonsense figura la escrita a los hermanos Warner (Warner Brothers) a propósito del pleito suscitado por esta productora por la utilización de la palabra Casablanca en uno de los filmes de los hermanos; Groucho contraatacaba tras haber mostrado su escepticismo ante la posibilidad de confusión entre Ingrid Bergman y él o Humphrey Bogart y Harpo, replicando que los hermanos Marx eran brothers mucho antes de que los hermanos Warner utilizaran tal dedominación y amenazado con un demencial pleito de réplica a la Warner cuyo departamento jurídico cayó en el más absoluto de los marasmos gracias a la demencial correspondencia de Groucho que incluía estrambóticas sinopsis argumentales de Una noche en Casablanca.

El último papel cinematográfico del hermano Groucho fue para una película de Preminger, Skiddoo, en la que interpretaba el papel de Dios, esto era en 1969, luego sus fallos de memoria y los achaques de su edad le retiraron definitivamente del cine aunque, de vez en cuando, en sus apariciones públicas seguía haciendo gala de su peculiar sarcasmo. En 1974, en el Festival de Cannes en el que fue homenajeado y agasajado, Groucho pronunció una de sus últimas boutades, cuando el director del certamen le iba a imponer la medalla de Comendador de las Artes y las Letras y pronunciaba la frase: « En nombre del ministro de Educación ... » Groucho interrumpió con aire fatigado: ¿Puedo irme a dormir ya? Dos años más tarde, Groucho duerme definitivamente; su última compañera Erin Fleming ha acuñado una frase para la posteridad «Groucho está durmiendo tranquilamente. En paz. Ha decidido echarse una siesta y dejar que sus ojos descansen durante los próximos siglos». Sin embargo, quizá la mejor despedida de Groucho fuera aquella breve carta con la que renuncioó en una ocasión a hacerse miembro de un club hollywodense. «Le ruego que acepte mi dimisión, no me interesa pertenecer a ningún club que se interesa en contarme entre sus miembros». Irrevocablemente aceptada su dimisión de la sociedad terrestre el espíritu burlón de Groucho Marx seguirá vagando eternamente por los platós del mundo como el de un judío errante, escéptico y genial.

La entrevista de Charlotte Chandler para la revista Playboy en 1974 traducida por Herminia Bevia y Antonio Resines, publicada en El País semanal el 10 de mayo de 1998.

No sé qué clase de entrevista pretende hacerme. ¿Quiere que sea una entrevista absurda? No me sé ningún chiste.

Podemos empezar por cuál es la pregunta que más le hacen los entrevistadores.

«¿Podría hablar Harpo ?»

Quizá se la hagamos más adelante. ¿Por qué no empieza contándonos lo primero que recuerda?

Me pide que me remonte a casi cien años atrás.

De acuerdo. Entonces, ¿cuáles son sus primeros recuerdos de la infancia?

Yo colgado de la trasera de una camioneta en marcha. Gummo iba conmigo y debíamos de ser bastante pequeños, porque todavía no teníamos el piano. Y recuerdo haber jugado al stickball (juego callejero parecido al béisbol), lo que era todo un desafío porque jugábamos sin pelota. No podíamos permitimos comprar una. En fin, el caso es que donde vivíamos en Nueva York estábamos rodeados de fábricas de cerveza. Cuando iba al colegio de pequeño, siempre olía a malta. También recuerdo al hielero; gritabas por la ventana para decirle cuánto hielo querías. No teníamos nevera; éramos muy pobres. Mientras él hacía la entrega, nos metíamos en su carro y le robábamos pedacitos de hielo. Desde entonces siempre se me ha dado muy bien romper el hielo.

¿Hasta qué punto eran ustedes pobres?

Tanto que cuando alguien llamaba a la puerta nos escondíamos todos. Pagábamos un alquiler de 27 dólares al mes y éramos 10. Los cinco hermanos, mi padre y mi madre, mi abuelo y mi abuela y una hermana adoptada. Éramos 10 y sólo teníamos un cuarto de baño.

¿Quería ser actor de pequeño?

No, quería ser escritor. Me hice actor porque éramos muy pobres... El caso es que decidí meterme en el mundo del espectáculo.

¿Por qué?

Porque tenía un tío en el negocio que ganaba 200 dólares a la semana, y yo estaba siempre a dos velas.

Cuando aún era pobre, ¿qué creía que significaba ser rico?

Solía pensar que ser rico significaba tener un montón de dinero. Ahora creo que significa tener un montón de dinero.

Háblenos de sus padres.

Bueno, mi madre venía de Alemania, mi padre de Francia. Cuando conoció a mi madre ninguno de los dos entendía una palabra de lo que decía el otro, así que se casaron. Hablaban en alemán porque mi madre era la más fuerte de los dos. Mi padre no era demasiado culto. Mi madre tampoco, pero era más inteligente. Vivió el tiempo suficiente para ver cómo alcanzábamos el éxito en Broadway.

¿Tuvo su madre una influencia tan importante como se dice a la hora de animarle a lanzarse a los escenarios?

Por supuesto. Y en cuanto pudo, hizo que los otros siguieran mis pasos. Fue así como nos convertimos en los Hermanos Marx. Ella misma se ocupaba de buscarnos trabajo. Estaba convencida de que tenía que tener aspecto de joven, así que se ponía un corsé y una peluca rubia cuando iba a visitar a los agentes. Por aquel entonces debía rondar ya la cincuentena, y todo el mundo sabía que lo que llevaba era una peluca. Si estaba jugando a las cartas en casa de alguien y se hartaba de llevar el corsé, se lo quitaba y lo envolvía en un periódico, con los cordones colgando.

Pertenecía a una familia relacionada con el teatro, ¿no es así?

Mi abuela tocaba el arpa y cantaba a la manera tirolesa. Mi abuelo era ventrílocuo y mago.

¿Y su padre?

Era un sastre procedente de Estrasburgo, el peor de la historia. Todos sus clientes eran fácilmente reconocibles: una de las perneras del pantalón era más corta que la otra.

¿Tuvo usted alguna novia mientras crecía en Nueva York?

No hasta más adelante, cuando empezamos a viajar con espectáculos de variedades de tres al cuarto. E incluso entonces no pasábamos suficiente tiempo en las ciudades como para conocer a nadie.

¿Entonces cómo conocía a chicas?

Íbamos a las casas de putas. Teníamos mucho éxito en las casas de putas.

¿Y eso?

¡Les montábamos el espectáculo!

¿Quiere decir que actuaban en los burdeles?

Como lo oye. Les hacíamos nuestro número al completo Harpo y Chico tocaban el piano y yo cantaba. Las chicas solían ir a vemos al teatro y, si les gustábamos, nos mandaban una nota los camerinos: «Si no tenéis nada que hacer esta noche después del espectáculo, ¿por qué no os acercáis a vernos?». Siempre estábamos persiguiendo a las chicas. Llegábamos a una ciudad, había un hotel, y en el entresuelo tenían un piano. Chico se ponía a tocar y en un dos por tres había 20 señoritas alrededor.

Circula el rumor de que usted y Harpo se presentaron una vez desnudos en una fiesta.

Eso fue cuando estábamos con I'll say she is (Y tanto que lo es) y nos invitaron a la despedida de soltero de un amigo que iba a casarse. Total, que Harpo y yo nos metimos en el ascensor y nos quitamos toda la ropa y la guardamos en unas maletas. Íbamos en pelota picada. Pero nos bajamos en el piso equivocado, donde la novia estaba celebrando una fiesta para sus amigas. Así que corrimos en cueros de un lado para otro hasta que apareció un camarero con dos trapos de cocina. Bueno, en mi caso, una toalla de baño.

¿Quién les escribía los textos cuando empezaban?

Lo hacía yo. Excepto en el caso de Harpo, que no decía nada.

¿Escribía usted también para Zeppo?

No había necesidad. Era el más gracioso de todos, pero no participó en el número mucho tiempo. Eso sí, duró más que Gummo, que ingresó en el ejército durante la I Guerra Mundial.

¿Por qué no se reincorporó al grupo después de la guerra?

No quería ser actor. Se metió en la industria de la confección. Recuerdo que Gummo tuvo un hijo llamado Bobby, y Bobby llegó un día a casa desde el colegio y su padre le preguntó: «¿Cómo te ha ido hoy en el colegio?». Y Bobby dijo: «Bueno, la profesora nos preguntó a todos quiénes eran nuestros padres, y yo le contesté: «Groucho Marx». Y Gummo le dijo: «¿Por qué le has dicho eso?». Y Bobby le respondió: «A ti no te conoce nadie».

Ha dicho que jamás tuvo que escribirle diálogos a Harpo, dado que no hablaba. ¿Habló alguna vez Harpo en un espectáculo de los Hermanos Marx?

Hablaba un montón en un número escolar de vodevil que solíamos hacer en su día. Hacía el papel de un muchacho llamado Patsy Brannigan. Patsy Brannigan era un chaval con el pelo rojo y una nariz rara. De ahí sacó Harpo la idea de su peluca. Un tipo le había enseñado un discurso lleno de palabras rimbombantes y en ocasiones Harpo dejaba al público boquiabierto al pronunciarlo. No entendía la mayor parte de lo que decía, pero le encantaba el discurso.

¿Conseguían hacer reír a la gente en aquellos tiempos?

De vez en cuando. Especialmente cuando Zeppo salía a escena y decía : «Papá, ha llegado el hombre de la basura», y yo le contestaba: «Dile que no hoy no queremos». Otra vez Chico me estrechaba la mano y me decía: «Me gustaría decirle adiós a su esposa», y yo le respondía: «Y a mí también» .

¿Cómo creó el personaje de Groucho?

En la época en que interveníamos en espectáculos de variedades de poca monta, iba probando cosas, y si daban resultado las conservaba. Si nadie se reía, las quitaba y escribía otras distintas. Al cabo de poco tiempo ya tenía un personaje.

¿Cuál fue el origen del bigote?

El bigote surgió cuando estábamos representando un espectáculo llamado Home again (De vuelta en casa). Mi esposa estaba dando a luz por aquel entonces y solía pasar mucho tiempo en el hospital con ella. Una noche me retrasé más de la cuenta y para cuando quise llegar al teatro se me había hecho demasiado tarde para pegarme el bigote, así que me lo pinté con un poco de pintura grasa. Al público no pareció importarle, así que lo adopté.

¿Cómo desarrolló los andares de Groucho?

Un día estaba de broma y empecé a andar en plan vacilón. Al público le gustó, así que conservé el estilo.

¿Cuál fue su primer gran éxito?

Una obra llamada I'll say she is (Y tanto que lo es).

¿No es usted amigo de Orson Welles?

Bueno, he hecho muchas cosas con él. Comedias. Es un tipo grandioso haciendo de payaso serio para las réplicas. También es grandiosamente orondo.

¿No era usted también amigo de Humphrey Bogart?

Me pasaba las horas muertas en su casa. Era un anfitrión maravilloso. Se metía dos o tres pelotazos de licor y se montaba en su yate para perder de vista a Lauren Bacall. No es que ella no le gustara. Simplemente le gustaba estar rodeado de hombres.

Los hermanos Marx tienen también cierto número de amigos literatos. ¿No mantuvo usted correspondencia con T S. Eliot?

Él me escribió primero. Me dijo que era un admirador mío y que le gustaría tener mi fotografía. Así que le mandé una fotografía. Y él me la devolvió con una nota que decía: «quiero una foto suya fumando un puro». Total, que le envié una. Más adelante me dijo que sólo había tres personas que le importaran: William Butler Yeats, Paul Valery y Groucho Marx. Tenía las tres fotografías en su despacho. Cuando fui a visitarle, pensé que querría hablar sobre todos aquellos libros importantes que había escrito, como Murder in the cathedral (Asesinato en la catedral). Pero quería hablar de los Hermanos Marx. Naturalmente, nos hicimos muy amigos y mantuvimos una abundante correspondencia. Hablé en su funeral.

¿Por qué son hoy más serias (o menos graciosas) de lo que solían serlo las películas y los libros?

Ya no quedan cómicos. Chaplin ya no trabaja; es demasiado viejo y no puede. Mae West no es demasiado vieja, pero no quiere trabajar. Buster Keaton ha muerto. W. C. Fields ha muerto. Laurel y Hardy han muerto. Y Jerry Lewis no me ha hecho reír desde que dejó a Dean Martin. Una de las razones por las que ya no hay cómicos es que no hay sitio donde pueda formarse un actor cómico.

¿Cómo se conocieron usted y Chaplin?

Pues verá, mis hermanos y yo estábamos actuando en Canadá, y Chaplin también. Trabajaba en un número llamado A night at the club. Era una representación muy divertida. Recuerdo que participaba una solterona enorme que solía cantar y, mientras lo hacía, Chaplin masticaba una manzana y le escupía las pepitas a la cara. El caso es que un día que estábamos en Winnipeg, mis hermanos se fueron a buscar unos billares donde matar tres horas antes de salir para la costa. Dado que yo no jugaba al billar, que no juego a las cartas ni hago apuestas, y sólo fumo ocasionalmente -justo lo suficiente para toser-, me fui a dar un paseo y pasé ante un teatro desvencijado, el Sullivan-Considine. Oí una carcajada estruendosa y pagué mis 10 centavos. Entré y allí, sobre el escenario, había un tipo pequeño andando en círculos de un modo un tanto peculiar. Era Chaplin. El mejor actor que he visto en mi vida. Todo pantomima.

Háblenos de alguno de los otros grandes cómicos que ha conocido. ¿Qué hay de Buster Keaton?

Inventaba gags para Harpo cuando estábamos en la MGM.

¿En qué películas?

A night in the opera (Una noche en la ópera), A day at the races (Un día en las carreras), Go West (Los Hermanos Marx en el Oeste). Por aquel entonces estaba arruinado, pero era fantástico para Harpo. Harpo necesitaba buenos gags, y Keaton era un cómico incomparable en las películas mudas.

¿Tiene alguna favorita entre las películas que los Hermanos Marx hicieron para la MGM?

Me gustaron Duck soup (Sopa de ganso) y Horse feathers (Plumas de caballo), y me gustan partes de Animal crackers (El conflicto de los Marx), pero creo que mi favorita es A night at the opera (Una noche en la ópera).

¿Por qué?

Porque tiene escenas estupendas, escenas muy divertidas. Como la del camarote en el que me reúno con la señora Claypool, interpretada por Margaret Dumont. Tengo una cita con ella, y cuando llega a mi habitación salen de ella 14 personas. Disfruté de todas mis escenas románticas con Margaret Dumont. Era una mujer maravillosa. Era la misma fuera del escenario que encima de él, una matrona estirada y muy digna. Y lo más gracioso de todo es que nunca comprendió los chistes.

Tras A night in Casablanca (Una noche en Casablanca) hizo usted tres películas seguidas sin sus hermanos. No son las más valoradas por el público, ¿cierto?

No, y tampoco son películas. Después de Casablanca hice Copacabana, A girl in every port (Un amor en cada puerto) y más tarde Double dynamite (Una rubia peligrosa). La última fue una catástrofe de tal calibre que estuvo a punto de arruinar al estudio.

La última película de los Hermanos Marx, Amor en conserva, se rodó en 1950, y ese mismo año emprendió usted una nueva carrera con el concurso televisivo Apueste su vida. ¿Le gustó hacer ese programa?

Puede apostar su vida a que sí. Ahí están algunas de las mejores cosas que he hecho.

¿Qué significado tenía el pato en sus programas de televisión y en sus películas?

Es más fácil improvisar un chiste sobre un pato que sobre un elefante.

¿Cómo era Hollywood cuando apareció usted por aquí?

Bueno, yo era mucho más joven.

Eso se da por supuesto ¿Cuándo se vino a vivir aquí?

Llegamos en 1930 desde Nueva York, firmamos inmediatamente con la Paramount e hicimos 12 películas con ellos.

A juzgar por los periódicos de la época, se diría que los Hermanos Marx pusieron la ciudad patas arriba.

Nos lo pasamos bien. Éramos jóvenes. Pero no creo que la ciudad haya cambiado gran cosa, excepto porque hay menos estudios por culpa de la televisión.

¿Le interesaría actuar en alguna otra película?

No. No a menos que fuera un gran papel, que los horarios fueran cortos y que me pusieran carteles para que no tuviera que memorizarlo todo.

John Casavetes ha dicho que es usted el mejor actor que jamás haya vivido.

Estaba borracho.

Pues hay muchos actores jóvenes que admiran el modo en que juega consigo mismo en la pantalla.

Juego conmigo mismo, desde luego, pero mayormente fuera de la pantalla.

¿Qué haría si se retirara por completo?

Recibiría algún mensaje de vez en cuando y me afeitaría y daría un paseo. De todos modos, no pienso retirarme. Me gustaría morir sobre el escenario, pero no tengo planes de morirme en absoluto.

¿Qué es lo más satisfactorio que ha hecho en su vida?

Fui a Alemania, y mientras estaba allí, me mostraron la tumba de Hitler y bailé sobre ella. Nunca he sido un gran bailarín, pero Dios, ¡ese día estuve sublime!

¿Qué se siente al tener 83 años?

Sigo vivo. Eso es todo. Sé que aún sigo vivo porque me despierto por las mañanas. Si no me despertara, eso significaría que estaría muerto. Pero, ahora que hablamos de no saber si está uno vivo o muerto, recuerdo que una vez visité la oficina de The New York Times y me enseñaron mi necrológica. No era gran cosa. Me ofrecí a mejorarla, pero rechazaron mi oferta.

¿Qué clase de cigarros fuma?

Éste viene de La Habana. Cuesta cuatro dólares. Habano de verdad, no de los de las islas Canarias.

Se dice que los embusteros son grandes cuentacuentos. ¿Cuál es su historia favorita?

¿Limpia o sucia?

Simplemente graciosa

Pues verá, una puta pilla a un cliente. No, una mujer casada pilla a un tipo, se le lleva a su apartamento y se van a la cama. Cuando están en plena faena, el hombre dice: «Nunca me había acostado con una mujer como tú. Eres la mujer más extraordinaria en la cama que jamás haya conocido. No soy un hombre religioso, pero cuando muera, si existe el más allá, pienso volver a buscarte, no importa en qué parte del mundo estés». Y ella le dice: «Bueno, si es que vuelves, procura hacerlo por las tardes».

Aparte de los cigarros baratos, ¿qué es lo que más le irrita?

Esta entrevista.

Una última pregunta: ¿Qué haría si pudiera volver a vivir toda su vida?

Probar más posiciones.

Groucho Marx: «Hello, I Must Be Going» de Animal Crackers



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