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Portada del libro de Bala. (Foto: Archivo)
B erlín, 10 de agosto, 207. (Juan Gómez/El País).- Un cadáver maniatado apareció el 10 de diciembre de 2000 flotando en el río Oder, junto a la ciudad polaca de Wroclaw. Su asesino había tensado una soga entre el lazo que lo estrangulaba y sus muñecas atadas a la espalda. La policía polaca no encontró pistas durante tres años. Hasta que apareció la novela Amok, firmada por un tal Krystian Bala.
El libro relata con minuciosidad un asesinato igual al que acabó con la vida de aquel individuo, de nombre Dariusz Janiszewski, quien se había relacionado con la ex esposa del novelista. La policía de Wroclaw recibió entonces por correo un ejemplar de Amok. En las lenguas centroeuropeas se usa la palabra amok para referirse a una furia homicida ciega. Escrito con letras irregulares en la portada del libro, el título Amok acompaña a la imagen de un macho cabrío, que evoca ciertas reminiscencias satánicas probablemente efectivas en la católica Polonia.
Tras recibir el ejemplar, los agentes detuvieron a Bala y lo acusaron del crimen. El comisario Jacek Wroblewski se afanó en demostrar que el asesino ficticio era un trasunto de su autor y se ganó así las burlas de la prensa y reproches por no distinguir entre ficción y realidad. No bastaron para procesar a Bala los paralelos entre su vida y la del asesino en la ficción, ni la probada relación entre el muerto y la ex esposa del primerizo novelista. Fue liberado a instancias del juez de instrucción.
Los investigadores policiales, sin embargo, no cejaron. Volvieron a barajar las sospechas: el asesino de Amok es un intelectual aburrido y Bala, que se ganaba la vida escribiendo sobre sus viajes y fotografiando fondos marinos, se presentaba a sí mismo como filósofo. El día en que murió, Janiszewski recibió una llamada desde el mismo teléfono utilizado para llamar a la madre de Bala. E investigaron la desaparición del teléfono móvil de la víctima hasta descubrir que el propio Bala subastó por Internet un teléfono del mismo modelo pocos días después del asesinato.
Además, la grafomanía y la petulancia comprobadas del escritor pusieron nuevas pistas en su contra. La policía comprobó que los e-mails anónimos llegados a una redacción de la televisión polaca con reflexiones filosóficas sobre «el crimen perfecto» provenían de locutorios en Indonesia y China. Lugares donde el viajero Bala había estado haciendo fotos submarinas en las fechas del remite.
En 2006, Krystian Bala volvió a la cárcel como presunto autor del asesinato. Durante el proceso judicial, que está a punto de terminar, el fotógrafo novelista ha negado todos los cargos y acusa al comisario Wroblewski de haber confabulado contra él, en venganza por la mofa general causada por la primera detención y puesta inmediata en libertad en 2003.
Su ex esposa declaró en el juicio que, tras el divorcio, Bala se mostró agresivo ante sus amigos y conocidos, entre ellos Dariusz Janiszewski. Además, Bala se jactaba, al parecer, de controlar sus emociones hasta neutralizarlas. El corresponsal en Varsovia del diario alemán Süddeutsche Zeitung, Thomas Urban, cita de fuentes policiales que este supuesto autocontrol de Bala pudo llevarlo a aceptar la prueba del polígrafo. Y la máquina dice que miente.
En Internet, en la página del Comité de Defensa del Autor de Amok Krystian Bala (KBAADC), que no se ha actualizado desde hace año y medio, acusan a la policía de torturar a Bala, proclamado víctima inocente de intereses oscuros. Sus autores, anónimos, que no respondieron a los e-mails de este periódico, insisten en la teoría conspirativa y denuncian el «secuestro policial» del presunto asesino.
A menudo, los autores reflexionan sobre las consecuencias que la ficción de sus novelas puede acarrear en la realidad, como en las historias con sorpresa en las que el asesino es no ya el narrador, sino el propio autor de una obra ficticia. Al novelista Bala, su primera obra de ficción le ha llevado a la cárcel. Y podría pasar 25 años más entre rejas si lo declaran culpable.
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