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Los integrantes del conjunto en la inauguración, con Carlos Ulanovsky, curador de la muestra junto a Sebastián Masana. (Foto: Página/12)
A rgentina, 16 de agosto, 2007. ( Oscar Ranzani / Página/12).- «Querer hacer música y humor, humor y música a toda costa y mantener vivo ese género. Honrar a Johann Sebastian Mastropiero por sobre todos los demás compositores. Creer en los OMNIS (Objetos Musicales No Identificados) antes que en los OVNIS. Suponer que cualquier objeto puede estar disponible para convertirlo en un instrumento. Tener probados gustos por la buena música, contar con experiencia y formación coral y musical. Demostrar fascinación por la cultura y el arte, ser gente inteligente y con muchas ganas de divertirse. Gozar con hacer bien el trabajo en el escenario escribiendo y tratar siempre de mejorar lo anterior. Tener claro que lo principal es agotar las localidades antes que a los espectadores», Así de sintético y de contundente es el «Estatuto Luthiers» que podrá leerse desde hoy en el Centro Cultural Recoleta. El «estatuto» es una de la tantas perlas que contiene Expo Les Luthiers, una muestra cuyo guión e investigación histórica corresponde a los periodistas Carlos Ulanovsky y Sebastián Masana, y que traza de una manera muy original estos cuarenta años de vida que cumple el quinteto que mejor supo combinar la música y el humor en la Argentina.
La prehistoria de Les Luthiers abarca desde 1959 a 1967, año en que efectivamente Gerardo Masana crea el conjunto como un desprendimiento de I Musicisti. Pero antes de ingresar de lleno en la historia de Les Luthiers, la muestra establece un recorrido por esos años en que sus integrantes confluyeron en el coro de la Facultad de Ingeniería de la UBA, con el Manifiesto del Coro y biografía de Mastropiero incluidos. Los paneles dan cuenta del origen de la mítica «Cantata Modatón», compuesta por Masana y cuya letra surgió del prospecto de un laxante del mismo nombre. Como gracias a esta melodía el grupo de amigos se hizo conocido, se pusieron un nombre: I Musicisti. Pero no tardaría en llegar el primer escollo ante la creatividad: los inspectores de Salud Pública creyeron que la cantata era una publicidad encubierta del producto (en esa época estaba prohibido hacer publicidades de remedios que se vendieran bajo receta) y tuvieron que cambiar el título por «Cantata Laxatón». Junto a esta historia, puede verse una copia del original donde resaltan la tachadura y el reemplazo de la palabra cuestionada.
La expo destina cuarenta espacios (tipo receptáculos) para que nadie se quede con las ganas de conocer la historia de Les Luthiers. En cada uno de ellos se destaca un momento importante en la vida del grupo como, por ejemplo, la carta de presentación de Les Luthiers (1967) y la mención al primer espectáculo en el que aparece Mastropiero (1969). En el espacio del año 1970 se cuenta que Les Luthiers graba su primer disco y que editan mil ejemplares, pero como el sello de grabación se quedó sin dinero, el disco nunca salió a la venta. Al año siguiente, Les Luthiers ya tenía por fin su primer LP: Sonamos pese a todo. 1973 es el año más traumático y más triste en la historia del grupo, el año de la muerte de Gerardo Masana, el fundador. Al año siguiente, Les Luthiers amplía sus fronteras de seguidores y realizan su primer espectáculo en España. El sector de 1976 da cuenta del primer cambio de escenario y de la magnitud de la convocatoria: del Teatro Odeón (con capacidad para 860 espectadores) pasan al Coliseo (donde entraban 1757), y en el que estuvieron actuando durante casi treinta años hasta el 2004, cuando se mudaron al Gran Rex, que casi duplica la capacidad del Coliseo. El sector de 1978 está dedicado al gran colaborador creativo del grupo, Roberto Fontanarrosa, quien dejó escrito el texto «Mis amigos son los Les Luthiers», que ocupa otro sector de la muestra.
El espacio de 1980 menciona otro hecho histórico en la vida del conjunto: la actuación en el Lincoln Center. A casi veinte años de su creación, en 1986 se presentan por primera vez en el Teatro Colón junto a una orquesta sinfónica dirigida por Carlos López Puccio. Y en 1988 se produce otro acontecimiento histórico: la actuación al aire libre ante 50 mil personas, con motivo de los cinco años de democracia. En 1993 se puede leer un artículo de un periódico de Santiago de Compostela que informaba que hubo colas de hasta doce horas para ver a Les Luthiers en España. 1995 marcó tristemente al grupo, ya que falleció Carlos Iraldi, «el luthier de Les Luthiers», responsable de la fabricación de más de treinta instrumentos informales. Así siguen los años hasta el espacio destinado a 2007, donde se ve un dibujo de una enorme torta de cumpleaños, realizado por Miguel Rep. En ese espacio, el público también podrá dejarle mensajes al quinteto.
Una de las secciones más vistosas de la muestra es la que ocupan algunos instrumentos informales como el Gom-Horn, creado por Marcos Mundstock en la década del ’60 y compuesto por un casco de bombero y una trompeta. El dactilófono fue inventado por Gerardo Masana: está hecho con una máquina de escribir del estudio de abogados del padre de Daniel Rabinovich y tiene unos tubos que producen un sonido similar a un xilófono. El Bass-pipe a vara es uno de los primeros instrumentos del grupo: está fabricado con tubos de cartón ubicados en un carro con ruedas y que funciona como un trombón a vara. También aparece la violata o violín de lata, construido por Masana con una lata de pintura. Tampoco falta el Nomeolbídet, realizado a partir de un bidet, y el cellato, un cello hecho con una lata de líquido limpiador. Uno de los más llamativos es la réplica del Robot Antenor: se trataba de un robot construido en 1979 que pesaba ochenta kilos y que gracias a un mecanismo de motores se desplazaba por el escenario y hasta podía gesticular. Antenor tenía trece cornetas y una batería de tambores.
Pero eso no es todo. Hay una sección, «Archivo secreto», en la que –aunque parezca increíble– pueden leerse críticas despiadadas a Les Luthiers, y otro sector destinado a cómo piensan ellos mismos el futuro: «Controlar esfínteres», responde Mundstock ante la pregunta de qué les gustaría hacer dentro de veinte años. «Decrépitos», dice Jorge Maronna ante la pregunta: «¿Cómo se ven después de Les Luthiers?». Con respuestas bien en su estilo, hay fragmentos de entrevistas sobre el futuro. En «El paso del tiempo nos ha momifica... eh, digo, modificado», se observa una original secuencia de fotos de las caras de los integrantes de Les Luthiers por décadas: ’60, ’70, ’80, ’90 y ’00. Un sector expone prolijamente 24 moños que usaron en distintos espectáculos, y también pueden verse algunos de los premios que obtuvieron en su vasta trayectoria. Infaltable es la mención a Johann Sebastian Mastropiero, del que puede leerse su genealogía, la que incluye al hermano mayor Harold, mafioso de Nueva York. También pueden conocerse sus amantes y quién fue su maestro: «Un sacerdote que había dejado los hábitos y no se sabía dónde». Y que Les Luthiers ejecutó sesenta obras del personaje ausente más famoso en la historia del humor musical argentino.
En otro sector pueden escucharse las canciones de Les Luthiers divididas por géneros: jazz, tango, clásica, folklore y tropical. Además, una pequeña sala exhibe programas televisivos donde aparecieron: Historias con aplausos (ATC, 1988), Almorzando con Mirtha Legrand (Canal 9, 1996) y Desde el Di Tella (Canal á, 2001). Los que prefieran las computadoras también pueden recorrer la historia por la vía informática. La muestra se completa con tapas de discos (está la de Cantata Laxatón, grabada en estudio ION, entre otras) y fotos y biografías de los integrantes. En el espacio destinado a Rosario, ellos cuentan qué significa esta ciudad para cada uno. La información da cuenta de que desde 1978 fueron vistos por casi 161 mil espectadores en la ciudad de los artistas. Así, Expo Les Luthiers se presenta como la muestra ideal para el fan, un recorrido amplio y abarcativo de la historia de un grupo que, lejos de pensar en el retiro, mantiene su vitalidad intacta, casi como el primer día: ellos sólo piensan en el cincuentenario. Vaya una vida.
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