.
El novelista. (Foto: Página/12)
A rgentina, 20 de agosto, 2007. (Silvina Friera / Página/12).- Una anécdota, se sabe, puede ser el principio de una novela, la punta del ovillo de la que tira el escritor. Cerca del consultorio donde Luis Gusmán atiende a sus pacientes, hay una peletería con un cartel: «Su antigua piel tiene valor. Refórmela y cambiéla por otra». Lo primero que pensó el escritor y psicoanalista, cuando se encontró casualmente con esta frase, fue: «Como si fuera tan fácil», que terminará en boca de uno de los personajes de El peletero, recientemente publicada por Edhasa. A partir de ese encuentro azaroso con esta frase, el escritor y psicoanalista empezó a reflexionar sobre lo que implica tener un oficio «en vías de extinción». ¿Cómo hace un vendedor de pieles para defender la dignidad de su trabajo, que se basa en el sacrificio de animales, en momentos en que los grupos ecologistas instalan en la agenda de la época la protección de las especies? ¿Qué hace cuando todas sus coordenadas vitales tiemblan en sismos que aumentan la intensidad hasta el peligro de muerte? Roberto Landa, un personaje que Gusmán consigue que sea inolvidable ya en las primeras líneas del libro, heredó el oficio de peletero, junto con la diabetes que lo afecta, de sus abuelos maternos. Su mundo se desmorona lentamente, cada vez que abre ese «geriátrico de pieles», atendido por su prima Matilde, y se encuentra con un folleto de Greenpeace, como el que advierte: «Tanto el hombre como los animales buscan protegerse».
Y Landa, también, buscará protegerse porque se siente acorralado y aislado. Hasta su hijo, que desde la adolescencia militaba en un partido de izquierda, en una discusión le dijo: «Las pieles son algo que consume cierta clase social», y el peletero, que nunca había pensado que tenía un negocio «burgués», se defendía esgrimiendo que el negocio lo había heredado de sus padres. «No es lo mismo perder un oficio que un trabajo –señala Gusmán en la entrevista con Página/12–. Si uno pierde el trabajo quizá pueda conseguir otro, pero si pierde el oficio, queda desafectado de la estructura social y sin lugar en el mundo». Lejos de resignarse al ostracismo público, a ser un paria que llora ante la pérdida de sus soportes existenciales, Landa se empeña en una batalla contra los actores que parecen haberlo condenado a la desaparición. El peletero no actuará solo; en ese camino que eligió, de manera fortuita, se cruzará con Hueso, un marginal que se dedica a navegar las costas del Riachuelo y que perdió su casa, mujer e hijos en manos de un pai umbanda.
El narrador de la novela señala que esta dupla, que iniciará una amistad indestructible a pesar de los abismos sociales que los separan, tiene algo en común: «El mundo se les había vuelto extraño». Esta unión azarosa bien podría ser definida como «piel y hueso». El peletero y Hueso se convierten en necesarios y complementarios el uno para el otro. «No hay uno sin el otro, son como Bouvard y Pécuchet, si se termina uno, necesariamente se tiene que terminar el otro», define Gusmán. Esta necesidad de apelar a dos personajes que actúan de manera complementaria no es ajena a las ficciones del escritor. Algo similar sucede entre los dos pesistas en Tennessee, llevada al cine por Mario Levín, con el nombre de Sotto voce, y con los represores Varela y Varelita de Ni muerto has perdido tu nombre.
«No quería caer en el peligro de la nostalgia, en una suerte de tango quejoso, ni traer el pasado al presente ni volver el presente, pasado. Quería contar algo actual y vivo», plantea el autor. «El peletero es un personaje que sufre por estar vivo, pero no me parece que añore el pasado. Tiene que actuar y la primera idea que se le ocurre es un tanto desesperada, busca enfrentarse con las personas y grupos que están atentando contra su oficio, como Greenpeace. El vive amenazado, y por eso busca infiltrarse en Greenpeace. Pero quería diferenciar muy claramente el atentado fallido de la cuestión conspirativa de Los siete locos, que el peletero no fuera confundido con el astrólogo o con Erdosain, porque no me parece que haya una cuestión tan moralista ni de confabulación».
Aunque ser peletero no era únicamente un oficio sino la razón de su vida, Landa miente, dice que es abogado. ¿Por qué tiene esa necesidad de ser otro?
Como decía Rimbaud: «Yo es otro». Me parece que hay una anomia desde este punto de vista, y como parábola tuve presente El astillero, donde los personajes quedan desafectados de la estructura, viven como si ese mundo no hubiese cambiado y sufren los efectos de vivir en ese «como si» en un tiempo detenido. Otro texto de referencia fue el Diario de la guerra del cerdo, donde también hay un mundo amenazado. Pero la diferencia fundamental es de lenguaje, en la novela de Bioy Casares está más contextuado por cómo hablan los personajes. Si bien en El peletero el habla es importante, los personajes son más míticos y eso les permite no ser devorados ni subsumidos por el contexto histórico. Y el otro texto, ya más ambicioso, es El artista del hambre, de Kafka, donde está ese ayunador, que es una metáfora del artista, sobre todo en un momento en que el artista, no tanto el escritor, ocupa un lugar importante en la estructura social. Y el oficio de ayunador, en Kafka, es un oficio en extinción. El ayunador está en el fondo de la jaula del circo y ha dejado de ser atracción, ya nadie lo va a visitar, hasta que se extingue y desaparece en esa jaula confundido con restos.
Gusmán cuenta que Hueso se transforma en un símbolo casi sin quererlo. «Uno nunca sabe la duración que puede tener un símbolo. Si pensamos en el asesinato de (José Luis) Cabezas, no sólo impresiona que todos los involucrados en el crimen estén libres sino que la reacción popular, más allá de la reacción periodística, haya sido tan acotada y que no estuviera en consonancia con lo que implicó ese asesinato», explica el escritor. «En la novela no quería que la cuestión del intento fallido de actuar del peletero terminara en un acto terrorista, ni que tampoco fuera una ensoñación o una fantasía. Si bien la literatura tiene toda una tradición, si pensamos en La mirada de Occidente, de Conrad; Los siete locos, de Arlt; o El americano impasible, de Graham Greene, donde el atentado cumple un papel, no quería que El peletero se inclinara hacia un acto meramente conspirativo.»
Con una trama muy jugada, El peletero es de esas novelas que se empiezan a leer y que no se pueden abandonar hasta terminarlas. «El libro tiene un suspenso, pensando en un lector interno a la propia trama de la novela. Todo se va encadenando de una manera que tiene una lógica bastante atractiva», admite el escritor y psicoanalista. «Landa es un personaje que queda muy fijado y ése es un propósito inicial de la trama. A pesar de que provienen de dos mundos contrastantes, los une el fracaso respecto de la cuestión amorosa y que no tengan una causa para vivir. La solución es realista, no quería una resolución ni religiosa, ni ocultista, ni fantástica.»
¿Qué diferencias encuentra entre El peletero y Villa?
La diferencia, en principio, es ideológica. Landa no es un colaboracionista ni un pasivo que observa cómo suceden los acontecimientos y no actúa. Landa quiere hacer algo, en cambio Villa no pretende ni le interesa modificar nada de su realidad inmediata.
¿Por qué fue evolucionando, desde Villa, hacia una escritura más económica?
Quiero controlar los desbordes estilísticos de mi escritura y una imaginación desbordante y desbordada que imperaba en mis relatos casi de manera metonímica. Si en La música de Frankie, un asesino es entregado por el hermano, me parece que todas las historias secundarias que aparecían hacían perder el eje de ese acto que es casi trágico y que atraviesa la vida de cualquiera que tenga que tomar semejante decisión. En El peletero traté de administrar y controlar todos esos desbordes, que las anécdotas y que lo florido de la escritura no me hicieran perder el eje de la idea central, la de alguien que pierde su oficio y queda desafectado de una estructura, su vida pierde sentido y no tiene una causa. Si me dejaba llevar por lo imaginativo, para decirlo de una manera, rápidamente podía perder de vista el eje central. No me quedé tan fascinado, como en otros momentos, por el procedimiento literario, que a veces, cuando se nota en exceso y está por encima de la historia, me parece que la subsume. Lo cual no quiere decir que esté a favor de una historia lineal sino que simplemente estoy atravesando por un momento en donde no quería que el truco o el procedimiento literario embarraran la trama del libro. Para mí cada vez es más difícil escribir sin una trama. El peletero es un punto de llegada a algo, pero que no podría decir qué es.
REGRESAR A LA REVISTA