.
El director y drmaturgo alemán. (Foto/ Página/12)
A rgentina, 6 de agosto, 2007. (Hilda Cabrera /Página/ 12).- Cuando gritábamos fue escrita para referirse a la culpa, aun cuando el material que en principio causa zozobra es el de los colaboradores forzados de la Stassi, la policía secreta de la ex República Democrática Alemana (RDA). La obra de Armin Petras –que integra el Ciclo de nueva dramaturgia europea, con funciones en el Instituto Goethe y la Alianza Francesa– trata sobre el actor Thomas Lawinky y su confesión de ex colaborador de la Stassi, episodio que desató diatribas en su contra y le significó ser apartado por un tiempo de la comunidad teatral. Es natural que se relacione su caso con el narrado en la película La vida de los otros, que obtuvo el Oscar al mejor film extranjero. A pocas horas de su arribo a Buenos Aires, Petras –quien escribe más asiduamente bajo el seudónimo de Fritz Kater– cuenta que trabajó en colaboración con el actor y ex informante Lawinky, a quien quiso sacar del pozo en que se encontraba después de las declaraciones de éste a la prensa.
Petras no es nuevo en la escena. Se inició siendo muy joven, aun cuando no pertenece a una familia de artistas, a excepción de una abuela bailarina que hoy tiene 81 años y bailó durante cuarenta. Abandonó la RDA en 1988, a los 24 años, radicándose en Alemania Federal. Hoy dirige el Maxim Gorki, el más pequeño de los cinco teatros oficiales de Berlín, ciudad que alberga tres salas dedicadas a la ópera y varias independientes. A su regreso a Alemania, proyecta estrenar otra pieza, esta vez firmada por su alter ego Kater e inspirada en las ciudades-fantasma. Ésta es su primera visita a la Argentina, y el motivo, dialogar con el público tras las funciones que se realizarán hoy y mañana, a las 20, en el auditorio del Goethe. Este estreno es interpretado por un elenco local, dirigido por Lautaro Vilo. El acceso es gratuito y el único requisito, retirar las entradas (dos por persona) a partir de las 18. Premiado en su país, Petras participará además de una charla abierta en el Centro Cultural Rojas y ofrecerá un workshop en Rosario. En cuanto al parentesco con el caso del actor-informante de la película La vida de los otros (del realizador Florian Heckel von Donnersmarck), el director señala sustanciales diferencias entre el film y Cuando gritábamos, que en alemán se titula Mala Zementbaum, pero que, tanto él como Lawinky, modificaron por Als wir schrien para la traducción al español.
«Una diferencia está en el estilo, que en la película es casi hollywoodense –apunta en diálogo con Página/12–, y otra en que, siendo una obra de teatro dirigida a una cantidad mucho menor de espectadores, uno puede ser más radical en el tratamiento de los temas».
¿Los diálogos breves, la ironía y la fragmentación de las escenas conforman su estilo?
Sí, absolutamente. La obra se desarrolla como un montaje y juega con tiempos distintos que se intercalan continuamente. Esto no ocurre la película, donde los hechos son descriptos de manera lineal para que sean entendibles por muchas más personas. Además, no todos esos hechos son ciertos.
Los personajes de la obra son un desempleado, un científico, un empleado de una empresa de seguridad, una señorita que –según se aclara– proviene del este europeo y un señora que se ocupa de la limpieza. ¿Toda gente perdedora? ¿La prefiere?
Esa gente me interesa, porque soy de los que piensan que todos somos perdedores. Algunos lo niegan, pero entonces me gusta citar al autor Fritz Kater, quien dice que cada uno de nosotros pierde su última pelea en su último round.
¿Quién es realmente Fritz Kater, autor de unas veinte obras?
Mi mejor amigo.
¿Qué le aporta este juego de doble personalidad?
Trabajo, cada tanto, porque pongo en escena las obras de Fritz.
¿Compiten?
El escribe mucho más, y a mí me gustaría ser tan exitoso como él.
¿Por qué abandonó la RDA?
Por muchos motivos. Mis amigos alemanes estaban presos o se habían ido, y realmente no sabía qué hacer allí.
¿Era común encontrar gente en la situación de colaborador forzado?
En alguna etapa de mi vida yo no creía en eso; no creía que existían informantes no oficiales, secretos, pero después, con el paso del tiempo, me sorprendió de que hubiera tantos. El actor Thomas Lawinky también lo fue. Desde hace años existe una fundación que conserva actas y documentos en los que figuran los nombres de quienes eran observados y los de sus informantes. Yo era una persona políticamente activa en la ex RDA, por lo tanto debo haber conocido a unos cuantos colaboradores no oficiales. Sin embargo, nunca quise ver esa documentación. No quiero saber quién o quiénes me espiaban.
¿Por el dolor que podría causarle?
Pasó mucho tiempo, y hoy tengo otra vida. Quizá, cuando sea más viejo, quiera saberlo. De todos modos, en la obra no pretendo hablar de los informantes. Ellos son el material de este trabajo, pero el tema central es la culpa, que es un sentimiento más profundo y universal que la descripción de cada caso. En Alemania tuvimos problemas por esto. Nos criticaban diciendo que no se podían comparar las persecuciones de la Stassi con las masacres del nazismo y la existencia de los campos de concentración. A mí siempre me criticó la prensa de derecha, pero después del estreno de esta obra me atacó la prensa de izquierda. También esta prensa decía que no se podía comparar al Tercer Reich con la RDA. No me quejo: creo que el teatro debe generar controversia.
¿El propósito fue entonces debatir sobre la culpa?
El motivo fue también ayudar a Thomas, porque supe que había sido colaborador, que quería confesarlo, pero le costaba. Hubo un episodio anterior a la obra, en el que Thomas le arrancó el cuaderno de apuntes a un periodista que le preguntó sobre su pasado. Esto sucedió en Frankfurt, centro del poder económico y financiero alemán. La consecuencia fue que durante meses no pudo trabajar en el teatro. Pudo, sí, en el cine. Le propuse entonces hacer algo con ese pasado: nos ayudamos en la escritura del texto, y dirigí la obra.
¿Cómo fue la reacción del público?
Actuaba Thomas, lo que suscitó que en la ex RDA muchos le gritaran acusándolo de querer lavar su culpa a través de la obra. En el Oeste, la reacción fue distinta: muchas personas de edad y de izquierda se mostraban contentas por participar de una visión diferente sobre lo ocurrido con la Stassi. Me sorprendió que la cuestión histórica estuviera tan presente. Estrenar Cuando gritábamos supuso un riesgo. Hoy puedo decir que fue bueno atreverse.
¿A casi diecisiete años de la reunificación, encuentra diferencias entre el teatro que se produce en el Este y el Oeste alemán?
Desde lo estético diría que no. Las diferencias son estructurales. El Este alemán sufre una despoblación radical: han emigrado cuatro millones de personas. Una consecuencia de esto es que los teatros en los que trabajé desaparecieron.
¿Habrá una nueva obra suya en Berlín?
Una obra de Fritz Kater que dirijo.
¿Relacionada con la antigua RDA?
Sí, pero trabajada desde un punto de vista más general, relacionado con las ciudades-fantasma, un fenómeno que se da también en otros países de migración interna. Ciudades como Detroit, que perdió su industria automovilística, o las del norte de Inglaterra que ya no viven de la explotación del carbón. El Este alemán también perdió sus industrias, y la consecuencia es el aislamiento social y la desvalorización de las personas. La migración del Este al Oeste comenzó alrededor de 1990 y produjo el fenómeno de los Übersiedler. Yo no vivo en Berlín sino en un pueblo que está más al norte, en lo que en otro tiempo fue territorio prusiano. En este pueblo no se ven mujeres jóvenes y sí muchos varones que pasan el día tomando cerveza. Ésa es también una característica de los pueblos del Este.
REGRESAR A LA REVISTA