El escritor Elias Canetti, nacido ahora hace cien años, el 25 de julio de 1905 en Rutschuck (Bulgaria), y fallecido en Zúrich en 1994, suele despertar tantas simpatías como rechazos. Su obra y su persona se admiran o se detestan sin condiciones. Libresco y ególatra para sus detractores, lúcido pensador y humanista, estilista de la lengua alemana para sus incondicionales, lo cierto es que el hombrecillo fotogénico y casi desconocido al que se galardonó con el Premio Nobel de Literatura en 1981 es considerado en la actualidad un autor clave del siglo XX, el paradigma de escritor independiente de fama tardía, un raro que ya es un clásico.
La obra publicada por Canetti es escasa, diversa, reflexiva e intimista; de carácter minoritario, nada condescendiente con el lector poco cultivado, y enmarcada en las sinuosas estelas de Kafka y Musil. Entre sus iconos inspiradores se cuentan, entre otros, a Robert Walser, Stendhal y Proust. Fue, ante todo, un "escritor escritor", no un diletante ni un profesional que anhela "acertar" con una novela y ganarse a un público mayoritario, sino alguien que sabía que la esencia misma de su ser era pura literatura y que sólo entregándose a ella su personalidad adquiriría consistencia y su vida, sentido. Mediante la escritura Canetti se explicaba a sí mismo el mundo, las veleidades y miserias de los seres humanos; y, lo más importante, esgrimiéndola como arma se rebelaba contra la muerte, a la que declaró el más enconado de los odios: "Hay pocas cosas malas que no tuviera que decir del hombre y de la humanidad", escribió. "Y, sin embargo, el orgullo que siento por ellos sigue siendo tan grande que sólo odio verdaderamente una cosa: su enemiga, la muerte".
Canetti era de ascendencia judeoespañola; sus abuelos fueron ricos comerciantes afincados en la ribera del Danubio, ciudadanos europeos del exótico Imperio austrohúngaro. Hablaban el ladino sefardí y el búlgaro. Tenía seis años cuando sus padres, que se habían conocido como estudiantes en Viena y querían abandonar el cerrado ambiente familiar para hacer fortuna en el extranjero, emigraron a Inglaterra y se lo llevaron con él junto con sus dos hermanos más pequeños. En pocos meses el niño aprendió inglés. Poco después, muerto el padre de súbito -suceso mítico con el que comienza el "odio a la muerte" de Canetti-, su viuda, una mujer de carácter que podía vivir sin apuros económicos, inteligente y culta, regresó a Europa y, de camino a Viena, en Lausana, enseñó a Elias el alemán en tan sólo tres meses y con calculada severidad a fin de que pudiera ir a una escuela austriaca sin quedarse retrasado. Este idioma tan preciso y difícil fue desde entonces la lengua "materna" y literaria del futuro autor. El chico era despabilado y, rodeado de libros desde la niñez (los libros serán "la mayor fuente de dicha" de su vida), con tal bagaje de lenguas y experiencias de viaje, pronto se inclinaría hacia la literatura, el arte y la música. Sin embargo, a la hora de ir a la universidad, estudió ciencias químicas, aunque jamás ejerció una profesión que tuviera que ver con sus estudios; más bien vivía como un intelectual bohemio vienés, cosmopolita, anárquico e interesado por las fecundas manifestaciones sociales y culturales de su época, en perpetuo cambio y conflicto. Escuchó asiduamente al gran polemista y satírico Karl Kraus y conoció a Veza Taubner-Calderón, judía sefardita vienesa, seis años mayor que él -otro ser imbuido de literatura y determinante en la vocación literaria de Canetti-, con la que se casaría en 1934. En 1939 ambos abandonaron Europa por causa de los nazis y emigraron a Londres.
Veza no regresaría jamás al continente, murió en 1963. Canetti, a sus sesenta años, después de haber pasado media vida en Londres, volvió a casarse y se instaló en Zúrich. Allí disfrutó de unos años de reconocimiento público: su obra había ido surgiendo despacio, entre severas dudas y crisis personales, alentada principalmente por la infatigable Veza, con la que el escritor tuvo una intensa relación de amor-odio, creativa y destructiva a la vez.
Hasta la época del exilio, influido por el negro sarcasmo de Kraus, Canetti había escrito obras de teatro vanguardistas, difíciles de representar y harto minoritarias (La comedia de la vanidad, La boda), y una novela satírica, brutal, pesimista y misógina: Die Blendung, traducida más adelante como Auto de fe. Esta novela le daría fama en Inglaterra, pero sólo después de casi veinte años. Se trata de la única novela conocida de Canetti; Claudio Magris la celebra como uno de los libros esenciales del siglo XX, a pesar de su irrealidad y dureza. Influido por Gógol y Balzac, obsesionado con la idea de crear una comedia humana de la locura, Canetti imaginó una especie de álter ego literario absurdo, el sinólogo Kien, amante de los libros, inútil para la vida y dominado por una mujer execrable. Homenaje sui géneris a don Quijote, pero sin su gracia, fue tan sólo la obra -"maestra" para muchos, e "indigesta" para otros- de un joven de 25 años torturado por demonios y obsesiones, de la que el escritor se distanció un tanto en su madurez.
El ambiente que respiraron los
Canetti en Londres ha quedado retratado en el libro póstumo Fiesta bajo las bombas. A pesar de los múltiples problemas económicos, paliados por préstamos de familiares y por los escasos beneficios de trabajos editoriales menores, el escritor continuó devorando libros, y se embarcó en una nueva obra cuya elaboración iba a ocuparle durante más de dos decenios: un mastodóntico estudio titulado Masa y poder, "la obra de su vida", como él siempre la denominó.
El fenómeno de las masas humanas y su relación con la violencia y el poder obsesionó al joven Canetti tanto como la muerte. El 27 de julio de 1924, fecha crucial en su vida junto a la del fallecimiento del padre o, más tarde, la de la muerte de su madre, Canetti experimentó la sensación determinante y embriagadora de asociarse a una multitud en movimiento: aquel día miles de obreros exaltados incendiaron el Palacio de Justicia de Viena en protesta por la injusta absolución de dos asesinos políticos. La represión policial que siguió al asalto fue sangrienta: murieron 89 personas y hubo más de mil heridos. De la euforia y el pánico vividos surgió el germen de Masa y poder. El libro se publicó finalmente en 1960 en Alemania; sus últimos capítulos fueron escritos bajo la influencia de otro fenómeno destructivo moderno: la bomba atómica. Con este estudio atípico y fecundo, Canetti aseguraba "haber agarrado el siglo por el cuello".
Aunque la obra sobre las masas es extraordinaria y fecunda, la verdadera cima del pensamiento canettiano, la cumbre de su obra y el triunfo de su genio de escritor la constituyen los cientos de Aufzeichnungen (Apuntes) publicados en varios volúmenes independientes. Canetti inició sus breves anotaciones en paralelo a sus arduos estudios londinenses, a modo de alivio mental. En principio fueron colecciones de pensamientos para Veza. Rápidas reacciones diarias a cuanto acontecía, inspiradas en las sentencias cortantes de los presocráticos, los sabios consejos de Confuncio y Lao Tsé o las ocurrencias de Lichtenberg. Del tipo (abrimos al azar un volumen cualquiera): "El hombre es la medida de todos los animales" o "amor, una serpiente con dos cabezas que se vigilan mutuamente". Son notas nada inocentes, ni tampoco descuidadas, idóneas para leer a saltos y pensar durante días enteros; evidencias de la aversión del Canetti "anarquista" hacia los sistemas de pensamiento conclusos y cerrados, propuestas de ironía y libertad. Nadie que se sumerja, por ejemplo, en ese libro impagable que es La provincia del hombre permanecerá indiferente.
Junto a sus últimos carnés de Apuntes, Canetti publicó ya en su vejez otra maravilla literaria: Historia de una vida, una autobiografía compuesta por tres libros imprescindibles: La lengua salvada, La antorcha al oído y El juego de ojos. La muerte de Georg Canetti, el hermano a quien el escritor adoraba, fue el detonante para recuperar y "salvar" lo mejor de lo vivido a través de la evocación narrada del pasado. Con esta obra postrera el enemigo de la muerte logró un monumento a la vida a través del recuerdo de una época pasada y estupendos retratos psicológicos; pero, además, es un feliz ejemplo de cómo un fabulador nato idealiza su propia historia para la posteridad.