Rineke Dijkstra (Sittard, Holanda, 1957) es una fotógrafa poco conocida en Europa y menos en nuestro país. Es una especialista en retratos cuyos protagonistas son jóvenes de los más diversos estamentos sociales y culturales captados desde un punto de vista técnico con la perspectiva de una distancia fría y una alta dosis de neutralidad. Todos posan hieráticamente. A la fotógrafa le importa lo mismo que sea una joven parturienta, unos niños que jamás sonríen, unos toreros adolescentes manchados de sangre (serie que realizó en Portugal) o unas chicas recién alistadas en el Ejército de Israel e incluso unos recién iniciados en el ejercicio de tiro. Esta colección, cuyo título es Retratos, se presenta por primera vez en España tras su paso por el Stedelijk Museum de Amsterdam y por el Jeu de Paume, posiblemente la que ahora se cuelga en CaixaForum se trate de la mayor muestra de esta autora realizada en una corta pero intensa carrera.
Por el contrario, su obra
es muy conocida en áreas artísticas ligadas a la esfera de la especialidad en Nueva York, donde se convirtió en una suerte de referente en los años noventa del pasado siglo. Quizá, los dos grupos más interesantes de esta exposición (por cierto, colgados en la sala aleatoriamente, careciendo de hilo conceptual y cronológico) sean sus Maternidades y el capítulo de imágenes que denomina Almerisa. En la primera retrata, como explica, a un repertorio de jóvenes parturientas "de pie, siempre lejos de la instantaneidad fotográfica, permanecen inmóviles frente a la sencilla pared blanca con su hijo en brazos, como una puesta en escena". Ciertamente no aporta detalle alguno sobre la biografía ni el origen social de quienes posan para su objetivo; incluso hace del parto una abstracción universal y es posible que aquí y en la atemporalidad de toda su producción radique la mayor virtud de sus trabajos, igual que ocurre en el apartado Niños (fotos hechas en el parque berlinés de Tiergarten). Acertadamente se ha escrito que las criaturas fijadas en las tomas de Rineke Dijkstra "no sonríen, su mirada absorta o desviada los hacen aparecer en una esfera de la que el espectador está excluido, lo que acentúa la ausencia de lo anecdótico y el aspecto elemental de la composición". Por su parte, Almerisa es un lugar de regreso que retrató cada dos años desde su llegada a los Países Bajos en 1994.
Se trata de una exposición -comisariada por Hripsimé Visser- de imágenes frías, casi góticas, pero que tras su visión en conjunto nos dejan un grato regusto similar al de algunos libros densos que ubicamos en el apartado agradable de la experiencia y de los buenos recuerdos.