Una gran fotografía en blanco y negro de las ruinas de los edificios en la Gran Vía de Barcelona tras los bombardeos de la Guerra Civil abre la exposición. Es la ruina actual, reconocible y repetida con saña hasta hace cinco minutos. Inmediatamente después, el espectador se encuentra, a modo de introducción, con un fascinante cuadro del pintor holandés Herman Posthumus (1512-1588) titulado Paisaje con ruinas romanas (1536), en la que un minúsculo personaje aparece perdido entre decenas de ruinas de la antigüedad romana. Es la ruina mítica, la que origina nostalgia de un pasado que se quiere recuperar, tristeza ante los indicios de una civilización desaparecida o miedo ante la evidencia de la fragilidad y vanidad del hombre. Entre los tristes escombros de la actualidad y las bellas ruinas de la antigüedad gira la exposición El esplendor de la ruina, que ayer se inauguró en la sala de exposiciones de La Pedrera en Barcelona (entrada gratuita), en donde estará abierta hasta el 30 de octubre.
"Hoy más que nunca tenemos conciencia de que nuestra civilización está construida sobre las ruinas", explicó en la presentación el poeta y profesor de estética Antoni Marí, comisario de esta exposición en la que ha trabajado cuatro años y que es producción íntegra de la Fundación Caixa Catalunya. En ella analiza cómo se ha tratado y ha evolucionado el tema de la ruina en la pintura occidental, desde el Renacimiento hasta hoy, a través de unas 50 obras de los artistas Hubert Robert, Bernardo Belloto, Piranesi y Caspar Friedrich, entre otros nombres no tan conocidos de la pintura renacentista, barroca y romántica. El siglo XX se aborda a través del cine con un montaje, a cargo de Andrés Hispano, que superpone otras 50 películas y documentales en el audiovisual Soñando con nuestra ruina, que tiene una de sus imágenes clave en el momento final de El planeta de los simios, cuando el protagonista descubre en la playa los restos de la estatua de la Libertad.
Dividida en cinco grandes ámbitos, la exposición comienza mostrando cómo en la pintura renacentista la ruina suele aparecer en el contexto del tema de la Natividad. El humilde pesebre está en un marco arquitectónico en ruinas que remite a la Antigüedad y que representa la caída de un paganismo que el nacimiento de Jesús vence para dar paso al cristianismo. Más adelante, ya en los siglos XVII y XVIII, la ruina toma interés por sí misma como un elemento que da color y ambiente a las típicas pinturas de paisajes, a veces como muestra del paraíso perdido y en otras ocasiones como simple adorno pintoresco de la composición.
El tercer ámbito se centra en el surgimiento de la arqueología, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX, ya como una ciencia que no evoca, sino que estudia, mide y analiza los restos del pasado. Aquí la mayoría de piezas son grabados -hay una amplia selección de vistas de Roma de Piranesi- y libros ilustrados, como por ejemplo The antiquities of Athens (1762-1816), de James Stuart y Nicholas Revett, que fueron de los pocos autores que se aventuraron a recorrer las tierras griegas aún bajo dominación turca. También se exhiben dos ejemplares de la segunda edición de la Descripción de Egipto, un monumental trabajo realizado con motivo de la expedición napoleónica que tanta influencia tuvo en el conocimiento de la cultura faraónica.
Con todo, la visión romántica de la ruina es la que nos sigue pareciendo más cercana y ocupa el cuarto ámbito, titulado La arquitectura de lo sublime. Ruinosas abadías góticas invadidas por la naturaleza salvaje, como en Soñador (1835), de Caspar David Friedrich, o imágenes evocadoras del Coliseo romano como en las pinturas de Hubert Robert.
Antes del audiovisual que cierra la exposición, una sala contrapone la escena de Alemania, año cero (1948), de Rossellini, en la que un niño recorre las ruinas de Berlín con los documentos aéreos del efecto de los bombardeos sobre ciudades alemanas como Dresde. Escombros que apelan poco a la nostalgia, como hacían las bellas pinturas anteriores, pero comparten una misma visión de la ruina como, escribe Marí, "testimonio de la soberbia de los hombres y de la fragilidad de la existencia".