domingo, abril 23, 2006
"La información nos convierte en lectores muy privilegiados"
Antonio Tabucchi, el viernes pasado en el paseo de Gràcia de Barcelona. (CARMEN SECANELLA)
A ntonio Tabucchi (Vecchiano, Toscana, 1943) pasa la gran fiesta del libro de hoy en Barcelona. Ayer, la traductora Carme Arenas le sometió a una entrevista pública en el Ayuntamiento que sirvió de pregón a la gran fiesta de Sant Jordi. Esta mañana, el escritor, que asiste por primera vez "con mucha curiosidad" a esta celebración, tenía previsto pasearse por los puestos de venta de libros y rosas para descubrir el aire peculiar que se respira por esta fecha en la capital catalana.
Acaba de sacar en Anagrama Autobiografías ajenas, un libro de ensayos sobre su propia obra publicados de manera dispersa y ahora agrupados en un volumen que en Italia apareció en 2003. Se trata de una especie de making off de sus grandes títulos, como Réquiem, Sostiene Pereira, Dama de Porto Pim o Se está haciendo cada vez más tarde. Una suerte de literatura muy posmoderna, como corresponde a nuestra época, a caballo del ensayo, la ficción y la crónica periodística. Por otra parte, en Italia acaba de aparecer L'oca al passo (Feltrinelli), que reúne artículos periodísticos publicados en EL PAÍS, Le Monde y algún otro medio. Tabucchi subtitula el volumen como Notizie dal buio che stiamo attraversando (Noticias desde la oscuridad que atravesamos) y organiza el material en casillas, como en el juego de la oca, aconsejando al lector cómo desplazarse por el texto según sus intereses personales, un poco a la manera de Rayuela, de Cortázar.
Pregunta. Hoy, en Barcelona, es el día del encuentro entre escritores y lectores. ¿A usted le gusta encontrarse con sus lectores?
Respuesta. Me azora mucho. Prefiero oír cosas de forma anónima, robar impresiones, sin yo saber quién es ese lector y sin él saber que yo soy el escritor. Cuando hay reconocimiento, se crea una complicidad que impide la espontaneidad. Es como ser muy amigo de un actor y luego verlo en escena convertido en Polonio o Hamlet. Puede resultar ridículo, porque cuando hace de actor interpreta una autobiografía ajena, de ficción, que no es la suya.
P. Usted narra en uno de los ensayos la inquietante carta que le envía un lector, donde le dice: "Usted ha escrito la autobiografía que yo nunca fui capaz de escribir".
R. Unas veces, el encuentro con el lector da placer; otras, miedo. Ésta es una historia verídica y debo decir que la carta me afectó mucho. Cada uno lee su propia historia. La literatura tiene ese poder misterioso y mágico de ponernos un espejo delante.
P. Escribe usted: "Un libro, para un escritor (aunque creo que para el lector también), no acaba jamás allí donde termina. Un libro es un pequeño universo en expansión".
R. El tiempo y la mirada de los demás añaden cosas que los escritores no habíamos previsto en principio. Hoy, con respecto a tantos libros del pasado, la información nos ha convertido en lectores muy privilegiados. Poseemos un bagaje interpretativo muy superior al de los contemporáneos de la obra. El Quijote, por ejemplo. Hoy tenemos un carga de información iluminista, romántica, psicoanalítica, etcétera, que el lector de la época no tenía. Y si el Quijote ya fue un gran libro cuando nació, hoy acumula un poso que le convierte en el Himalaya.
P. Usted habla de una suerte de "pacto novelesco" por el que el lector sabe que se le habla en clave de ficción. Sin embargo, en uno de los artículos de L'oca al passo refiere el caso rocambolesco de cómo un cuento suyo y otro de Leonardo Sciascia fueron tomados como reales por una magistrada que juzgaba al líder extraparlamentario y fundador de Lotta Continua, Adriano Sofri.
R. La de Sciascia era una novela corta; me parece que se llama Una historia simple. Yo escribí un cuento que se publicó en una recopilación aparecida bajo el título de El ángel negro. El cuento en concreto se titula ¿Puede el aleteo de una mariposa en Nueva York provocar un tifón en Pekín?, que es una de las paradojas formuladas por la teoría de las catástrofes. Es un cuento sobre un interrogatorio, basado en una instrucción de sumario del Gran Inquisidor o de un proceso estalinista, que utiliza la misma técnica: el fiscal consigue que el acusado confiese una culpa que nunca ha cometido, pero de la que acaba sintiéndose culpable. La autoinculpación es un esquema que se repite. Naturalmente, cuando escribí el cuento también tenía presente por los diarios la historia del señor Leonardo Marino que, 20 años después de los hechos a juicio, dijo haber tenido una crisis de conciencia por la que confesó que Sofri y otras tres personas habían ordenado uno de los asesinatos de los que se les acusaba. La crisis de Marino fue confirmada por un buen párroco rural, quien declaró que en efecto había recibido en confesión a Marino. Como es lógico, no reveló el contenido de la confesión, pero sí añadió que en aquella época veía cada noche a Marino dirigirse muy inquieto hacia la casa-cuartel de los carabineros. Yo a partir de ahí me inventé una historia. Igual que las inventaba Sciascia, que a menudo se documentaba en expedientes judiciales. Pues bien, esos relatos figuran en el sumario de la juez como dos textos que pretenden influir en la sentencia. Dos libros, pues, para enviar a la hoguera. Ahora ya ha habido sentencia condenatoria de más de 20 años para Sofri. Varios escritores hemos pedido clemencia al presidente de la República, pero no la ha concedido. Carlo Ginzburg ha escrito un bonito libro sobre todo este juicio sin pruebas o con pruebas como la confesión de Marino. El caso es que el juicio se alargó durante años. Y en sus sucesivas declaraciones, Marino acabó comportándose exactamente igual que el personaje de mi cuento. Me ha copiado, se ha convertido en mi personaje.
P. Para usted, la literatura tiene un poder de anticipación.
R. Sí. Eso me ocurrió también con Sostiene Pereira. Yo lo escribí y publiqué muchos años antes de que Berlusconi llegara al poder; por entonces era un empresario de la televisión y presidente del club de fútbol. La historia de Pereira es conocida: un periodista que en los años treinta se opuso a la dictadura de Salazar. Pues bien, ese libro fue tremendamente atacado desde los medios de Berlusconi, que lo consideraron una crítica al régimen. En realidad, los periodos de moralidad inestable se parecen entre sí. La Italia actual tiene muchos puntos en común con la zozobra de valores de la República de Weimar.
"España tiene una conciencia colectiva mucho más fuerte que Italia"
Pregunta. En su libro de artículos recientemente aparecido usted habla de un "nosotros dividido que siempre ha atormentado a Italia y le ha impedido adquirir la idea de nación acabada y suficiente, de una república normal". Eso parece todavía más cierto tras las elecciones.
Respuesta. Un país puede estar hasta cierto punto dividido: eso forma parte del juego normal de la alternancia democrática. El problema viene cuando ese país, además de dividido, está en conflicto permanente. En los últimos cinco años se han agudizado conflictos muy profundos en Italia. Es como si tuviéramos dos países, uno contra otro. La insistencia casi subversiva de Berlusconi de no reconocer la derrota es una manera de convencer a sus electores de que la otra parte no ha ganado, y eso es envenenar el ambiente, buscar el conflicto.
P. ¿No encuentra ningún síntoma positivo?
R. Italia es un país desigual, hecho a manchas, como una piel de leopardo. Los electores se comportan de forma muy diferente dependiendo de las diferentes administraciones locales que han tenido. El hecho de que desde el Gobierno no se aliente la pacificación, la unidad, en definitiva, el hermanamiento de todo el país saca lo peor de nosotros mismos. Esto me preocupa mucho.
P. Pero Italia siempre ha tenido grandes voces morales que han marcado el rumbo. En el pasado fueron las de Sciascia, Calvino o Montanelli. Hoy están Eco, Magris, usted mismo. En España, los intelectuales tienen un peso menor.
R. Italia tiene conciencias individuales, está hecha de personas fuertemente diferenciadas, mientras que España tiene una conciencia colectiva mucho más fuerte que la italiana, que produce resultados evidentes. En las últimas elecciones españolas, esa conciencia dio una respuesta contundente a la mentira, y en momentos así un pueblo encuentra elementos de unión muy fuertes. ¡Ojalá Italia también los encontrara!