MARÍA DOLORES JIMÉNEZ-BLANCO
B arcelona, España. 12/04/2006. (LA VANGUARDIA).- Han coincidido este año en Barcelona dos exposiciones que cuestionan el planteamiento tradicional del cubismo como movimiento artístico, para sustutuirlo por otro que cada vez gana más partidarios. Me refiero tanto a la exposición de Roger de la Fresnaye como a la recientemente presentada en el MNAC, El cubismo y sus entornos en la colección de Telefónica. En ambas se habla del cubismo como un movimiento que abarca una amplia nómina de nombres y de lugares, oponiéndose a la visión tradicional, mucho más restrictiva. Originalmente, siguiendo las pautas marcadas por Kahnweiler en su libro El camino hacia el cubismo, se pensaba en el cubismo como una invención de Picasso y Braque, que alcanzaría su pureza con Gris. Los demás artistas más o menos asociados a la estética cubista, entre los que estaba no sólo Roger de la Fresnaye, sino también Gleizes, Metzinger, Lothe o Laurencin, eran considerados meros seguidores de los maestros y llamados desdeñosamente cubistas de salón por su frecuente aparición en las exposiciones y salones oficiales de París.
Muchos se sumaron a esta visión, desde el poeta Guillaume Apollinaire o la escritora americana Gertrude Stein, que escriben en una época aún cercana a la aparición del cubismo, hasta coleccionistas e historiadores posteriores, como Douglas Cooper, John Golding o Robert Rosenblum. En la actualidad, se tiende a pensar en el cubismo como una corriente de mayor alcance, que sobrepasa la época heroica (1907-1914) para convertirse en una fórmula de modernidad que investiga sobre las relaciones entre las formas. Es, así, una corriente que se muestra capaz de reinventarse a sí misma en una Francia cada vez más conservadora. No en vano, lo que propone es una visión analítica, especulativa, que estudia las formas de la naturaleza para adaptarlas a una nueva imagen pictórica, y que en su deseo de destilar proporciones y simetrías se convertiría en la mejor representación del clasicismo en el contexto de la modernidad. En realidad, la asociación de clasicismo con cubismo tenía una importante connotación nacionalista, pues el clasicismo venía a ser algo así como la quintaesencia de la tradición francesa en los planteamientos del retorno al orden,la oleada cultural de conservadurismo que recorrió Francia - pero no sólo Francia- en los años de la primera guerra mundial y en los inmediatamente posteriores.
autorretrato.
Roger de la Fresnaye venía a encajar en este planteamiento. Como explica la comisaria, Françoise Lucbert, este pintor llegó a ser visto como Roger de Francia,un aristócrata estilo vieja Francia que se interesaba por el arte para proponer una versión de la modernidad siempre elegante y, sobre todo, atenta a la tradición. El hecho de que, en la obra de La Fresnaye, cubismo y tradición dejaran de ser conceptos antinómicos permitió que, en los años del retorno al orden, su obra fuera objeto de gran consideración por parte de críticos como Waldemar Georges o Bernard Dorival. Pero esa misma cercanía entre cubismo y tradición es también en parte la responsable de que, posteriormente, la obra de la Fresnaye sufriera las consecuencias de un progresivo desinterés. Aunque, quizá habría que matizar algo más: el problema en la apreciación de La Fresnaye era no sólo, o no tanto, la relación de su obra con la tradición cultural francesa, sino sobre todo las dudas sobre su compromiso real con el cubismo ortodoxo.
Lo que esta exposición pone sobre la mesa, a través de una selección que ronda las 150 obras, es que hubo más de una manera de entender el cubismo. Lo que un paseo por las salas del Museo Picasso nos enseña es que artistas como Roger de La Fresnaye podían ser estrictamente modernos, esto es, reflejar su propio tiempo, sin dejar de insertarse en una tradición culta. Con más de cuarenta óleos, nueve esculturas, más de noventa dibujos, así como varios plafones decorativos y la maqueta de la famosa casa cubista (porque no hay que olvidar el trabajo de La Fresnaye como decorador), la exposición cubre toda la trayectoria del artista, muerto cuando contaba sólo 40 años. En ella podemos ver, junto a obras inéditas encontradas por la comisaria en el curso de su investigación, algunas de las piezas clave de la obra de La Fresnaye. Bodegones que hablan de un nuevo orden cubista, pero también piezas como La Conquista del Aire,procedente del MoMA, o el Retrato de Guynemer,que confirman su fascinación por la aviación como símbolo de un nuevo mundo. Algo compartido con otro artista también tradicionalmente situado en losalrededores del cubismo,Delaunay, a quien también dedicó el Museu Picasso una exposición hace pocos años.
Junto a estas piezas, otras como El Coracero, posteriores al momento álgido del cubismo, hablan de manera explícita de las conexiones de La Fresnaye con la historia de la pintura francesa, aunque no en su rama más clásica. Si El Coracero nos habla del romántico Géricault, las piezas finales nos dirigen a un episodio no menos francés por ser claramente manierista: la Escuela de Foinainebleau. Por último sus esculturas despejan, si es que alguna vez hubo dudas, la situación de este artista entre clasicismo y modernidad: algo fácil de entender en Barcelona, cuna y sede del noucentisme.Barcelona y su conexión con la modernidad francesa es otra de las ideas a destacar en relación con esta muestra: no en vano fue esta ciudad la primera en celebrar una exposición cubista fuera de París, en las Salas Dalmau de Portaferrisa en 1912. Y esta misma sala celebraría también, en 1917, una famosa exposición de pintura francesa en la que, además, participaría de forma destacada Roger de la Fresnaye. En los últimos meses, Barcelona parece volver a ser la ciudad del cubismo.