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Adolph Marx como el personaje que le dio la fama: Harpo. (Foto: The Kobal Collection)
C iudad Juárez, Chihuahua, 16 de noviembre 2010. (RanchoNEWS).- «He tocado el piano en una casa de putas. He sacado papeles secretos de Rusia clandestinamente. He enseñado a toda una pandilla de gánsteres a jugar al pincha-pellizca [...]. Me he sentado en el suelo con Greta Garbo, he cabalgado con el príncipe de Gales, he jugado al pimpón con George Gershwin. George Bernard Shaw me ha pedido consejo...» Y sólo llevamos tres páginas de las memorias de Adolph Marx (Nueva York, 1888-Los Ángeles, 1964) , el cómico que dejó de hablar en un escenario a finales de 1915 y no usó nunca sus cuerdas vocales en el cine y la televisión. Pero Adolph, más conocido como Harpo, tenía su propia voz y escribió una autobiografía que, como todos los textos de los hermanos Marx, hay que creerse... o no: empezando por su año de nacimiento, que él asegura que fue 1893. Una nota de Gregorio Belinchó para El País:
Hoy, Seix Barral recupera ¡Harpo habla! , que en su momento fue editado por Montesinos, un delirante recorrido por la trayectoria de uno de los grandes mimos del siglo XX, una guía por la vida de los hermanos más famosos del cine, en la que Harpo fantasea tanto con sus andanzas –no puede ser que todas las anécdotas de su infancia parezcan sketches de sus espectáculos, ¿o sí?– como hizo Groucho, dos años menor que él, en Groucho y yo.
El mismo autor no se anda con moñerías y se define rápidamente al principio: «Si hay algo característico en mí, es la única cosa que el público no conoce: mi voz. Todavía hablo con el acento de la calle 93 Este de Nueva York [...] Si habéis visto alguna vez una película de los hermanos Marx, ya sabéis cuál es la diferencia entre él y yo. Cuando persigue a una chica por toda la pantalla es Él. Cuando se sienta a tocar el arpa, soy Yo».
Harpo dejó el colegio a los ocho años, y se ganó la vida como pudo como cualquier briboncillo neoyorquino. Mientras el mayor, Chico, ganaba y perdía el dinero a la misma velocidad en los billares, y Groucho leía, Harpo vagabundeaba en centenares de trabajos. Su padre, Samuel Marx, inmigrante judío alemán, al que la familia llamaba Frenchie, era un estupendo cocinero, pero uno de los peores sastres de Manhattan, según sus vástagos, y así se malganaba la vida. Harpo viajaba con él: «La designación oficial de mi cargo sería exhibidor de lappas y ocultador de taras». Su madre, Minnie, solo vivió con una obsesión: «El plan maestro, que consistía en llevar a su hermano pequeño [Al Shean] y a sus cinco hijos al escenario y que triunfaran».
Durante páginas y páginas, Harpo describe sus aventuras infantiles y sus primeros pasos en el entretenimiento: «A mis 13 años, descubrí que algunas tiendas del vecindario estaban pagando un penique por gato. No recuerdo por qué. Me convertí en empresario. Groucho y yo estrenamos en el sótano el popular sketch del tío Al, Quo Vadis patas arriba. Precio de admisión: un gato. Fue mi primera actuación pública. Ingresamos siete gatos en taquilla, pero obtuvimos unas ganancias netas de solo cuatro centavos. Tres gatos se escaparon. Bueno, así es el negocio del espectáculo».
Poco después, Groucho, que trabaja de recadero, trae una caja con pelucas. Aprovechando la ausencia de su madre, Harpo se disfraza de buscona, saca su voz chillona y se va a tomar el pelo a los Baltzer, una familia amiga de su tío Al. En su casa coquetea con los hombres y malmete a las mujeres, que gritan: «¡Sacad a esta prostituta!». Cuando llaman a la policía, Harpo se quita la peluca. «Estaba orgulloso de mi actuación. Me convertí en un personaje dentro de la familia».
Chico y Harpo se parecían tanto que en distintas épocas tocaron el piano en el mismo burdel, y la madame les confundió. A pesar de su voz, Minnie le mete en la troupe familiar con 14 años: «Con la primera mirada a mi primer público, volví a la infancia. Mi reacción fue instantánea e incontrolable. Mojé los pantalones».
El éxito les llegó años más tarde, tras innumerables giras por teatros inmundos, el primer día que Minnie les deja solos. «Corrí al escenario y empujé a Chico fuera del taburete del piano y empecé The holy city, en la variación de marcha rápida. Groucho me sacó de allí de otro empujón. Chico sacó a Groucho. Yo empujé a Chico. A lo largo de toda la absurda ronda, el piano siguió sonando y Groucho siguió cantando La donna è mobile en un italiano con doble sentido. El teatro se vino abajo». Eso fue justo antes de que una mala crítica decidiera a Harpo callarse profesionalmente para siempre.
Las memorias siguen con su amor por el arpa («Conocí a uno en el circuito Pantages [red de teatros] que perdió un ataúd con el cuerpo de su mujer dentro, pero yo nunca he perdido mi arpa»), su primera prueba para el cine en Hollywood («Un ayudante de dirección de la MGM me dijo: 'Lárguese de aquí y no vuelva»), el debut de los Marx en Broadway en 1924, su fama nacional, su pertenencia a la tertulia del neoyorquino hotel Algonquin, su triunfo en el cine y la tele, su éxito mundial, sus hijos, sus varios infartos de miocardio y reiteradas jubilaciones, hasta que escribe sus memorias en 1962, dos años antes de su muerte. Pero siempre añora aquella alocada infancia, con sus hermanos Leo (Chico), Julius (Groucho), Milton (Gummo) y Herbert (Zeppo). «Mi mujer dice: 'Para ser un tipo que se las da de ser un oyente profesional, últimamente hablas una barbaridad'. Entendido el mensaje. ¡Jonk, jonk!». Y la bocina enmudece.
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