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Marcus Harvey: Myra, 1995. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 6 de noviembre 2010. (RanchoNEWS).- Reproducimos el texto publicado por Adrian Searle en El Cultural: Con la inauguración de la exposición en la Royal Academy londinense se abrió la puerta a una nueva generación de artistas británicos poco ortodoxos: el arte se mezcla así con el escándalo y el marqueting.
Fue polémica y controvertida para el gran público y un enorme succès de scandale para los medios de comunicación. La exposición Sensation fue la responsable del fenómeno Young British Artists, un grupo de artistas, acogido por el magnate publicitario Charles Saatchi, que consiguió situar a Inglaterra en el centro del mundo del arte.
En el mes de septiembre de 1997 abría sus puertas en la Royal Academy de Londres la exposición Sensation: Young British Artists From the Saatchi Collection. La inauguración estuvo acompañada de protestas, dimisiones de miembros de la Academia y de ataques vandálicos contra algunas de las obras. En 1999, cuando la muestra viajó a Nueva York, Rudolph Giuliani, entonces alcalde de la ciudad, amenazó con retirar su apoyo financiero a la institución que la acogió, el Brooklyn Museum. Desde el primer momento, columnistas y dibujantes de prensa, expertos televisivos, arzobispos y políticos se sintieron legitimados para juzgarla. Ni adrede habría podido el magnate de la publicidad y coleccionista Charles Saatchi inventarse un anuncio mejor. Esta vez, el arte le hizo el trabajo.
La obra más controvertida fue un enorme retrato de la tristemente célebre Myra Hindley quien, en los años sesenta, había sido autora, junto a Ian Brady, de la violación y el asesinato de cinco niños cuyos cadáveres luego sepultaron en un humedal próximo a Manchester. El gigantesco cuadro de Marcus Harvey, basado en una fotografía de Hindley tomada por la policía en 1965, reproducida hasta la saciedad por los medios de comunicación británicos y conocida por cualquier persona adulta del país, se pintó utilizando como plantilla huellas de palmas de manos infantiles. Era inevitable que, tarde o temprano, un artista la usara, como lo era también que la presencia del cuadro en la Royal Academy desencadenara el debate. Hubo hasta quien pensó que Harvey glorificaba a la asesina del pantano. La controversia sobre aquella obra, y sobre otras expuestas en la muestra, resultó ciertamente agotadora, pero al menos demostró que las imágenes todavía conservaban algún tipo de poder.
En el Reino Unido y en Nueva York más tarde, la pintura de Chris Ofili de una Virgen María negra que descansa sobre bolas de excrementos secos de elefante e incluye toda una serie de elementos recortados y collages procedentes de revistas pornográficas enfureció a algunos católicos. De los maniquíes de Jake y Dinos Chapman, con sus narices-pene y sus rostros-vagina, se interpretó que incitaban al sexo con menores; una acusación a la que los artistas respondieron: «No se trata de abusos a niños: son abusos a maniquíes». Nada de lo que Marcus Harvey ha hecho desde entonces ha conseguido suscitar siquiera un murmullo, al contrario que Jake y Dinos Chapman, habituales de los medios de comunicación, aunque tanto por ser Jake y Dinos como por su arte. Ofili acabaría siendo el primer artista británico negro (es hijo de nigerianos) en representar al Reino Unido en la Bienal de Venecia y en la actualidad es objeto de una gran retrospectiva en la Tate Britain, donde su cuadro de la Virgen ha vuelto a exponerse, pero esta vez sin provocar el más mínimo comentario.
El sello Saatchi
Otras obras de Sensation –en particular la tienda de campaña de Tracey Emin, con los nombres de todas las personas con las que se había acostado grabadas sobre su superficie– fueron objeto de escarnio y de comentarios negativos. La tienda fue una de las piezas de un amplio espectro de artistas, que incluye a los hermanos Chapman, destruida en un incendio declarado en 2004 en las instalaciones de los importantes almacenes de arte MoMart.
Sensation puso por primera vez ante los ojos del gran público británico la colección de Charles Saatchi de obras realizadas por jóvenes artistas del país. Pero Saatchi ya era un personaje conocido. Junto a su hermano Maurice había planeado y organizado la campaña publicitaria que llevó al Partido Conservador y a Margaret Thatcher a ganar las elecciones de 1979. «Labour Isn't Working» (El laborismo no funciona), rezaba su cartel electoral de 1979, que mostraba una serpenteante cola de personas avanzando hacia la oficina del paro. Largas colas se formaron también ante Sensation, cuya inauguración coincidió con la euforia de los primeros meses de gobierno del Nuevo Laborismo de Tony Blair tras dieciocho años de ininterrumpida gestión conservadora.
Sensation fue toda una sensación y contribuyó a consolidar la preeminencia de Saatchi entre los coleccionistas británicos de arte contemporáneo. Unos coleccionistas que, en cualquier caso, eran poquísimos: en este país, las personas con posibles prefieren derrochar su dinero de otra forma. La identificación de Saatchi con la promoción del grupo de artistas que a partir de entonces comenzó a conocerse como Young British Artists, o YBA, y la sensación generalizada de que poseía el poder de lanzar o destrozar carreras, le habían granjeado ya una cierta reputación. La compra a precio de saldo de estudios enteros repletos de obras que apenas mostraba y que luego dejaba caer sobre las casas de subastas se convirtió en su imagen de marca. Pero no se limitó a garantizar la supervivencia económica de una generación de artistas: para algunas galerías privadas era igual de esencial tenerlo como cliente.
Y aunque Sensation mostraba obras de Damien Hirst, Tracey Emin, Gary Hume o Gavin Turk, muchos otros artistas de la exposición, como Mona Hatoum, Rachel Whiteread, Ofili, Mark Wallinger o el fotógrafo Richard Billingham, nunca fueron vistos como YBA, una etiqueta que, en cualquier caso, nunca quiso decir gran cosa. Con la perspectiva que nos da el tiempo, Sensation no fue ni radical ni propuso una revisión coherente del arte británico existente en 1997. Y, sin embargo, al poco de la inauguración se extendió la certeza de que las artes plásticas y la música británicas estaban conquistando el mundo. Los hermanos Gallagher, de Oasis, tomaban champán en Downing Street, el Britpop y el Britart causaban furor, Tony Blair era todavía el niño bonito que dejó de ser cuando comenzó la «guerra contra el terror»… A pesar de todo, «Cool Brittania», el eslogan turístico ideado para acompañar este retorno al vibrante Londres de los sesenta, pronto acabaría muerto y bien muerto por su propia estupidez.
Generación efímera
Yo apoyé Sensation y a sus artistas; y lo hice en parte para contrarrestar las críticas vertidas sobre el arte contemporáneo, que se resumían en la idea de que los artistas no eran más que unos farsantes que el poder e influencia únicos de Saatchi y la ayuda de una camarilla corrupta de críticos, comisarios y directores de museos imponían sobre el público. En esos días escribí que me alegraba «de vivir en la cultura que acogía obras como Ghost de Rachel Whiteread o A Thousand Years de Damien Hirst, con su tiburón dentro de una urna y su oveja». Hoy, todo parece muy lejano. Algunos de aquellos artistas han desaparecido; otros, como Tracey Emin, son miembros de la misma Royal Academy o de una generación de edad mediana y bien establecida, que los jóvenes creadores, más que imitar, tratan de evitar. Myra Hindley está muerta y ha caído el gobierno del New Labour. Mientras, Charles Saatchi continúa comprando y vendiendo y montando, en su centro de arte de Chelsea, una exposición tras otra de «nuevo esto y nuevo aquello». Como vemos, todo muy poco sensacional.
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