Rancho Las Voces: Textos / Carlos Montemayor: «Alí Chumacero, Facetas de un hombre renacentista»
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, noviembre 30, 2010

Textos / Carlos Montemayor: «Alí Chumacero, Facetas de un hombre renacentista»

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Carlos Montemayor +, Alí Chumacero + y Susana de la Garza, esposa, en el homenaje de Alí Chumacero del Fondo de Cultura Económica, en el Centro Cultural Bella Época, del FCE. (Foto: Pascual Borzelli Iglesias / abartraba)

C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de noviembre de 2010. (RanchoNEWS).- Con motivo del reciente fallecimiento del gran poeta mexicano Alí Chumacero reproducimos el siguiente texto de Carlos Montemayor que inicialmente fue publicado el miércoles 23 de abril de 2003 en La Jornada y después, un fragmento del mismo, sería leído por el chihuahuense durante la ceremonia del Homenaje Nacional a Alí Chumacero, en sus 90 años, efectuado en junio de 2008 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. ilustramos la nota con una imagen de Pascual Borzelli Iglesias, que retrata la amistad entre ambos personajes:

Celebrar a un poeta requiere numerosos esfuerzos. Requiere, claro está, de una vida dedicada al trabajo de construir para sí y para los demás ensayos, prosas, poemas que den voz a nuestra vida, a la conciencia profunda de individuos y pueblos. Y requiere de una sociedad que pueda reconocerse en esa obra artística que materializa su condición superior de vida e identidad. Un pueblo que exalta a sus poetas es un pueblo que se exalta a sí mismo. Porque el poeta habla, canta siempre a partir de lo que él es como ser humano, a partir de lo que su propio pueblo, su propia región trae ya de conciencia latente en los hombres que lo reciben al nacer, que lo acompañan mientras vive, que lo recordarán cuando se ausente para siempre.

Pero en abril de l987 Alí Chumacero recordó en su natal Acaponeta que Amado Nervo refería que en su tiempo los poetas eran rechazados por la incipiente burguesía y las personas de buenas maneras. «La imagen del que hace versos –apuntó Nervo– ponía el Jesús en la boca de todas las gentes sensatas; si se les hubiese definido, la definición habría sido ésta: Poeta: animal nocivo y ocioso; borracho, filósofo; antropófago. Por la noche devora niños; habla solo en las calles; no se baña jamás; tiene todos los vicios; no se peina y lleva una misma camisa quince días». Yo agregaría otra para nuestros días: «nunca trabaja, sólo está escribiendo».

¿Qué es el poeta? El poeta tiene como pasión y responsabilidad un trabajo con palabras. Esto puede parecer inútil. Nadie pretende de la noche a la mañana dominar las matemáticas o la notación musical, la economía o la biología, pues sabemos que es necesaria una laboriosa preparación. En cambio, como todos usamos las palabras cotidianamente, nos parece inútil saber más de lo que sobre ellas creemos saber. El trabajo del poeta aparece así como innecesario, sobre todo si llegamos a creer que la poesía es jugar con las palabras, formular frases alambicadas o dulzonas, convirtiendo el lenguaje en una sonaja o un adorno. El trabajo del poeta con las palabras es otro. Es el del sentido, el de explorar en el universo de sus significados posibles o latentes, el de expresar sin cosméticos la experiencia profunda de la vida, de la muerte, de la soledad, de Dios, de los pueblos, del amor. Es una búsqueda de la verdad. De la verdad humana, social, divina o erótica, según que la biografía de cada autor se imponga en el poema. Esta labor por la verdad y el sentido del lenguaje se liga con cualquier rama de la actividad humana, porque es el manantial de la lucidez y el pensamiento. Por ello el poeta tiene un compromiso con la cultura total de su sociedad: un compromiso educativo, político, crítico. Ésta es la constante labor que el hombre de letras trae a cuestas. Una labor constructiva que bien puede designarse con el nombre que más lo acerca a su origen histórico: la creación. Creador en los nuevos sentidos y en la recuperación de la verdad de las palabras. Creación de cultura. Creación de conciencia.

Grandes momentos de grandes pueblos están aparejados con la obra de grandes poetas. Israel sigue unido a poetas que escribieron esos libros que el mundo de Occidente llama sagrados: la Biblia. Desde las primeras páginas del Génesis leemos que Dios dijo: «¡Hágase la luz!» y la luz se hizo. De esas palabras de Dios brotó la existencia. En la Biblia, Dios es un poeta y su poema es el universo mismo. San Juan, en su Evangelio, afirmó que Cristo es el Verbo. La palabra que se traduce por verbo es en griego logos, más cerca de la voz sentido que de la palabra verbo. Cristo es el significado de esa palabra creadora. Para los griegos, el centro del mundo estaba en el santuario de Apolo en Delfos, en las cumbres del Parnaso. Ahí el dios hablaba por medio de pitonisas, consultado por los pueblos de su tiempo. Pero el dios Apolo se expresaba en pequeños poemas compuestos en hexámetros. El paralelo entre dioses y poetas, entre la palabra y la creación del mundo o la liberación de la vida, se repite en las más memorables culturas de la tierra. No hay grandes países ni nobles regiones sin poetas que los expresen. Los pueblos sin poetas son culturas pobres. Porque los poetas son la voz de los pueblos, la conciencia que se fragua en el interior de los hombres de esos pueblos. Así, cuando se rinde homenaje a un poeta, vibra ya la conciencia que un pueblo ha alcanzado de su propia vida. Ahora Nayarit celebra a Alí Chumacero. Sean, pues, los minutos que me restan, para decir quién es Alí Chumacero y cuál es la obra que celebramos en él.

Cuando recibió el Premio Alfonso Reyes, en mayo de 1987, expresó que el jurado le confería el premio a «un escritor que se ha preocupado especialmente, más que por escribir, porque los demás escriban». Y agregó: «Como simple profesional de las letras y persistente tipógrafo, puedo jactarme de que nunca he cejado en colaborar corrigiendo y aun rehaciendo renglones y párrafos de otros escritores. El interés por la obra ajena no es desinterés por la propia: todo fluye hacia un destino común. Tipógrafo más que literato, ser humano más que poeta, más cerca de la tierra que del follaje, el haber concurrido en estos menesteres me ha procurado la satisfacción sólo percibida por quienes sospechan que servir a los demás es tan respetable como servirse a sí mismo».

En efecto, la poesía es una parte de la amplia y fecunda obra de Alí Chumacero. No es un juego de palabras. La obra del poeta Alí Chumacero no se reduce a los poemas que aparecieron compilados en 1980 con el título Poesía completa y con prólogo de Marco Antonio Campos. Tampoco se agota añadiendo el título Los momentos críticos, que publicó el Fondo de Cultura Económica en 1987 con prólogo de Miguel Ángel Flores. Si bien esto podría bastar para fijar el gran valor de su obra escrita, es necesario recordar aquí, y reconocer, que sus obras se prolongan hasta la fecha en varios aspectos fundamentales para la cultura contemporánea de México.

Podríamos quizá fechar el inicio de algunas de sus facetas. Por ejemplo, decir que en 1936 se inició en su labor literaria, como lo demuestran sus reseñas publicadas ese año sobre la literatura rusa y sobre Amado Nervo en las revistas Estudiantina y Nueva Galicia de Guadalajara. Otra fecha, también, que lo convertiría en elemento notable en las importantes revistas de la cultura nacional se sitúa en 1939, cuando en colaboración con Jorge González Durán, José Luis Martínez y Leopoldo Zea comenzó a preparar una nueva revista literaria que apareció en enero de 1940, Tierra Nueva. La Universidad Nacional de México fue, pues, el medio en que Alí Chumacero inició su vocación fundamental de manera sistemática y profesional: por el coordinador de Humanidades, Mario de la Cueva, fue redactor de la revista Tierra Nueva; por el apoyo de Alfonso Noriega, secretario general de la Universidad, fue autor de un primer libro de poemas: Páramo de sueños.

Pero independientemente de la significación histórica de la revista Tierra Nueva, Alí Chumacero siguió colaborando como redactor en otras publicaciones periódicas importantes. Después de 1942, año en que desapareció Tierra Nueva, fue redactor de 1943 a 1946 de El Hijo Pródigo, y en el mismo tiempo de Letras de México. A partir de su colaboración con Octavio G. Barreda en El Hijo Pródigo, revista fundamental en la que concurrieron los escritores de las revistas Contemporáneos, Taller, Tierra Nueva y autores españoles exiliados tras la caída de la república, Alí Chumacero se integra en el corazón editorial, crítico y lírico que dará el perfil definitivo a la cultura mexicana del siglo XX. Después, durante varios lustros, colaboró aún como redactor al lado de Fernando Benítez, en México en la Cultura, de Novedades, que inició en México la tradición de los suplementos culturales de periódicos y luego en La Cultura en México, de Siempre! Por decisión personal, Alí Chumacero terminó su importante y valiosísima labor de redactor de revistas culturales en 1973, cuando declinó la invitación para participar en la redacción de la revista Plural, que en ese tiempo creó Excélsior con el poeta Octavio Paz. Tal labor, pues, fue una de las más notables, pródigas y generosas actividades del poeta Alí Chumacero: impulsor, mediante las principales revistas literarias y culturales de México, de los escritos que sobre filosofía, historia, política, literatura y poesía conformaron el perfil de la cultura contemporánea de México.

Otra faceta de su obra se origina desde el primer momento que Tierra Nueva se prepara a salir a la luz: me refiero a su faceta editorial y tipográfica. Alí Chumacero, como hombre renacentista, es el maestro de una importante generación de escritores e intelectuales dedicados a la producción editorial de manera profesional; maestro que sostiene el perfil tipográfico de importantes editoriales de México. Directamente, contribuye a la solidez formal de la producción del Fondo de Cultura Económica y de otras ediciones publicadas incidentalmente como la célebre colección SepSetentas. Pero de manera indirecta, su labor de maestro se extiende desde el mismo Fondo de Cultura Económica actual hasta las diferentes editoriales universitarias que han tenido desde sus orígenes como jefes editoriales a alumnos suyos. Esta faceta, pues, debe reconocerse como una más de sus acciones fundamentales en la vida cultural del México contemporáneo.

Otra de las actividades de Alí Chumacero ha sido la de investigador y recopilador de obras completas de varios escritores mexicanos del pasado siglo. Las ediciones de Xavier Villaurrutia, de Gilberto Owen, de Efrén Hernández y de Mariano Azuela, o la primera edición moderna de Jorge Cuesta, son instantes notables en la historia de la crítica literaria mexicana contemporánea. Ésta, por sí misma, es una labor que le aseguraría un lugar distinguido en la historia de nuestra literatura. Pero hay que agregar algo más: la tenaz y continua tarea de reseñista, articulista y divulgador de poesía, narrativa, filosofía y ensayo de México, Hispanoamérica, España y Europa, como lo testimonia el volumen Los momentos críticos, que evidencian su juicio imparcial, objetivo, sereno, profesional, con que se acercó a todas las expresiones literarias del mundo contemporáneo.

No menos destacada es la labor que después desempeñó en la asesoría sistemática a los novísimos escritores mexicanos en dos instituciones importantes: el Centro Mexicano de Escritores y las becas Salvador Novo. Semana tras semana, orientó y discutió los trabajos de becarios que de varias partes del país concurrieron allí para dar cima a su formación profesional como hombres de letras.

Pero además, y sobre todo, por supuesto, Alí Chumacero es creador de poesía. De una obra poética que podemos considerar clásica porque sus raíces se remontan a los preclaros orígenes de Quevedo, a la serenidad, elegancia y nitidez de la mejor poesía del Siglo de Oro, y porque su presencia es ya fundamental en las letras mexicanas. Poesía en cuya cadencia ninguna voz, ningún verso, ninguna frase destruye el ritmo interior y perfecto con que se integra el poema. En cuya impecable belleza las notas desgarradas del sentimiento de la muerte o de la soledad crecen como los ojos perfectos de las estatuas que miran para siempre el infinito. En cuya madurez perfecta la vida de la mujer, de la descendencia, del peregrino en la sorpresa del instante de su especie o su linaje, logra alcanzar el momento cálido de lo eterno, él, que pasa, que al contemplar en unos ojos verdes la belleza, llega después a la condición mortal en que todo hombre demora su razón, su sed, su camino. Hacedor de belleza, hacedor de profundos poemas en cuya armonía a todos nos avisa, para que lo recordemos, que el olvido es la huella que la ausencia de nuestra vida va dejando:

«Leve humedad será nuestra elegía
y ejércitos de sombra sitiarán para siempre
el nombre que llevamos.

Porque sólo un imperio, el del olvido,
Esplende su olear como la fiel paloma
Sobre el agua tranquila de la noche».

Sí, éstas son las facetas de la numerosa obra del poeta Alí Chumacero. Parecería imposible señalar otra más. Parecería imposible que hubiera dispuesto de tiempo para dedicarse también por entero a construir todavía otra.

Pero algo más logró Alí Chumacero, y que puedo enaltecer como otra de sus obras: seguir siendo hombre, seguir siendo humano, seguir siendo amigo, vital. Seguir abriéndose paso en la euforia de la vida, con la energía que vivir requiere, con la pasión que estar vivo significa, con el entusiasmo sensual, corporal, espiritual, que abrirse a la vida exige. Esta fuerza cumple el periplo que va del hombre al poeta, esta potencia engrandece la naturalidad que permite a la poesía enriquecerse con la vida y a su poesía enriquecer nuestra propia vida.

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