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El fundador de el Sistema Juvenil e Infantil de Orquestas de Venezuela. (Foto: Alfredo Cáliz)
C iudad Juárez, Chihuahua, 31 de octubre 2011. (RanchoNEWS).- ¿Quién es José Antonio Abreu? ¿Qué ha conquistado? ¿Qué misteriosa fuerza habita su cuerpo enjuto capaz de derribar todos los muros de la marginación camino del arte? Uno observa a este milagro de hombre tenaz caminar y no acaba de entender de dónde brota su férrea voluntad para cambiar el mundo. Pero el caso es que lo ha logrado. En su ámbito. Lo va conquistando sin descanso, a su medida, ocupando cada onda de los círculos concéntricos expandidos a lo largo de su vida para demostrar que la música salva vidas. Una entrevista de Jesús Ruíz Mantilla para El País:
Este economista apasionado de las matemáticas que se decidió por perseguir la utopía de la dirección musical, quizá embrujado por las notas de la Quinta sinfonía de Chaikovski, su favorita, tuvo un día un sueño. Fue a la manera de Martin Luther King: «Llenar Venezuela de orquestas». Eso, dicho hace 36 años movía a la carcajada, a la burla. Pero él no se arredró.
Empezó con 11 músicos en un garaje dispuesto con 25 atriles. El primer día de ensayo sobró espacio. Hoy no caben a lo largo y ancho del país, donde ha abierto 280 escuelas. Hoy es una realidad que ha implantado, además de un sistema pedagógico revolucionario donde se multiplican los prodigios como el ya reconocido joven director Gustavo Dudamel, los incontestables resultados de una inclusión social que ha rescatado de la marginación actualmente a 400.000 niños y jóvenes –la mayoría, con escasos recursos– en un país azotado por la violencia, el crimen y la inseguridad.
Y lo ha hecho a través de la música. Como un visionario. Adaptando las fronteras no a la escueta realidad de los informes, sino a sus propios anhelos. Como los grandes hombres, conscientes de que la sociedad civil empuja los profundos cambios en estructuras inamovibles. Con el inconformismo como actitud y la lógica aplastante de una idea romántica como bandera.
Pero para lograr lo suyo, Abreu aúna en sí una compleja personalidad en la que se mezclan el pragmatismo y la diplomacia con la ambición de pedir lo imposible; la sensibilidad artística con el compromiso; la estrategia –ocho Gobiernos lo han apoyado en su labor– con la determinación. El resultado es un personaje hoy reconocido en todo el mundo como un hombre por encima del bien y del mal, alabado por genios de la dirección de orquesta e intérpretes –desde Claudio Abbado hasta Simon Rattle, Barenboim o Plácido Domingo–, buscado como referente por instituciones como Naciones Unidas y aclamado con premios que van desde el Príncipe de Asturias de las Artes hasta el prestigioso Echo Klassik de la industria musical alemana.
Inconformista, sabio, delicado, culto, pero de genio militar y fuerte carácter cuando es preciso, consciente de que dirige una especie de ejército, el maestro Abreu no se para en barras. Su sistema de orquestas ha cuajado con resultados asombrosos en Venezuela desde hace cuatro décadas, pero ahora se extiende por América Latina en proyectos similares dentro de las favelas de Río de Janeiro, los rincones más apartados de Argentina o los barrios más hundidos en la miseria de Colombia. Por no hablar de Estados Unidos, Asia y Europa, donde muchos países tratan de implantar un método pedagógico que salve el nivel de sus estudiantes para el futuro de la música clásica.
Cuesta mucho trabajo calificar de orquesta «juvenil» a la Simón Bolívar. La que es formación más importante del sistema, ¿ya ha roto la cáscara, propiamente?
El hecho es que se trata de una orquesta joven, orgullosa de su condición porque se expresa en términos de vitalidad y entusiasmo sin menoscabo de la excelencia. Ya está fuera de la cáscara, pero ese aspecto no es importante. De lo que se trata es de salir al encuentro con la música y su verdadero sentido. Su verdadera razón de ser, que para nosotros es un mensaje que trasciende lo estético, lo musical.
¿Para llegar a dónde?
A algo parecido, en cuanto al contagio, a lo que supuso el boom literario latinoamericano hace años. Ellos han creado un boom que se extiende a otras orquestas, que inspira para configurar una generación de jóvenes con una visión diferente. Una visión que encuentra su máxima justificación en el legado social. Este aspecto transforma nuestro trabajo de manera radical.
¿En qué sentido?
Ya no sólo sirve la música al mero disfrute, sino que entra de lleno en la esfera de los valores. Ya no se atiene al efecto que pueda causar en la crítica especializada o en ciertos sectores de la élite, sino que busca abrirse a un público más amplio que se deje contagiar precisamente por los orígenes de quienes forman las orquestas: niños y jóvenes salidos de barrios marginales, con medios y bajos recursos, comprometidos con sus entornos y sus países y su identidad latinoamericana como prueba de una energía distinta.
¿De qué tipo?
Más unida, más solidaria, con una nueva faz y empujes renovados en cada generación venidera. Los niños que llegan detrás de estos multiplicarán su nivel.
¿Cómo logra el sistema un talento global?
Por el efecto demostración.
A ver...
Muy fácil. Por el impacto que un grupo determinado dentro de un conglomerado artístico ejerce sobre el resto de sus componentes. Dando ejemplo, así de sencillo.
O de complicado.
El hecho de que esté sentado frente a un atril junto a alguien que toca mejor que yo es una palanca que me impulsa a ascender, a mejorar. Yo viví esa experiencia cuando formaba parte de una orquesta escuela en el Estado Lara.
¿Y aprendió esa clave de aquella experiencia?
Allí estudiaba violín junto a una muchacha que tocaba brillantemente. Trabajar con ella, la necesidad de adecuarme a su nivel para ir al unísono, me hizo mejor. Nunca lo olvidé. Y con el tiempo comprobé que ese efecto persistía en todos los grupos. Al principio consigues resultados heterogéneos, pero, al final, los niveles superiores acaban arrastrando a los inferiores. Nunca ocurre al revés, si fuera al contrario, la orquesta se disolvería.
¿Cómo se llamaba la muchacha?
Se llamaba Pastora Guanipa. No es que fuera una virtuosa; sencillamente, tocaba mejor que yo. Tuve la suerte de que me colocaran al lado, porque me obligó a demostrar mi valía, y es algo que después compruebo que ocurre todos los días en nuestras orquestas.
Puro efecto contagio.
Dinámica de grupo que funciona aún con más fuerza en el campo coral y vocal. La proximidad es mayor, y la voz propia remonta y remonta hasta límites desconocidos.
Pero ahí existe una frontera física.
Sí, pero cuando se exprime en él la técnica vocal, el cantante logra traducir lo mejor de sí mismo en beneficio de un efecto conjunto. Se aprecia en el campo infantil. Si el niño canta sin orientación, grita, no controla su garganta ni su respiración.
Para el efecto contagio en grupo, ¿no es necesario antes una sólida formación individual?
La clave de nuestro sistema es ese balance entre la formación individual y el trabajo en grupo. No existía eso en la educación musical. El esfuerzo del trabajo propio debe aplicarse a una disciplina de grupo permanentemente, si no, queda en nada.
¿El espejo del compañero y el espejo del profesor? ¿O existe algo más?
Se deben dar tres circunstancias para que funcione todo el engranaje: la disposición individual, la dinámica de grupo y una dirección que ejerza un liderazgo apto para obtener el mejor efecto posible. Esos tres factores son los que proporcionan un gran nivel, cuando falta alguno de ellos, el resultado es irremediablemente mediocre. El sistema se encarga de articular los tres, cuando se conjugan sabiamente se logran los resultados. Ésa es la mayor clave de nuestra coherencia pedagógica.
¿Y todo encaminado a un objetivo social?
No puedes encaminar eso en virtud de una comodidad. En el aspecto social, la inclusión es el principio básico. Nuestro lema son los pobres primero y para los pobres los mejores instrumentos, los mejores maestros, las mejores infraestructuras. La cultura para los pobres no puede ser una pobre cultura. Debe ser grande, ambiciosa, refinada, avanzada, nada de sobras. Además, ellos multiplican su efecto, porque son enormemente agradecidos ante el esfuerzo. No es práctico incorporar a su vida esa faceta como si fuera un florero.
¿Pero cómo se logra hacerles comprender en determinados ambientes donde la lucha por la supervivencia es una guerra diaria que la música puede ser crucial para ellos? ¿Qué argumento les resulta más válido?
Cualquier muchacho de un barrio marginal, sometido a las tensiones de la violencia, la inseguridad, el asesinato, el robo, puede elegir tocar un instrumento como algo intrascendente. Pero la mera presencia de ese instrumento en la casa puede volverse fundamental y cambiar su vida. Cuando vives en una cloaca y un maestro toca a tu puerta, con ese sencillo gesto ya estás realizando un acto de inclusión. El instrumento es el cebo, del resto se encarga el sistema. Ambos combinados obran el milagro.
Habrá fallos, habrá fracasos.
Muy raro, parece mentira que un simple instrumento obre eso, cuando después se ven atrapados en la red del sistema, raramente regresan a la marginalidad. Nunca más. La marginalidad se ha demostrado algo reversible a través de la música y el trabajo bien organizado. Por una razón muy sencilla.
¿Cuál?
Porque una vez que se empiezan a apreciar los resultados, el muchacho se convierte en un héroe. Cuando hace años se produjo una tragedia en La Guaira, a algunas personas afectadas se las reconoció por su instrumento. Era lo que les diferenciaba en el barrio. Ésa es su seña de identidad. Me gusta recordar a Teresa de Calcuta en esto cuando dice que la verdadera pobreza no es la falta de pan, ni de techo, la verdadera pobreza viene de la sensación de no ser nadie.
Eso es una muerte en vida.
Yo lo veo constantemente. Cuando un muchacho toca por primera vez ante sus padres, ese día nace un nuevo ser humano. Se produce una revolución en la vida del niño: a partir de entonces es alguien, adquiere una insólita dignidad que da lugar a una especie de constelación de anillos en la que se agrupa su familia; después, los vecinos, la gran comunidad, el gran anillo que lo protege. Las orquestas han cambiado muchas áreas peligrosas en Caracas y las grandes ciudades o en Estados alejados, junto al Amazonas, donde me propuse fundar núcleos del sistema. Lugares donde, si no llegaban los instrumentos, los padres fabricaban los suyos propios con restos de hojalata para tocar en bodas y bautizos. Ni se imagina la gente la emoción tan grande que pudieron sentir cuando les llegaron los de verdad.
¿No guardan los antiguos?
Conservan algunos.
Donde ha creado usted una verdadera escuela es en la dirección de orquesta. ¿Cómo los detecta? Los muchachos dicen que es un misterio.
Eso se descubre. Tiene uno que asistir a la dinámica de una orquesta para verlo. Siempre hay tres o cuatro músicos a los que les interesa, y ahora el fenómeno se está multiplicando por el efecto Dudamel. Es bueno, porque eso les lleva a estudiar a fondo, a formarse, se fijan en él y en los grandes, van a verlo, lo observan. Acuden a mí con cierta ingenuidad y con mucho entusiasmo. Yo trato de atenderlos, para mí es una cuestión prioritaria.
Pero habrá algunos que sirvan y otros que no. ¿Cómo se sabe eso a una edad tan temprana?
Primero observo su actitud, luego calibro su ambición: debe existir una ambición de liderazgo, y eso se detecta rápido. Con el tiempo deben desarrollar ese liderazgo sin hacerse notar, discretamente; si no, cuentas con el riesgo de que la orquesta se te ponga en contra y eso es terrible. Después hay que fijarse en su musicalidad, esta debe ser suficientemente aguda. La ambición lleva a una obsesión por el autodidactismo. Saben que deben someterse a todas las disciplinas por severas que sean y que el camino está lleno de obstáculos. Aprenden hasta de los malos directores, viéndolos saben lo que no quieren ser. Son muy agudos en eso. Luego existe algo infalible.
¿Qué?
Su reacción ante los errores. Un director desarrolla un oído perspicaz, cuanto más perspicaz, más se inquieta ante los fallos. Debe oír todo y oírlo bien. Si no es así no pueden controlar el resultado. Entre la masa de sonido que desprende una orquesta debe ser capaz de detectar cada fallo. Eso es una cualidad que se desarrolla. Algunos manifiestan algunos tics y reacciones físicas. Algunos patean el suelo automáticamente, todo eso va conformando una experiencia viva que otorga una solución a cada tropiezo.
¿Empieza siempre con la misma partitura su primera lección?
No utilizo una partitura específica. Elijo algo personal y diferente para cada uno. Primero les educo el gesto, el control métrico, la medida, el pulso, les enseño a manejar el tempo; esa cualidad, si no la poseen, se les puede formar.
¿Cuándo empezó usted a soñar?
Desde la noche en que me senté a dar ese concierto con Pastora Guanipa. Tenía 10 años. A partir de entonces siempre me he sentido tan impetuoso como un niño. Me fascinó lo que yo experimenté tocando en la orquesta, el misterio de aquello, el milagro. Todavía me causa perplejidad, cada vez más.
Pese a sus trabas, sus inconveniencias, su gestión, el duro camino para que todo suene como es debido, ¿habrá días en los que no pueda más?
Ninguno. Pese a todo, porque no hay nada más sublime en la vida que dar, y cuanto más das, más recibes, y ésa es la felicidad que uno tiene, con la que cuenta, y es mucha. Ahí reside el auténtico sentido, todo el sentido.
¿De ahí saca las fuerzas, de esa felicidad?
No hay jornada en que yo no sienta un mandato diario. Sino respondo a él cada segundo, me encuentro mal. Debo sentirme activo, con la intensidad de una entrega cotidiana.
Pero existen límites físicos.
Todos somos imperfectos, pero la capacidad de entrega, para mí, no es limitada. En un mundo egoísta, materialista, la tentación de aislarse, de egotizarse, es muy grande. Dios nos ayuda en la lucha, sustancialmente, solos no podemos hacerlo.
¿De dónde le sale la motivación a estas alturas, con los achaques? Todo el mundo se lo pregunta.
Siento la necesidad de no defraudar a quienes dependen de mí, a una enorme comunidad, eso me convierte en un ser infatigable.
Para descanso, el descanso eterno, repiten sus discípulos. Ni vacaciones les da. ¿No es demasiado lo que les exige?
Lo que digo puede parecer un sacrilegio, pero lo digo con el sentido más alto y más noble.
¿Y cómo imagina usted el descanso eterno?
Mientras permanecemos aquí no estamos para eso, sino al servicio de los demás. Estoy convencido de que después de la muerte seguimos trabajando donde quiera que acabemos: que en el cielo hay trabajo, que la casa de Dios no es la del ocio, trabajamos con él, nos asociamos con él, esa suerte tenemos. Contamos con el privilegio de hacerlo en esta vida y después. Yo le ruego cada día que me haga sentir activo, útil, dispuesto a compartir un mínimo esfuerzo por bien de la música.
Y la música, ¿qué es? ¿La armonía hasta el límite infinito?
Es el último extremo, la máxima expresión del hombre para alcanzar el mundo sublime, indescriptible, invisible, por eso no se puede ver, ni palpar. Se vislumbra con los ojos del alma.
¿Los mandatarios entienden tanta abstracción? Usted ha pasado por todos. Ocho presidentes en su país. Parece por encima del bien y del mal.
Nunca diría eso. No me han podido negar su apoyo jamás porque ahí están los resultados. No dependemos de los Gobiernos, sino de esos frutos que damos. Al principio nos costaba e íbamos a los alcaldes y a los gobernadores a convencerles de la necesidad de implantar núcleos. Hoy son ellos quienes acuden a nosotros, y no solo en Venezuela, llegan a que les montemos su escuela. Todo el mundo quiere su propia orquesta y su propio Dudamel. Hoy, nuestro país entiende que la música le ha colocado en una situación de prestigio internacional. Creo que es importante hacerles ver que existe un progreso en la presencia de la música para articular la sociedad. Además, los ciudadanos cada vez demandan más el arte y la dignidad del artista. Cada vez los ensalzan más y reconocen la labor de los grandes creadores.
En eso, mucha gente se mostrará escéptica, los artistas sobre todo.
No puedo hablar por otras partes del mundo desconocidas para mí, pero en lo que se refiere a América Latina siento una enorme receptividad ante el artista y el creador porque son figuras que rescatan a sus sociedades del materialismo, el esnobismo, la cerrazón y lo endogámico.
Incluso los artistas de más raigambre popular. El sistema implantado por usted no olvida las raíces. ¿Cómo se complementan los mambos con Mahler?
Los géneros de la gran música tienen su raíz en lo popular. Parten de esa base para elevarlo después a algo más sofisticado. Bach estuvo atento a la esencia de la música del pueblo en su día, algunas danzas son el tema de sus suites para violonchelo, por ejemplo. La música latinoamericana no se puede entender sin esa identidad en el caso de compositores como Villalobos, Ginastera, Piazzolla. ¿Quién es Gershwin en la música del siglo XX sino un músico popular? ¿De dónde sale el jazz? En cuanto a la música que más impacto tendrá en esta época estoy convencido de que será toda aquella que fomente la explosión del ritmo. Sobre todo en nuestro ámbito, la juventud se engancha por ahí.
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