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El juego de las decapitaciones. A partir de un cuento de José Lezama Lima. (Foto: Cortesía del artista)
C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de mayo de 2012. (RanchoNEWS).- En 1985 Benjamín Domínguez creó su serie Variaciones sobre el Matrimonio Arnolfini, a partir de la obra de 1434, de Jean Van Eyck. En uno de sus cuadros, Domínguez pintó una pieza llena de movimiento que remite a dos momentos: el año 1968 y el sismo de septiembre de 1985. Ahora, el artista hace con sus pinturas exploraciones en torno de los decapitados. No son variaciones, sino que es su manera de relacionarse con el presente a partir de principios de la pintura. Una nota de Sonia Sierra para El Universal:
Son 20 los cuadros de Variaciones... y han sido expuestos a lo largo de 27 años en México, Estados Unidos y Europa. Este 2012, cuando Benjamín Domínguez acaba de cumplir 70 años, los trae de vuelta a la ciudad de México. Presentará 19 de esa serie en la galería Juan Soriano del Centro Nacional de las Artes, donde se exhibirán a partir del 30 de mayo. Esas pinturas estarán junto a cuatro grandes óleos en los que el artista explora el tema de las decapitaciones, esta vez en diálogo con el cuento Juego de las decapitaciones, del escritor cubano José Lezama Lima.
«Esos cuadros contienen ese sentido de lo barroco, de lo terrible, casi no los exhibo por su temática».
En su taller, que está en la colonia Condesa, Benjamín Domínguez, nacido en Jiménez, Chihuahua, en 1942, recuerda que en las Variaciones... que realizó para Bellas Artes, plasmó todas sus obsesiones.
Aquella obra de finales de la Edad Media, a Domínguez le sigue provocando una pregunta: «¿Qué tiene este arte que después de 500 años sigue teniendo tanta atracción para la gente?»
E intenta respuestas: «El cuadro de Van Eyck me sorprende por la claridad que tiene para la época. Está lleno de símbolos: un candil, una ventana, un perro y dos elementos inamovibles: una pareja y una habitación». Domínguez introdujo el cambio en vida de la pareja y en cada pintura suya ésta empieza a amarse, a odiarse, a destruirse. Como pasa con los motivos en el arte, están ahí para que distintas generaciones los recreen. Las variaciones, dice Domínguez, «han dado mucho, son las que han logrado que el arte avance».
Ambiente surrealista
Sus pinturas no son surrealistas; surrealista fue el mundo donde el pintor creció; como en la literatura de García Márquez, los gitanos y el circo eran frecuentes para el niño que al cumplir 20 años entró a estudiar en la Academia de San Carlos en el DF. Esos mundos han venido ahora a aparecer en cuadros donde hay seres tatuados, levitaciones, lectura de cartas, mujeres araña, erotismo.
«El desierto es como el lienzo en blanco para un niño y para un artista, es el lugar virtual donde se dan todas las fantasías porque todo está por inventarse. Fue muy importante para mí de niño porque descubrí cosas que ahora están marcando mi trabajo. Los que crecemos en el desierto nunca estamos despiertos completamente, vivimos en una especie de vigía entre el sueño y la realidad. Hay sensación de movimiento siempre, 45 grados de temperatura y todas las cosas se mueven», dice.
Aunque la reiteración es fundamental, el riesgo estriba en estancarse, reconoce. Por eso, a sus 70 años, Benjamín Domínguez indaga en otros lenguajes: video y fotografía.
Tras esta exhibición, el pintor chihuahuense considera guardar las 19 obras; entre otras cosas, serán objeto de conservación. Una de las claves de preservación de esas pinturas es que Domínguez las hizo en la misma técnica de Van Eyck, al temple y óleo, y cada cuadro fue pintado tres veces.
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