.
El escritor uruguayo. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de mayo de 2012. (RanchoNEWS).- El escritor Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) nació bajo el signo de Virgo; «por tanto, soy un perfeccionista insoportable». Por eso su nuevo libro Los hijos de los días tuvo 11 versiones antes de ser publicado por Siglo XXI Editores. Una nota de Ericka Montaño Garfias para La Jornada:
Lanzado el pasado abril, el volumen agota su primera edición. Se presentó en Uruguay, Argentina y ahora en España. Se prevé que a finales de este año el autor de Las venas abiertas de América Latina regrese a México con esas 366 historias bajo el brazo.
Galeano se ha convertido en el guardián de esas pequeñas historias que conforman la Historia. «Vivimos presos de una cultura universal que confunde la grandeza con lo grandote. Yo creo, o más bien dicho yo sé, por experiencia, que la grandeza alienta, escondida, en las cosas chiquitas, las pequeñas historias de la vida cotidiana que van formando el colorido mosaico de la historia grande. No es fácil escuchar esos susurros cuando malvivimos la vida convertida en espectáculo estrepitoso y gigantesco», responde a La Jornada en entrevista por correo electrónico.
Tiraje de 13 mil ejemplares
Los hijos de los días, cuyo tiraje fue de 13 mil ejemplares, está escrito en forma de calendario, un contador de días bisiesto (como fue este 2012), y cada página es una pequeña historia de muchos temas: la mujer, el poder, los mayas, las culturas originarias, el hombre, el poder, la legalización de las drogas (del cual se ha manifestado en favor en varias ocasiones), México, la lucha contra las drogas que, como escribió en la entrada del 27 de octubre, «está convirtiendo a México en un enloquecido matadero».
Obviamente, dice, «hay que legalizar (las drogas). No se legalizan porque son el negocio más lucrativo del mundo, y en el mundo, tal cual es, lo que es rentable es bueno. Las prohibiciones funcionan al revés: regalan publicidad gratuita a lo que prohíben. La ley seca hizo multimillonario a Al Capone».
Es un volumen que no cabe en ninguno de los géneros y, sin embargo, es todos: periodismo, literatura, música, poesía. «El libro en forma de calendario ofrece una estructura tentadora, pero también opresora. Este libro me costó mucho más trabajo que los anteriores, justamente porque tenía menos libertad para articular las historias en función de su ritmo narrativo: el almanaque mandaba, y yo no tenía más remedio que obedecer, pero me las arreglaba para que, por debajo de las palabras, los ríos subterráneos condujeran los ritmos. Y al cabo de más de cuatro años de trabajo, trabajo de noches y días, creo que fui logrando que esos ríos fluyeran con bastante libertad».
Los hijos de los días «se inspira en una versión del Génesis que escuché, hace añares, en una comunidad maya de Guatemala, y que ahora abre el libro tal como la guardó mi memoria. Eso condujo a todo lo demás: si somos hijos de los días, nada tiene de raro que cada día contenga una historia para ofrecer. Porque nosotros, sus hijos, los humanitos, estamos hechos de átomos, pero también estamos hechos de historias. Y las historias fueron apareciendo, a medida que el libro se echaba a andar, como los días.
El placer que existe detrás de buscar y encontrar estas historias «es descubrir lo que no ha sido contado, o ha sido mentido por las voces del poder: esas contravoces que el poder oculta porque no le conviene que se sepan».
Los temas que desgrana a lo largo de estas páginas, ninguno de los cuales le resultó incómodo y en cambio los vivió como un nuevo desafío, son todos aquellos que «han sido ignorados o traicionados. Me da placer ayudar, aunque sea un poquito, a que no sean invisibles quienes merecen ser vistos, y a que sean escuchados quienes de veras tienen algo que decir. En esto yo no coincido con mis hermanos de la teología de la liberación, cuando dicen que quieren ser la voz de quienes no tienen voz. Todos tenemos voz, todos tenemos algo que decir que merece ser escuchado, quizá celebrado o por lo menos perdonado. El problema está en que la plaza pertenece a todos, pero los parlantes están en poquitas manos».
Ya no sabemos si se puede seguir hablando de vencedores y vencidos. La razón: «Estamos viviendo cambios a ritmo de vértigo, en un mundo que nace de nuevo cada día. Y lo mejor que tiene está en su capacidad de sorpresa. Yo no sé, y no quiero saber, lo que me espera a la vuelta de cada esquina y al principio de cada día. No quiero saberlo, porque es lo inesperado lo que da gustito a la vida. Cuando alguna gitana se me acerca para leerme el porvenir, yo le pago para que no cometa esa crueldad».
Éste es un libro que duele.
Sí, el libro duele. Pero no solamente duele. También da de reír, ¿no? Al menos, eso sentí al escribirlo. Y ojalá transmita esperanza, si ella brota solita, sin que el autor le dé la orden. Yo no creo en los optimistas full time. Yo soy optimista y pesimista, según la hora del día, y a veces ambas cosas a la vez. Volviendo a los mayas, los optimistas a tiempo completo me parecen sospechosos: me resultan demasiado parecidos a los hombres de madera que los dioses mayas crearon por error: no tenían desaliento, pero tampoco tenían aliento.
Los hijos de los días se publica cuatro años después de Espejos: una historia casi universal, y después de 11 versiones, «porque nací bajo el signo de Virgo, y por tanto soy un perfeccionista insoportable, y también porque mi lectora más entrañable, Helena Villagra, es también la más implacable. Y ella me fue obligando a cortar y a rescribir y a rescribir nuevamente, hasta que por fin me dio luz verde. Como decimos los machos rioplatenses: en mi casa, obedezco yo».
¿Qué sigue?
¿Ahora? No sé. Estoy recién parido, me siento vacío. Eso se llama puerperio, ¿no? La verdad es que da algo de angustia. Tú, que eres mujer, ¿podrías darme ánimo y decirme qué otros hijos llegarán? Te lo agradeceré.
(Los hijos de los días será presentado este jueves en la Casa de América, en la capital española.)
REGRESAR A LA REVISTA