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Aspecto de la bienal. (Foto: Alejandra Ortiz)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de junio de 2012. (RanchoNEWS).- Las actividades de la novena edición de Manifesta, única bienal itinerante, que comenzaron hace unos días y concluirán el 30 de septiembre, han convertido una mina de carbón de esta localidad belga en una catedral humanista que recupera la dimensión del individuo al explorar el trabajo relacionado con ese mineral como icono de la producción industrial. Una nota de Alejandra Ortiz Castañares para La Jornada:
Apenas se entra, se percibe una línea curatorial definida, más cercana a una exposición que a una bienal.
El encuentro en esa mina de Waterschei, en la región de Limburgo, al este de Bélgica, es una de las máximas citas de arte contemporáneo europeo junto con la Bienal de Venecia, Italia, y Documenta, Alemania.
La curaduría de Manifesta es de Cuautémoc Medina, del Instituto de Investigaciónes Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con la colaboración de Dawn Ades, para la parte de la herencia, y Katerina Gregors para la sección contemporánea.
Como grupo compacto y complementario logra una propuesta admirable en concordancia con la naturaleza independiente de Manifesta, al asumir deliberadamente una posición autónoma antibienal para evitar los vicios homogeneizantes de numerosas bienales en el mundo, que crean en el visitante una sensación de extrema saturación e incapacidad de goce.
Encuentro transgeneracional
Katerina Gregors aclara, en conferencia de prensa, la posición antiética del equipo respecto de los valores canónicos de las bienales. Manifesta 9 «es transgeneracional, no persigue la obsesión por la presencia de jóvenes creadores; hemos optado por la deflación de artistas al reducirlos a 39, así como eliminar obras site specific y proyectos comunitarios que tienen un efecto muy breve de vida», dijo.
«Creemos –continúa Gregors– que la parte de la herencia vincula a largo plazo con la pregunta de memoria e historia. Algo que ha sido extremadamente importante en toda la exposición es haber contrarrestado los efectos de amnesia».
La actual edición rompe con los propios paradigmas de Manifesta al reducir por primera vez la exposición a una sola sede y ciudad (antes se desarrollaba en varias urbes), a la cual se integran proyectos paralelos en toda la región para sumar 90 gestionados por instituciones locales.
Genk es una pequeña ciudad de 65 mil habitantes, caracterizada por edificios bajos de ladrillo con un paisaje –como el resto de la zona– plano y monótono, convertida hoy en una especie de ciudad-autoservicio, plagada de tiendas. A pesar de ello cuenta con peculiaridades que la hacen única para la política de Manifesta de abrirse al diálogo entre los países europeos por la posición geográfica, al filo de las fronteras alemana y holandesa; por tanto, multicultural y multilinguística, acentuada por un fuerte componente migratorio; se hablan aquí 32 idiomas.
La zona cuenta con un patrimonio histórico de tres minas de carbón que después de la Segunda Guerra Mundial aportaron, como el resto de las de la región, el carbón y el acero necesarios para la reconstrucción del continente.
Actualmente vive una economía en transición, orientada al desarrollo del turismo y del arte contemporáneo. El objetivo de Manifesta a largo plazo es responder como efecto detonador, facilitado por la capacidad económica y por las estructuras museísticas existentes, que puede llevar en breve a incluirla en las guías turísticas como meta de interés.
El aspecto central de la muestra recupera esos elementos, condicionado por la mayor riqueza de la zona: los restos de las minas de carbón. Borinage, en Valonia, en el sur del país, con una producción carbonífera que se remonta al siglo XVIII, inspiró potentes y estremecedoras imágenes en artistas como Van Gogh y Constantin Meunier, por no mencionar el célebre documental Misère au Borinag.
Las minas en Genk comenzaron a desarrollarse hace un siglo y transformaron el paisaje rural a industrial, al modificar los equilibrios sociales, favorecer la migración como fuerza de trabajo y con ello el destino de miles de personas que determinaron y simbolizaron una parte de la historia económica europea hasta que las minas dejaron de ser rentables y fueron cerradas a finales de los años 80 del siglo pasado, con lo que se preparó una nueva etapa en la evolución productiva, en la cual estamos inmersos.
Joya de la arquitectura industrial
Cuauhtémoc Medina y sus colegas tomaron en cuenta esos factores y utilizan el edificio minero –una joya de la arquitectura industrial en estilo art decó– no como mero contenedor, sino aprovechando la belleza de sus espacios para revivir conceptos, emociones y reflexiones alrededor de la importancia de la minería como símbolo de la producción industrial que caracterizó la historia europea a lo largo de dos siglos y la superación de ésta en favor de una transformación posindustrial. El efecto es atractivo, las obras cobran vida, dialogan con el lugar.
El edificio que determinó por decenios el destino de miles de trabajadores se ha transformado. La propuesta es respetuosa; no interviene el juicio del curador ni hay una pretensión ideológica ni retórica, sólo estímulos que motivan al espectador a explorar la mina, a meditar acerca de nuestro pasado inmediato y de la condición económica presente.
La exposición se divide en tres secciones, cada una con un título que corresponde a un piso y un curador distinto que, como en capas geológicas, van deshilando en retrospectiva nuestra historia material sin pretender ilustrarla.
Comprende la herencia en la planta baja a cargo de Dawn Ades, la parte histórica por Cuauhtémoc Medina, en el primer piso, intercalada en la sección contemporánea en el tercero, guiado por Katerina Gregors.
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