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Four Lane Road . (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de junio de 2012. (RanchoNEWS).- Es uno de los pintores americanos más apreciados y conocidos, pero nunca había llegado la ocasión de mostrar su obra en todo su esplendor en Europa. Por eso, el Museo Thyssen, poseedor de la colección más importante de Edward Hopper fuera de Estados Unidos, anuncia con orgullo la exposición que, con más de 70 piezas, permitirá analizar la evolución del artista en dos grandes capítulos, uno de los cuales se ceñirá a sus años de formación y el otro, a su etapa de madurez, siguiendo siempre un hilo cronológico. Para ello, ha contado con la colaboración de grandes instituciones, como el MoMA, el Metropolitan Museum de Nueva York, el Museum of Fine Arts de Boston o el Whitney Museum of American Art, que ha cedido 14 obras del legado de Josephine N. Hopper, esposa del pintor. Una nota de Pilar Ortega para El Mundo:
Edward Hopper (Nyack, 1882-Nueva York, 1967) logró una gran notoriedad en vida, a pesar de que tuvo que recorrer una larga travesía arrinconado en su oficio de ilustrador de prensa, una faceta anónima que le permitía vivir, pero que le restaba energías de su verdadera vocación: la pintura.
Aunque la mayoría de los motivos de sus obras se desarrollan en lugares públicos –hoteles, estaciones de ferrocarril, tabernas, gasolineras, etc.–, el artista transmite en el lienzo una intensa sensación de soledad y melancolía, como un fiel reflejo del drama del hombre moderno. Un sentimiento que se agrava con el uso tan contrastado que hace de la luz y las sombras en sus telas.
Hopper sólo había vendido dos cuadros en su vida –Velero y La mansarda– antes de organizar su primera exposición en la Rehn Gallery de Nueva York cuando tenía ya 43 años. Aquella muestra fue el pistoletazo de salida de una carrera de fulgurante éxito que no se vio interrumpida ni siquiera por la Gran Depresión. Los grandes museos y coleccionistas estadounidenses querían adquirir sus cuadros a toda costa, a pesar de la agudizada crisis económica, tal fue la huella que dejó al mostrar sus primeras pinturas.
El MoMA de Nueva York, que se inauguró precisamente el año 1929, en plena recesión, mostraba en un lugar de honor Casa junto a la vía del tren gracias a la donación de Stephen Clark, uno de los mayores defensores del arte de Hopper, y sólo tres años más tarde, de las paredes de este museo colgaban ya unos 70 lienzos del autor, en la que fue su primera gran retrospectiva, con préstamos llegados de todo el país.
Fuera academicismos
El reconocimiento de Hopper trascendió fronteras, pero nunca hasta ahora, con la exposición del Thyssen, se había mostrado en Europa un conjunto tan amplio de su producción pictórica, una obra que muy pronto se separó del academicismo dominante en las escuelas de arte americanas.
En 1906, con sólo 24 años, Hopper se trasladó durante un año a París, quizá porque viajar a la capital del Sena se había convertido casi en una necesidad para los artistas norteamericanos desde mediados del siglo XIX, sobre todo si, como era su caso, pertenecía a una familia adinerada. Allí tuvo la oportunidad de entrar en contacto con el Impresionismo y aprender del particular uso de la luz que hacían en los lienzos y que luego él adaptó con un estilo muy personal. En las obras de este periodo, Hopper representa el lugar en el que vive, en la rue de Lille, así como su entorno más cercano.
Sin embargo, tras su vuelta a casa, le esperaba el oficio de ilustrador, que consideraba degradante, y en el que tenía que realizar diseños que apelaban al consumo y la diversión, al contrario que sus lienzos, que incidían en la apatía, el drama y la soledad de sus personajes.
En su primera época, Hopper se aventuró también con los grabados, que le permitían jugar con el contraste entre el blanco del papel y el negro de las tintas, y en los que insertaba figuras solitarias –Viento de tarde (1921)–, arquitecturas imponentes –La casa solitaria (1922)– o espectaculares encuadres, como Sombras nocturnas (1921), y que avanzaron los motivos de su obra posterior.
La mayor parte de los lienzos de la segunda parte de la exposición del Thyssen presenta escenas de la vida cotidiana en Estados Unidos. Son un retrato de la vida moderna en escenarios en los que Hopper sitúa a personas solitarias o incluso parejas o grupos cuyos integrantes parecen ajenos a los demás o incomunicados entre sí, como es el caso de Habitación en Nueva York (1932) o Carretera de cuatro carriles (1956).
Si hubiese que destacar otras dos pasiones en Hopper, además de la pintura, éstas serían la arquitectura y el cine. El artista iba varias veces a la semana a ver películas y esa pasión por el celuloide se percibe en sus cuadros. De hecho, Alfred Hitchcock reconoció sin tapujos que las composiciones del pintor habían infludo en sus películas, y hay quien asegura que la casa de Psicosis estuvo inspirada directamente en la obra Casa junto al ferrocarril (1925). Quizá por eso, coincidiendo con esta exposición, se ha programado un ciclo de cine con títulos como Scarface (Howard Hawks, 1932), 'Psicosis' (Alfred Hitchcock, 1960), 'El eclipse' (Michelangelo Antonioni, 1962), Malas tierras (Terrence Malik, 1973), Terciopelo azul (David Lynch, 1986), Nubes pasajeras (Aki Kaurismäki, 1996), Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) o Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2002). La entrada será libre hasta completar aforo.
Hopper | Museo Thyssen-Bornemisza (Paseo del Prado, 8) | Hasta el 16 de septiembre
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