Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Philip Roth
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

jueves, junio 07, 2012

Literatura / Entrevista a Philip Roth

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El escritor, con Carlos Fresneda, en 2004.  (Foto: Miguel Rajmil)

C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de junio de 2012. (RanchoNEWS).- El entonces corresponsal en Estados Unidos de El Mundo, Carlos Fresneda, entrevistó a Philip Roth en su Nueva York en febrero de 2008, cuando acababa de publicar en España Sale el espectro (Mondadori). Éste es el texto íntegro de aquella entrevista:

Philip Roth es, sin duda, un hombre espigado y adusto, aunque su gesto de perenne seriedad y su fama de eremita de la litetatura pueden llevar a más de un equívoco. Philip Roth es en realidad un tipo afable y humano, amigo de la chispa y el sarcasmo, si se consigue atravesar ese aura de impenetrabilidad que exhibe ante una cámara y que tantas veces desarma a primera vista .

Estamos ante una de las cimas de la litetarura norteamericana del siglo XX, culminada con su Pastoral americana (Premio Pulitzer en 1997) y prolongada con La conjura contra América, Elegía y Sale el espectro (publicada en España por Mondadori), la última y definitiva entrega del inefable Nathan Zukerman, protagonista o lazarillo de nueve de sus 28 novelas, atrapado aquí en un dilema postrero entre eros y tánatos.

Una de las obras más reciente (El animal moribundo) la acaba de llevar al cine Isabel Coixet, con Penélope Cruz como coprotagonista. «¡La veremos mañana!», le anuncia su agente al escritor, y Roth toca madera: «Me han dado muy buenas referencias de la directora, pero la verdad es que casi todas las adapciones de mis libros han sido pésimas. La mancha humana fue tal vez la peor».

Hablamos con Roth en las oficinas de la agencia Wylie de Manhattan, en una de sus no muy frecuentes incursiones en la gran ciudad, entregado como está al cultivo exclusivo de la literatura en una antigua granja de Connecticut. Nos confiesa que acaba de rematar otro libro, Indignación, de esos que se escriben solos, y no piensa en la posteridad sino en los años, a sus 74, que le quedan aún por exprimir desde la posguerra: «Creo que por fin he cubierto todo mi territorio histórico».

En Sale el espectro emerge, poderosa y frágil, la imagen del último Norman Mailer ¿Es un homenaje premeditado al gran cronista americano?

La escena estaba escrita meses antes de su muerte. El último recuerdo que tengo de Norman es de cuando nos vimos en el funeral del historiador Arthur Schlesinger. Caminaba con dos bastones, iba encorvado, retorcido por el dolor. En aquella ocasión nos saludamos sin más, tampoco fuimos íntimos amigos. Era realmente una fuerza de la naturaleza. A pesar de su precaria salud, había que verle cómo dominaba la escena con su voz, como estampando su huella digital en cada palabra.

Con Arthur Miller sí llegó a intimidar...

Arthur sí que fue un extraordinario amigo, fuimos vecinos. Era una buen hombre, inteligente, valiente, divertido. Perdió su audiencia durante un largo tiempo, pero fue sin duda uno de nuestros grandes dramaturgos del siglo XX. La vida fue dura con él. Era muy estoico. Se comió su propio sufrimiento.

Otro gran conocido que se fue no hace mucho, Saul Bellow...

Aparte de la amistad que tuvimos y del apoyo que me dio, Saul Bellow sigue siendo un auténtico faro de la literatura. Él y William Faulkner son la columna vertebral de la novela americana en el siglo XX.

¿No se siente un tanto desamparado ante tanta pérdida?

Hace tiempo pensaba que la muerte era injusta. No esperaba que mis amigos morirían. Pero poco a poco te vas haciendo a la idea... Aún hay autores contemporáneos bastante fuertes. E. L. Doctorow, es uno de ellos. Están también John Updike y Don DeLillo. Probablemente son los tres autores de mi generación que más admiro y respeto.

Usted que ha escrito una sátira con ese título, ¿cuál es el secreto de la gran novela americana?

Quizás la clave está en que aquí no hemos tenido que abrazar escuelas. No existe la escuela de Nueva York, ni la de Chicago, ni la de Newark... Los escritores estamos disperos en este enorme país y no nos parecemos ni en el estilo ni en los lugares que usamos como referencia. Nos diferencia también el background, casi todos somos descendientes de inmigrantes y tenemos un punto de partida distinto. Los autores americanos son más originales, por así decirlo: es muy difícil encontrar dos que se parezcan. Aquí nunca nos hemos preocupado demasiado por la teoría, como hacen por ejemplo los franceses. En la novela americana, la única frontera es el talento individual.

¿Sugiere usted que aquí hay más libertad para escibir y crear que en Europa?

No, no estoy diciendo que el escritor americano sea más libre que el escritor español o que el escritor alemán. Pero sí es cierto que el escritor americano es un poco la fábrica de sí mismo, hace su propio producto y se esmera para que sea muy distinto al de otros. Ésto no tiene que ver con la libertad política, ni siquiera con la libertad creativa... En todo caso, es la libertad para no ser miembro del rebaño.

Hablemos de Newark, su pequeño gran mundo...

Newark no es Florencia [risas]... Era una ciudad industrial y próspera cuando yo nací. Yo tengo un recuerdo muy poderoso de un lugar, una familia, una calle, un vecindario judío, una ciudad y un país que está en una guerra... Ante un hecho histórico como la Segunda Guerra Mundial te sientes emocionalmente movilizado, sobre todo si eres niño. Todos esos puntos de referencia van formando anillos que se van expandiendo, y así es como surge un universo literario. Los escritores americanos surgen en los lugares más impensables... A Newark le llegó la decadencia y hubo un momento en que todo lo que podías hacer allí era quedarte sentado y cazar moscas. Pasé un tiempo en Chicago, me moví mucho por la costa Este y me instalé finalmente en Connecticut. Pero voy y vuelvo mucho a Nueva York, que queda al otro lado del Hudson. De un modo o de otro, la tengo siempre cerca.

Sale el espectro, la novena y última entrega de la serie de Nathan Zuckerman, es su quinto libro en seis años. Tiene usted fama de eremita, entregado día y noche al secerdocio de la literatura...

Bueno, acabo de terminar otro. Se titulará Indignación, y el trasfondo histórico es la guerra de Corea, a principios de los años 50. Puedo decir que éste ha sido un auténtico regalo, que se ha escrito casi por sí solo, como por intervención divina, y eso sólo ocurre en uno de cada ocho libros, más o menos

 ¿Pastoral americana y La conjura contra América le cayeron también del cielo?

No, esos me costaron muchísimo esfuerzo. Escribir es casi siempre sufrir: ha sido y sigue siendo difícil. La concepción del libro es a veces muy compleja, y la escritura al principio es casi siempre terrible. Lo mejor que puedes hacer es sentarte a escribir y persistir... Trabajo a diario siete u ocho horas, mientras haya luz diurna (las noches se han hecho para leer). Yo me fijo como objetivo una página al día; si al final del año llego a las 365 ya tengo un libro. Hay días que salen cinco, hay días que ninguna...

¿Es usted perfeccionista?

No sé si llamarlo perfeccionista, pero me gusta pulir y elaborar el resultado final. El primer borrador es casi siempre muy pobre, «escritura de pollo», como yo lo llamo (risas). El texto va mejorando con sucesivas reescrituras, como un escultor que se va acercando a la forma deseada.

¿A máquina o en ordenador?

Sé que algunos escritores de mi generación siguen escribiendo a máquina, pero yo me pasé al ordenador hace 15 años y fue como una revelación. Con el ordenardor expandes tremendamente la posibilidad de introducir cambios y el texto gana sin duda en riqueza. Aún recuerdo lo agotador que era reescribir a máquina...

En Sale el espectro usted hace, sin embargo, una concesión a la nostalgia, cuando Amy Bellette, la musa envejecida, recuerda: «Hubo un tiempo en que la gente usaba la literatura para pensar»...

Es cierto. Y ese tiempo no volverá. La literatura tiene cada vez menos impacto. Pienso que en 20 o 30 años las novelas serán como lo que hoy es la poesía: un objeto de culto.

¿Vaticina usted la muerte de la novela?

No, siempre habrá novelas, mientras haya novelistas... Lo que vaticino es algo muy distinto: la muerte del lector. Desde que arrancó la cultura visual, con el cine y la televisión, las pantallas se van multiplicando. Y hay que reconocerlo: la pantalla es más estimulante que el libro. El libro exige concentración, paciencia, tiempo, actividad mental. Los libros requieren lectores devotos, pero la audiencia está cada vez más distraída.

Pero sus libros siguen vendiendo, usted es de los pocos autores de calidad que consiguen encaramarse a la lista de los best sellers...

Sí, pero las cifras están en declive. Ya le digo: la novela quedará como un arte minoritario.

¿Qué lee actualmente?

Sobre todo ensayo. Y luego he vuelto a los clásicos de mi juventud, Conrad y Hemingway, sobre todo.

¿Qué le parece la narrativa americana actual?

No tengo una opinión formada, no he leído prácticamente a ningún autor joven... ¿Junot Díaz? He leído cosas suyas en The New Yorker y tengo su novela en casa, quizás la lea.

Hablemos de Nathan Zuckerman, su compañero de fatigas durante 30 años... ¿Le ha costado deshacerse de él?

Cuando empecé Sale el espectro (la idea para el título procede de una instrucción teatral usada por Shakespeare en Macbeth), no tenía ni idea de que este sería el final de Zuckerman. Sobre la marcha descubrí que iba avanzando hacia un final más grande. Tampoco pensé que llegaría a los nueve libros.

¿Es de veras el final del «escritor fantasma»? ¿No es posible la redención o el reencuentro erótico con Jaime, la joven que le hace palpitar en la vejez?

Zuckerman no volverá, de eso estoy seguro. Le estoy muy agradecido por el tiempo que hemos pasado juntos, aunque al fin y al cabo ha sido un personaje más. Pero no es mi alter ego, como se ha dicho. Digamos que me he apoyado en él para contar cómo se sentía un escritor norteamericano en el siglo XX (y parte del XXI).

Después de decenas de premios y de ver sus 28 obras completas publicadas por la Library of America (un honor que sólo han compartido en vida Saul Bellow y Eudora Welty), ¿qué más le puede pedir a la vida? ¿El Nobel quizá?

Lo único que me preocupa en este momento es que se acerca la hora de la cena.

Alguien está escribiendo su biografía, por cierto...

Ya lanzo una advertencia a quien se atreva en Sale el espetro... Pero está bien, seguro que cuando la acaben estaré muerto, así que no me importa

¿Cree en la posteridad?

La posteridad sólo es una cosa buena para los que están todavía vivos (risas).

Sobre la política

¿Tiene usted la sensación de estar viviendo en uno de esos periodos históricos que merece la pena novelar?

Bueno, esperemos a ver qué pasa. Nadie lo sabe exactamente... No sabemos cuál de los dos demócratas va a ser nominado [la entrevista se produjo cuando Hillary Clinton y Barack Obama peleaban por ser candidatos demócratas]; lo único que parece seguro es lo de John McCain por el lado republicano. Estoy convencido de que McCain sería otro Bush, un poquito más honesto quizá. Pero sería más de lo mismo, y no sé cuánto tiempo más puede aguantar el país en esta dirección.

¿Con cuál de los dos candidatos demócratas se queda?

Ha llegado un momento en que no me importa que sea uno u otro. Hillary Clinton me parece una mujer inteligente, y Barack Obama es un joven que causa muy buena impresión. Los dos son producto de la revolución social que este país experimentó en los 60 y que permitieron los avances de la mujeres y los derechos civiles para las minorías.

Usted exploró el tema de la identidad racial en La mancha humana, precisamente con el trasfondo político de la era Clinton. ¿No le sorprende que la última barrera racial haya caído de pronto?

Ya lo vaticinó en su día Robert Kennedy, cuando dijo que en menos de 50 años tendríamos un presidente negro... Aun así, creo que a mucha gente le ha soprendido que un candidato como Obama pueda llegar tan lejos. He de admitir que la posibilidad de un presidente afroamericano sería un gran paso histórico, una manera de cerrar asuntos pendientes, de admitir que lo peor ya quedó atrás. También proyectaría una imagen muy distinta de EEUU. Aunque está por ver lo efectivo que sería como presidente.

Se escribe mucho, tal vez demasiado, de la capacidad de Obama para reavivar el sueño americano...

Eso son sólo palabras. Estoy convencido de que, llegado el caso, sería un presidente como cualquier otro.

Dijo en cierta ocasión que el presidente Bush «es incapaz de gestionar una ferretería», pero no se ha distinguido especialmente por sus críticas...

Digamos que soy un ciudadano americano: voto, leo el periódico, tengo mis opiniones, hablo con mis amigos, pero no siento la necesidad de expresarlo en público.

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