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miércoles, junio 13, 2012

Fotografía / España: I Bienal de Fotografía de Lima, un inédito optimismo

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Imagen de la exposición No se puede mirar.  (Foto: Vera Lentz)

C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de junio de 2012. (RanchoNEWS).- El Perú, un país históricamente deprimido por sucesivas crisis económicas y un reciente pasado de violencia terrorista, es hoy un país orgulloso. Un país que se busca y se reconoce en el paso firme con que crece su economía y los sabores variados de su rica gastronomía. El arte, un arte ligado a lo coyuntural y asido al terreno como la fotografía además, no ha tardado en reflejar ese inédito optimismo. Uno cruza la puerta de la Casa Rimac, que agrupa cuatro exposiciones de esta I Bienal de Fotografía de Lima, y se topa con un cielo azul plagado de nubes blancas que cuelga del techo e ilumina las enormes imágenes que Karen Zárate ha tomado en un pequeño poblado a las afueras de la capital, Lima. Poblado que responde al nombre de Laderas de Villa Jesús de Nazareth y donde los «vecinos se reúnen cada domingo para construir un camino hacia la ciudad». Las imágenes de Zárate muestran, en un formato enorme, gran acierto de la curadora Mayu Mohanna, a los esforzados pobladores de Laderas de Villa Jesús, abriéndose paso, día a día, contra la adversidad. Una nota de Diego Salazar para El País:

El resto de trabajos que componen esta primera exposición, Sujeto de derecho, cuenta historias similares: El médico de la pequeña localidad de Querco en Huancavelica que tiene a su cargo a sus 800 habitantes, retratados por Antonio Escalante con un heroico blanco y negro que puede recordar al Walker Evans de Elogiemos ahora a hombres famosos; los discapacitados de Cerro Cachito, un arenal del populoso barrio de Ventanilla (Lima) convertido en una ciudad de chabolas por unos peculiares colonos; o los microempresarios que posan orgullosos junto a las distintas herramientas o equipos que, gracias a un préstamo de uno de los muchos bancos comunales que pueblan el país, les han permitido dejar atrás la pobreza. Historias todas de supervivencia y superación.

Los fotógrafos peruanos, si uno atiende a buena parte de lo exhibido en esta edición de la Bienal, no se contentan con robar imágenes al vuelo; todo lo contrario, indagan, escuchan y narran las historias de los personajes que desfilan por sus fotografías, haciendo buena la definición de fotoperiodistas que algunos reclaman para sí. De entre las muchas historias que inundan el imaginario peruano no hay ninguna más poderosa que la guerra terrorista desatada por Sendero Luminoso que asoló al país durante casi tres décadas. Es a ella que se dedican por completo dos de las exposiciones más atractivas.

En nombre de los ausentes: memorias de guerra, de la fotógrafa Nancy Chappell, presidida por una contundente cita de Albert Camus: «Debemos comprender que no podemos escapar del dolor común, y que nuestra única justificación, si hay alguna, es hablar mientras podamos, en nombre de los que no pueden». La estremecedora instalación combina retratos de 15 víctimas del conflicto que se saldó con 69 mil muertos con sus testimonios en audio recogidos por la Comisión de la Verdad y Reconciliación entre 2002 y 2003. Y No se puede mirar, trabajo de la fotógrafa Vera Lentz, que regresó al Perú en 1982 tras una estancia en el extranjero para encontrarse de cara con la locura desatada por Sendero Luminoso. No se puede mirar es un prolijo y puntilloso retrato de los efectos de esa insania, una crónica work in progress del día a día de tantos peruanos ubicados entre la espada (Sendero Luminoso) y la pared (un Estado que tardó en responder). La memoria que intenta comprender y se erige como escudo ante la repetición de la barbarie.

También con la memoria y el propósito de contar historias, aunque en un registro distinto, juega otra exposición: El incidente, que rescata un buen puñado de «fotografías incidentales» (o peatonales). Una práctica común en la Lima de los años 40-60, donde los fotógrafos «escondidos entre la multitud, parados en una avenida o transitando por un concurrido jirón observaban el paso de las personas para retratarlas ‘a la manera salvaje’», es decir al paso. Las fotografías luego, una vez convenido el precio, eran vendidos a sus personajes por el fotógrafo. El historiador Daniel C. Contreras ha hurgado en mercadillos y álbumes viejos para construir este fascinante retrato colectivo de una Lima clásica, a la vez que ensaya posibles interpretaciones sobre la identidad de los retratados y se pregunta «¿Qué llevaba a estas personas a acceder a la transacción y adquirir una de estas imágenes tomadas sin su permiso? ¿Alguien de nosotros se reconocerá ahí?».

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