Rancho Las Voces: Fotografía / Entrevista a Alberto Schommer
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, julio 22, 2014

Fotografía / Entrevista a Alberto Schommer

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«Nunca he entendido la fotografía como diversión» (Foto: José Aymá)

C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de julio de 2014. (RanchoNEWS).- Alberto Schommer (Vitoria, 1928) camina con dificultad. Cada viaje por su casa, del estar al estudio, del estudio al despacho, es un pequeño calvario. Se sienta por fin en una silla de mimbre para charlar con ELMUNDO y habla en un jadeo que dura algunos minutos. Cuando se recupera por fin, protesta si alguna pregunta le disgusta. Y, al minuto, se vuelve cariñoso si le nombran la pastelería de sus tíos en Vitoria. Después, acude a la llamada de su colega José Aymá y aguanta bajo un foco media hora, como un veinteañero guapo. Posa sin una sola queja, propone posturas y escenarios. Schommer dice que es paciente porque, entre fotógrafos, cómo no va a portarse bien, pero, a simple vista, cualquiera podría pensar que hay un nosequé de coquetería en la escena. La vanidad de Schommer debe de estar, a estas horas, colmada. Ayer, el Museo del Prado inauguró una exposición, Máscaras, con retratos suyos puestos a dialogar con lienzos de su colección: obras de Velázquez, Goya,Luis de Morales... «Sé que me van a hacer una entrevista, una filmación... Va a ser todo muy agotador, pero cómo no hacer ese esfuerzo por el Prado». Una entrevista de Luis Alemany para El Mundo:

¿Cómo está, señor Schommer?

Las rodillas, las rodillas son mi fastidio, son el problema que tengo. Lo demás está todo bastante bien.

¿Sigue trabajando?

Trabajo en preparar alguna exposición. Ya no hago fotografías, bueno, algún retrato en el estudio he hecho, alguna composición. Una fotografía de Emilio Botín con su nieto y su hijo que quedó muy bien. Pero mi mujer murió en agosto del año pasado y desde entonces... Los libros que he estado haciendo toda la vida, viajando con ella, los 63 libros que hice a su lado... Ese trabajo sé que no lo voy a poder hacer más y lo echo de menos. Con ella iba perfectamente arropado, era mi apoyo, desde el principio hasta los últimos viajes: Siria, el sur de la India y Libia.

¿Cómo se llamaba su mujer?

Mercedes.

¿Ha tenido depresión?

Estoy mejor. Pero lo he pasado mal.

Quería preguntarle por el estudio de fotografía de su padre en Vitoria.

Mi padre había llegado a San Sebastián a hacer su vida y allí se encontró con Dücker, que era un número uno de la fotografía en su momento, y como eran alemanes los dos, lo acogió, lo llevó a Zaragoza y a Madrid y aprendió de él el oficio. Él no salía a fotografiar, sólo trabajaba en estudio. Pero también tenía un sentido artístico del trabajo que hacía.

¿Y a usted le gustaba el estudio?

A mí me gustaba pintar. La primera vez que cogí una cámara la cogí sin saber ni cómo funcionaba, eché a hacer fotografías sin saber ni qué era el obturador. Me tenían que preparar el diafragma, todo... El libro de mi primera época está hecho así y son unas fotos maravillosas.

¿Hubo un momento en e que se dio cuenta de que había dado con la tecla, un día en el que intuyó que iba a ser un fotógrafo importante?

Inmediatamente. Mi padre puso unas fotografías mías en el escaparate, un publicista de París las vio, dijo '¿quién ha hecho esto?'; 'pues este chico', y me llevó a París a trabajar para él. Fui con mi mujer y conocí a todos los grandes de esa época y conocí a Balenciaga, que quiso que trabajara para él; sólo yo. Me pagaba una barbaridad. Mi padre quería que volviera a Vitoria, pero yo no quise. Yo quería irme a Nueva York. Entonces no era tan sencillo.

¿Se acuerda de la primera vez que fue a Museo del Prado?

¿El Prado? No, la verdad es que no. Me acuerdo de un libro que hice, Los museos vivos, el director me dejó entrar por todas partes. Y así me encontré en un sótano con un lienzo de una virgen enorme. Había una venus por ahí y las fotografié a las dos juntas. Debían de ser los años 80 y se montó un buen escándalo, protestó mucha gente porque le parecía una imagen inaceptable.

Si tuviera que salvar un cuadro del Prado...

El de Velázquez, el de las infantas. Y El perro hundiéndose en la arena, de Francisco de Goya.

¿Hay artistas en los que se reconoce? Le ocurre que va al museo, ve un cuadro y piensa 'yo tengo que ver con esa manera de ver las cosas'...

No, nunca se me ha ocurrido fijarme en pintores de otro tiempo como comparación. En fotógrafos sí, fotógrafos contemporáneos míos.

¿Con un sentido competitivo o amigable?

Con un sentido amigable, por completo. Oriol Maspons, Ramón Masats, Cualladó... Esta mañana le preguntaba por usted a un compañero suyo y me decía que la diferencia con Masats, por ejemplo, consistía en que él lo intelectualizaba todo, mientras que su trabajo es más intuitivo

Bueno... Cada libro que he hecho es una obra intelectual, está pensado lo que se expresa. Y, al mismo tiempo, he intentado que cada foto que he hecho, por lo menos fuera del estudio, sea intuición, que todo fluya. Y eso es lo mismo para mí, para Masats y para cualquiera, porque si no, no tiene sentido.

Por ejemplo, cuando empezó a meter imágenes surrealistas en aquellos retratos de la Transición... ¿Eso fue una intuición o usted sabía de surrealismo y lo había elegido así?

Es que aquello no era surrealismo; era necesidad, había que hacer las cosas así para entender el mundo en el que vivíamos. Yo le pintaba la interrogación a Fraga en la frente porque ésa era la realidad que ocurría.

¿Sabría decir el momento en el que más ha disfrutado con su trabajo?

La publicidad no me gustaba y por eso la dejé. De los 63 libros me siento orgulloso, de todos. Pero si tengo que elegir un momento... Disfruté mucho trabajando con Miró. Estuve con él varios días, en un trato muy íntimo. Me llevaba a su terraza y de ahí a la casa y luego al estudio y a la terraza otra vez. Le puse unas alas de ángel para retratarlo y se entusiasmó con esa idea.

¿De qué depende que una fotografía sea valiosa o no?

Es la expresión; esperar al instante en el que la expresión sea absolutamente natural. La composición cuenta, claro, pero se da un poco por hecha.

¿Y trabajar con el Rey Juan Carlos fue divertido?

No tiene mucho sentido planteárselo en términos de diversión.

¿Por qué no le gusta que le pregunte por la diversión en el trabajo? Casi todos querríamos pasarlo bien en nuestros oficios.

Nunca lo he visto así. Yo salía a fotografiar y lo que sentía era un sentido de la obligación, una responsabilidad.

Pero sabe que, cuando vemos aquellos retratos del Cardenal Tarancón, muchos sonreímos, vemos algo festivo en aquellas imágenes.

La foto de Tarancón con las cuerdas, por ejemplo, fue muy difícil de hacer. Convencer a Tarancón para que posara así fue un trabajo enorme para  mí. No fue nada divertido pero conseguí que me entendiera. El sentido que tenía aquella foto no era festivo, eso queda entre Tarancón y yo.

Pero antes me ha dicho que echa de menos fotografiar; de alguna manera habrá disfrutado.

Pero porque ésa ha sido toda mi vida.

¿Y la exposición del Prado?

Nunca pensé que fuera posible una exposición así. Me dieron el Premio Nacional de Fotografía, se murió mi mujer y me vino a ver Rafael Moneo. Me preguntó qué podría hacer por animarme y le dije 'hombre, pues exponer en El Prado'. Moneo fue a ver a Miguel Zugaza, que es una persona extraordinaria. Zugaza me pidió que le mandara unas copias... y hasta que encontró la ocasión. Ningún fotógrafo vivo había hecho esto, siento que hago algo por la fotografía, que abro las puertas del lugar más importante para el arte.


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