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Cristina Peri Rossi y Julio Cortázar. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 14 de julio de 2014. (RanchoNEWS).- Habrían de pasar tres décadas, la misma diferencia de edad que los unía, para que la musa -acostumbrada a ser creador que se inspira y no objeto de inspiración- respondiera al Gran Cronopio, que se había marchado definitivamente de la escena en febrero de 1984 a causa de una extraña enfermedad, pero sin embargo seguía allí a su lado, eternamente joven. Una nota de Matías Néspolo para El Mundo:
«Me lo impedía el pudor», confiesa quien inspirara a Julio Cortázar quince poemas -Cinco poemas para Cris, Otros cinco poemas para Cris y Cinco últimos poemas para Cris- enviados por carta y a quien el argentino pidiera permiso para publicarlos también por carta en julio de 1981 desde Aix-en-Provence. Los poemas aparecerían póstumamente pocos meses después de su fallecimiento reunidos en Salvo el crepúsculo. Las referencias eran explícitas, pero por entonces muy pocos sabían que Cris era otro gigante de la literatura latinoamericana disimulado en una muchacha de rostro angelical llamada Cristina Peri Rossi.
«Nunca tuve una buena relación con esos poemas, aunque considero que son los mejores que escribió», dice la premiada narradora y poeta hispanouruguaya, afincada en Barcelona desde 1972. Y no sólo porque a la primera mujer que se alzó con el premio de poesía de la Fundación Loewe le incomode el papel de musa -más bien habituada a echar mano de ellas que a convertirse en una-, sino «porque no me reconozco, pero comprendo la fantasía del amor imposible que se impone sobre la realidad», concede.
Algo de lo que el lúcido creador de Rayuela era plenamente consciente: «Creo que no te quiero, / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda / enamorada de ese guante / que vive en la derecha», rezan unos versos. Porque las preferencias sexuales de la joven musa excluían no solo al bueno de Julio, sino a todos los hombres, y eso ambos lo tenían más que conversado.
Como fuera, eso no sería obstáculo para una profunda amistad, a caballo entre Barcelona y París, ni para el exquisito fruto literario de esa relación, cuya réplica llegaría mucho después, en ausencia del Cronopio, cuando a instancias de Nuria Amat, Peri Rossi se atrevió en 2010 a enunciar «la queja de la musa», bromea en referencia a uno de sus poemas de Habitación de hotel, en un logrado ensayo autobiográfico o crónica confesional de una impagable amistad. Texto que ahora recupera en Julio Cortázar y Cris (Ediciones Cálamo) con el añadido de algunas anécdotas, gloriosos fragmentos de su correspondencia y toda la segunda parte del volumen en que Peri Rossi incorpora ocho textos sobre el argentino escritos desde entonces.
«Mi intención era publicar alguna carta más, pero no tuve la autorización», se lamenta la escritora, pasando de puntillas por el espinoso tema, porque puede que eso responda a la negativa, poco después de la muerte de Cortázar, que ella dio dolida a Saúl Yurkievitch (por entonces su albacea) de sacar a la luz la correspondencia entre ambos. Una cita epistolar del mismo Cortázar parece darle la razón: «Lo que se escribe y se envía privadamente no debe ser publicado con la frescura con que suele hacerlo mucha gente, y por eso te lo pregunto», le decía a propósito de los Poemas para Cris. Pero Peri Rossi no quiere entrar en polémicas. «También influye el hecho de que tuvo varios albaceas», zanja.
Lo cierto es que la escritora se lamenta en vano, porque Julio Cortázar y Cris ya va sobrado de deliciosas perlas, entre diálogos, situaciones y anécdotas, que revelan la verdadera cara del argentino en la intimidad; en el repaso de esa larga amistad iniciada en 1973 a instancias de Julio que escribe a esa desconocida jovencita, cuya premiada primera novela, El libro de mis primos, había leído asombrado en París. Asombrado por la similitud con lo que él mismo gestaba entonces, El libro de Manuel.
«Lo que no cuento es lo que me dijo su hematólogo en París, que no tenía cáncer sino un virus desconocido», dice Peri Rossi, aunque sí cuenta lo que le dijo el poeta y médico barcelonés Javier Lentini, a cuya consulta llevó a Julio de las pestañas. Algo de lo que sospechó la escritora poco después algunos años después de su muerte y ya parece incontestable: ese virus era el del sida. Enfermedad contraída años antes (causa de muerte también de su segunda mujer, Carol Dunlop) por una transfusión masiva de sangre contaminada, a raíz de una hemorragia estomacal, en un escándalo sin precedentes por el que dimitiría el ministro de Sanidad francés. Cosa que le confirmaría un elíptico y apenado Lentini: «El nombre no tiene importancia, lo único importante es si lo podemos curar. Y no lo hubiésemos podido curar», le dijo.
Pero más interesante aún es la sensibilidad de género del último Cortázar que lo lleva a reconocer errores ante su amiga, como la discriminación entre «lector macho» y «lector hembra» en Rayuela. «Cambió mucho en los últimos años con respecto al machismo. Se sentía comprendido por las mujeres e incómodo entre hombres», recuerda Peri Rossi evocando una anécdota exquisita. Juntos compraron en Barcelona una partida de libros que Julio quería donar a la Revolución Nicaragüense (Kavafis, Lorca, Whitman, Puig, Cernuda... sólo autores homosexuales) como respuesta a un altercado que había tenido con un dirigente homófobo. «Era muy crítico con la homofobia cubana y no quería que la Revolución Nicaragüense acabara igual».
Esa deformación póstuma del personaje es lo que más irrita a la amiga. «Cortázar no se convirtió a la religión de la Revolución, él permaneció completamente lúcido. Esa imagen de ingenuidad política de Julio, como si se hubiera creído la propaganda oficial, es falsa. Él quería influir y corregir el rumbo de la Revolución desde dentro», dice Peri Rossi, «como creo que también fue el camino de García Márquez, más allá de su admiración por el poder».
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