.
The Wings, 2009, escultura de Choi, la cual fue utilizada en ese año para ilustrar el triunfo electoral de Angela Merkel en Alemania. El aislamiento, la búsqueda de identidad, la crueldad en las relaciones personales, entre otros aspectos de un mundo poblado por personajes solitarios e irracionales, son el leitmotiv del creador sudcoreano. (Foto: Cortesía de la consultora Graywall)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 23 de julio de 2014. (RanchoNEWS).- La obra del artista sudcoreano Xooang Choi (Seúl, 1975) intimida la mirada. Así de intensas son sus metáforas de la condición humana en el siglo XXI, plasmadas en sus esculturas hiperrealistas. Una nota de Mónica Mateos-Vega para La Jornada:
En ellas están el aislamiento, la búsqueda de identidad, la crueldad en las relaciones personales, entre otros aspectos de un mundo poblado por personajes solitarios e irracionales, en quienes los críticos de arte encuentran rasgos kafkianos.
No se trata de pesadillas, todo lo contrario, «mi obra expresa mi interés por la persona, por el individuo, por encima de la colectividad», señala en entrevista con La Jornada, vía correo electrónico.
Impacto en Europa
El contacto con Choi es a través de la consultora Graywall, la cual desde 2007 impulsa en Corea del Sur diversos proyectos de arte contemporáneo, además de promover en el mundo a los más destacados artistas jóvenes de su país.
Entre ellos, Xooang Choi es una de las figuras que más ha dado de qué hablar en los tiempos recientes, sobre todo luego de su impacto en Europa, principalmente a raíz de que la imagen de una de sus obras, titulada The Wings, fue utilizada en Alemania en 2009 para ilustrar la victoria de Angela Merkel en las elecciones.
Choi señala que si bien no presta mucha atención a la nacionalidad de sus colegas cuando una obra le gusta, tiene entre sus favoritos a tres mexicanos: Damián Ortega, Gabriel Orozco y Julieta Aranda; «me fascinan», afirma.
Añade que, «hablando con franqueza, cuando conocí la propuesta artística del británico Damien Hirst, me sentí impresionado, pero cuando él se convirtió en un llamativo símbolo de nuestros tiempos, comenzaron los crudos ataques de la crítica, con la que estoy parcialmente de acuerdo. No obstante, con todo lo negativo o positivo de su obra, no hay duda de que Hirst es históricamente un artista significativo».
El escultor sudcoreano, de 39 años de edad, señala que algunas de sus piezas pertenecen a colecciones privadas estadunidenses, pero que le gustaría participar en alguna exposición en América Latina, «me haría muy feliz que esta charla propiciara alguna exposición por allá».
Ante la obra de Xooang Choi también queda de lado la idea de que se trata de «arte asiático», pues sus preocupaciones tienen que ver con el aislamiento que roe al mundo en general, resaltan los críticos, aunque el artista, por supuesto, se empeña en contextualizar su quehacer respecto de lo que ocurre en su país.
Además de la escultura, también dibuja y pinta: «No es muy importante que mi obra se clasifique en un solo género. Si bien me he centrado en la escultura, en estos días mis dibujos se presentan en dos exposiciones: en París, Francia y en Lieja, Bélgica.
«La escultura me interesa, sobre todo porque existe en el espacio y está estrechamente unida al concepto de visión, de mirar. Estoy fascinado con la idea de que una escultura implica material tangible, es un objeto real que, justamente, también se puede mirar», dice a este diario.
Un chamán
Xooang Choi es egresado de la Universidad Nacional de Seúl, donde concluyó además una maestría en Bellas Artes, con especialidad en escultura. Desde sus primeras exposiciones colectivas e individuales, los curadores de los recintos culturales más importantes de su país se rindieron ante él, como Ki Hye Kyung, del Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Corea, quien escribe: «El trabajo de Xooang Choi tiene el poder de hacernos mirar de cerca nuestro mundo y situaciones, por eso, podemos considerarlo un chamán.
«Sus obras despiertan nuestra admiración con sus interpretaciones sumamente realistas. Pero en cierto modo, sus figuras, de vez en cuando nos parecen pesimistas cuando tocan ciertos aspectos de nuestra vida, en especial cuando abordan situaciones patológicas.
«Se trata de un escultor que hace cuerpos concretos. Eso puede sonar en principio banal, pero nos lleva a la sorpresa con su gran habilidad para entender el mundo patológico».
El curador, al referirse a la tercera muestra individual de Choi, titulada Prurito (en la cual presentó The Wings) señala que el artista plasma los síntomas que causan comezón y enrojecimiento en la piel, y al mismo tiempo «diagnostica nuestro estado, al comparar esa enfermedad con la condición mental actual del ser humano».
Las ideas que punzan en la mente del artista y que considera son las mismas que causan escozor en la sociedad sudcoreana tienen que ver con preguntas que plantea, de manera puntual, en la que se ha convertido en su obra emblemática, The Wings: varias manos amputadas y apiladas hasta formar un par de alas.
«¿Por qué el valor de la colectividad se considera una prioridad por encima de la libertad individual? ¿Por qué la generación de mis padres obedeció la ruta establecida por la autoridad sin cultivar preguntas?», se cuestiona Choi en una entrevista concedida al periodista español Andrés Torres.
En ese texto, que será incluido en un libro sobre la obra de Xooang Choi y que Graywall comparte con La Jornada, el artista detalla que en su país se hace énfasis en el valor de la colectividad bajo el argumento del desarrollo industrial y económico, pero cada día olvidando más al individuo e inventando beneficios económicos para justificar todo.
Ese es el contexto social y político que le interesa reflejar en su obra, reitera Choi, quien critica a aquellas personas que la mayor parte del tiempo se la pasan leyendo libros de superación personal, son los más enfermos, mientras los que reconocen que algo malo carcome sus vidas, en realidad son los sanos en esa «frágil democracia» sudcoreana, puntualiza.
Obra valiente y optimista
Debido precisamente a su apuesta por el individuo, Xooang Choi no participa en las redes sociales como Facebook o Twitter. «No me siento cómodo».
Rechaza también los adjetivos «minorías» o «mayorías» sociales. A él le importa que la mirada del público se centre en los individuos y sus relaciones interpersonales, a través de esculturas que plasman distorsiones físicas o exageraciones, siempre de una manera delicada.
Cada pieza, considera Choi, es representación de la ansiedad sicológica y la fragilidad, la manifestación de estados emocionales en cuerpos imperfectos o deformes, construidos en una escala que convierte a los espectadores en una suerte de «Gulliveres» que se estremecen al ver el reflejo de sus locuras en esos pequeños humanos de arcilla y resina.
El crítico de arte Lee Sun Young encuentra también en la obra del escultor profundas raíces en la cultura popular. Su estrategia es, explica, atraer la atención hacia cosas en apariencia frívolas, pero muy críticas de la civilización, «son fragmentos de una visión holística».
Para Nuria Carbo, especialista en arte y redes sociales, «aun con todo el dolor que arrastra y provoca, la obra de Xooang es valiente y optimista. Valiente porque revela la crudeza que el ser humano soporta al vivir en una sociedad enferma, llena de violencia, deshumanizada y repleta de ciegos que se convierten en cómplices silenciosos; y optimista, porque hay que serlo para creer que ese esfuerzo de lucidez merece la pena.
«No es fácil mirar de frente los fragmentos en que se rompen las personas y sus esfuerzos por reconstruirse. Los rincones disfuncionales de las relaciones, el miedo y la angustia del ser humano que a pesar de todo quiere sobrevivir, produce desasosiego y dolor. Pero este artista coreano piensa que el primer paso para superar un problema es hacerlo visible: ‘cuando algo enfermo o erróneo se pone a la vista de todos, puede ser curado con el esfuerzo colectivo. Habrá solución’», escribe Nuria en el blog especializado en arte.
Xooang Choi fue reconocido como el escultor joven de 2014 con el premio Kim Sejoong, instaurado en 1987 en Corea del Sur, en honor de uno de los artistas más relevantes de la primera generación de escultores contemporáneos de ese país.
REGRESAR A LA REVISTA