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«El dibujo se convirtió en una necesidad para poder estar viva y poderme equilibrar un poco», expresa Rita Vega a La Jornada. En la imagen, la artista junto a una de sus obras. (Foto: Aldo Mirelungo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 16 de julio de 2014. (RanchoNEWS).- Alejada de las galerías de arte comerciales, aunque perseguida por los marchantes de obras, los que desean representarla ante esa larga lista de espera de coleccionistas nacionales y extranjeros que anhelan tener una creación suya, Rita Vega se concentra en la única pasión que la mantiene con vida: pintar. Una nota de Mónica Mateos-Vega para La Jornada:
Originaria de Guadalajara, la artista, de frágil salud, es uno de los pinceles más poderosos del arte joven nacional. Gracias a las redes sociales de Internet, sus dibujos y óleos son aplaudidos por colegas en el mundo y buscados por los que reconocen en ella una fuerza estética innata.
Entre el erotismo y el neosurrealismo, pasando por el dolor, la muerte y paisajes oníricos, casi siempre protagonizados por una mujer, que puede ser ella misma, sus creaciones hablan, sobre todo, de la libertad. Así lo explica en entrevista con La Jornada, desde el lugar donde convalece luego de una nueva estancia en el hospital.
De todos los males que la aquejan, el que más desespera a Rita Vega es el que desde niña afecta sus ojos, debido a una operación en los músculos ópticos a temprana edad, cuyos motivos nunca le explicaron del todo, pero que posteriormente le provocaron fuertes y constantes dolores de cabeza al estar pintando, incluso sangrados de la nariz.
Encandilamiento
Los colores, explica Rita Vega, la «encandilan», le producen mareos, por lo que para descansar, dibuja cosas monocromáticas. No puede enfocar bien y hay obras que ha terminado con la vista nublada, pero al mirar su trazo diáfano, preciso y perfecto, es evidente que los ojos de Rita están en otro lado.
«Soy una ermitaña de la pintura», señala Vega, cuya delgada apariencia física es la de una adolescente, pero con un espíritu, plasmado con tesón en sus lienzos, tan antiguo como su apuesta por las técnicas clásicas de la pintura y el dibujo.
La pintora puede hablar ahora de todas las «cosas pesadas» que vivió en su niñez, allá por la década de los 80. No ofrece detalles acerca de su año de nacimiento, pero asegura que se trata de un capítulo ya superado: «No convivía con las personas, me daban miedo. Comencé a dibujar porque así inventé a una mamá imaginaria con quien hablar, pero me desesperaba el no poderla hacer tal cual habitaba en mi imaginación. Pensaba que tenía unas manos muy torpes por no dibujar exactamente lo que tenía en la cabeza.
«El dibujo se convirtió en una necesidad para poder estar viva y poderme equilibrar un poco. A los cinco o seis años me inscribieron en el Instituto Cultural Cabañas en clases de dibujo. El profesor del primer día, de quien no recuerdo el nombre, vio que intenté sombrear un modelo que nos puso, se le hizo raro, pero se entusiasmó y me comenzó a explicar lo de la dirección de luces y sombras; ¡lo entendí perfectamente!, luego me puso varios ejercicios de volumen.
«Las siguientes clases llegó una señora que nos puso a dibujar macetas y botellas. Mi familia es de Aguascalientes y siempre se han dedicado al negocio de las funerarias o trabajaban en el panteón. A mí ese ambiente se me hacía normal, aunque siempre lleno de tristeza. Por eso, a todos mis dibujos les ponía un muerto o personas tristes. Luego de la segunda clase, la nueva maestra habló con mi mamá y le dijo que yo necesitaba un sicólogo».
Aunque la familia de Rita no la llevó a un especialista, a su madre le pareció más saludable prohibirle que dibujara. «Fue lo peor del mundo –continúa la artista–, empecé a hacerlo a escondidas. Cuando me llevaban a un parque, en lugar de jugar me quedaba sentada viendo intensamente a las personas y cosas para memorizarlas y al llegar a casa ponerme a dibujar en los cuadernos que tenía escondidos. Creo que por eso tengo buena memoria para las imágenes, pero también pensaban que era una niña extraña».
Años después Rita Vega descubrió, gracias a una visita que hizo al Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, un cuadro que le cambió la vida. «Era una obra de Martha Pacheco. Me impactó. Lo primero que pensé al verlo fue: no soy la única que sufre, no es necesario quitarme la vida. Fue una revelación, pues no sabía que existían los pintores. Fui a escuela de monjas en la primaria y secundaria y nunca nos hablaron del arte.
«Cuando terminé el bachillerato, pensaba inscribirme a la carrera de arquitectura, y justo en la fila de registro escuché hablar de la escuela de artes plásticas. Vivía en un mundo bien ajeno a eso. Pedí a mi familia que me dejara estudiar ahí. Me dijeron que sí, y que me dejarían en paz con la condición de que no dibujara cosas grotescas».
Rita Vega se sintió como pez en el agua en la licenciatura de artes visuales, y a pesar de que no contaba con apoyo económico de su familia, se las ingeniaba para conseguir materiales. «Sacaba papeles de la basura o recolectaba lo que otros compañeros olvidaban. Luego comencé a vender dibujos para tener dinero para mis materiales. Lo que aproveché al máximo fue la biblioteca, y me gustaba estar en otros salones para ver el trabajo de los demás.»
«Unos compañeros organizaron una exposición colectiva y me invitaron; el director de la escuela me llamó para otra, luego un galero, así me la he seguido, yo no he buscado a nadie.
«Muchos han querido manejar mi carrera, pero me he ido por mi cuenta pues no quiero que me pase lo que a mis compañeros, que sus galeros venden la obra al doble del precio y no les dan nada o se roban obra, o venden aparte las cartas de certificación.»
Coleccionistas de Nueva York le han comprado obra a Rita Vega, quien señala que el precio máximo en el que ha vendido un cuadro es de «80 y tantos mil. No hago formatos grandes, son pequeños y medianos, por lo mismo que soy tímida. Siempre me dicen que haga cuadros más grandes. Tampoco he hecho exposiciones individuales porque casi toda mi obra la tengo vendida y tengo muchos pedidos. Desde hace siete años, incluso llevo un librito de encargos. Ahorita tengo pendiente entregar 15 cuadros importantes, no son copias ni retratos, es obra mía.»
Los mundos de Rita
Una infección en los riñones, el cáncer, varios meses en cama luego de una operación más en los ojos y alergia a la penicilina, son algunos de los pesares de salud de Rita Vega. Pero nada detiene sus manos dibujantes, aunque lamenta no poder correr, o tener actividades fuertes, no me puedo enojar.
Esos males desaparecen cuando habla de su arte, se emociona al explicar que tiene varios cuadernos con bocetos de «sus ideas completas»: proyectos para cortometrajes, teatro, esculturas, «son muchos mundos. La Rita que se ve en Internet es la suavecita, en mis cuadernos hay más sangre y lágrimas.
«El arte me sirve para mantenerme. El año pasado se me cayó todo, salud, dinero, casa, amor y dije, se me va a ir la vida sin hacer lo que me hace feliz, así que lo saqué y ya, comencé a narrar lo que siento, grotesca o cursi, pero soy en mi obra como a mí se me antoja. Y se me vinieron más clientes que antes.
«Se me abrió otro mundo porque pude darme cuenta de que hay personas para todo. Un día llegó un coleccionista que me dijo ‘quiero todos tus dibujos y todo lo que tenga sangre’.
«Las galerías piden a los artistas que hagas obras comerciales, los presionan para que pinten lo que se vende o que produzcan arte conceptual, aseguran que la obra no vale si no proviene de tal o cual concurso. Yo jamás me he metido a uno. Sin embargo, me buscan colegas de España, de Francia, y me recomiendan que haga lo que me gusta, claro, siempre buscando la calidad y siempre con mi propia interpretación...»
«La calidad se hace por el sentimiento, por la emoción que te produce tu obra, pero también es muy importante seguir aprendiendo, estar consciente de los conocimientos que se plasman en cada lienzo. Por mi cuenta sigo estudiando pues, por ejemplo, cuando salí de la facultad no sabía quién era Rembrandt.
«Antes me detenía el miedo a no poder dibujar. Ahora estoy en el presente, disfrutando, y eso me va a llevar a buenos puntos: a no presionarme, a saber que la felicidad y la tranquilidad se la tiene que dar uno mismo para poder disfrutar lo que hay alrededor y no al revés. Por eso también me gusta donar obra para diversas causas, ya no soy la misma de antes.
«Ahora pinto sin miedo, con más seguridad y comprensión de la línea, los colores, con libertad, que para mí es la emoción de sentir el presente, disfrutarme más y, por tanto, mi trabajo. Porque es un hecho que entre mejor esté uno, mejor está la obra.»
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