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Cubierta de Recoil de Jim Thompson. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2014. (RanchoNEWS).-El titular es una muestra de respeto. Respetuoso con la literatura pulp, porque la primera convención del arte de la novela barata exige obligatoriamente un título sensacionalista o aliterativo. El escritor estadounidense Jim Thompson (1906-1977) dio la cara al caos respetando este mandamiento. Conocedor de sus demonios, fue capaz de recrearlos de dentro a fuera y venderlos por sólo 25 centavos en el quiosco. Una nota de Jorge B. Montañés para El Mundo:
«Leer una novela de Thompson es como estar atrapado en un refugio anti bombas con un maniaco parlanchín que además resulta ser un controlador antiaéreo», escribe Robert Polito, autor de Arte salvaje. Una biografía de Jim Thompson (Es Pop Ediciones), obra que llega a España casi 20 años después de ser publicada en Estados Unidos. Adicto, timador, sangre india, edípico, comunista y notario del fracaso. El escritor moderno. Es la historia del hombre que destruyó el sueño americano. Aquel que no miró a los ojos del asesino sino que nos convirtió en él. Creíamos que veníamos de la costilla de Adán y Thompson nos demostró que estamos empadronados en Mordor.
Jim Thompson empezó a escribir novela criminal relativamente tarde, a los 43 años. El género había vivido durante décadas de la tradición inglesa, en la que detectives como Sherlock Holmes o los personajes de Agatha Christie mostraban cualidades de superdotados en la resolución de enigmas. Después apareció la gran generación americana con sus investigadores duros y estoicos al estilo de Philip Marlowe y Sam Spade, que llenaron de negritud la novela con el manto de la realidad social. Thompson dio un paso más. Hizo protagonistas a perturbados y se atrevió a describir sus atrocidades usando la primera persona. Conformó un eslabón entre la literatura popular y la vanguardia en el que cualquier amago de sentimentalismo acababa en la trituradora.
Odio al padre
Sin embargo, Thompson no fue un asesino, no consta, aunque ejerciera el magisterio del mal. Entre sus pecados tan solo aparece algún arresto juvenil y un escarceo con el contrabando de alcohol durante la Ley Seca. Quienes le conocieron le consideraban un buen tipo. Solamente ejercía de asesino y violador cuando era escritor alimenticio en sellos pulp con la presión de vender heroína literaria en el plazo de entrega.
Su juventud nómada fue dirigida por los designios del patriarca familiar a través de Oklahoma, Nebraska y Texas, territorios de polvo que serían el escenario de sus infiernos de ficción. Anestesió la Gran Depresión y al padre caníbal con whisky y lectura. Desde Edipo rey y El Quijote hasta Los viajes de Gulliver y los cuentos de Poe. Luego a su corpus literario añadiría una experiencia laboral intermitente. Botones, viajante de comercio, proyeccionista de cine, trabajador en un oleoducto, panadero, vendedor de oro y, entre otros tantos, periodista.
El Padre. Big Jim Thompson fue sheriff en las tierras fronterizas de Oklahoma. Un personaje que sufrió esa dislexia que se produce entre la ley y el delito cuando en una comunidad rige la corrupción de baja intensidad. El hombre que aterrorizó al hijo. Un resentimiento apocalíptico.
Años después llegaría la venganza filial. Los jefes de policía Lou Ford y Nick Corey, protagonistas de El asesino dentro de mí (1952) y 1.280 almas (1964) respectivamente, llevan a cuestas el estigma de Caín, aunque Big Jim ya estuviera muerto cuando las escribió. Psicópatas violentos y manipuladores que a ojos de los demás son estúpidos. Unos retratos tan aterradores que hacen que el «Queridísimo padre: Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo» del comienzo de la Carta al padre, de Kafka, parezca un simple arañazo.
Fue este pueblo de 1.280 habitantes, en el que algunos vecinos dudan si los negros tienen alma y si deben formar parte del censo, que da nombre al título de la novela que permitió que Thompson se popularizara en España. El escritor argentino Juan Martini era el responsable de la entrañable Serie Negra de la editorial Bruguera que editó 1.280 almas, en 1980, por primera vez en español. Quiso publicarlo cuando vio figurar esta novela en la tercera posición en un encuesta sobre literatura policial de la revista El viejo topo. Detrás, según recuerda, de El largo adiós, de Chandler, y Cosecha roja, de Hammett. «1.280 almas se había publicado en francés antes que en inglés ya que el enorme Marcel Duhamel la había incluido con el emblemático número 1.000 de la Série Noire en la legendaria colección de Gallimard», explica Martini desde Buenos Aires.
La traducción del libro requería soluciones imaginativas. Para evitar una adaptación neutra que desvirturara el slang (jerga informal del inglés) sureño del relato del sheriff Corey, Martini y el traductor Antonio Prometeo Moya optaron por una arriesgada combinación de este registro coloquial con lenguaje carcelario barcelonés.
Siguiendo las huellas de Thompson en España Juan Salvador, de la librería «Estudio en Escarlata», referente de la novela negra en Madrid, cree que el autor de Noche salvaje tiene un público muy fiel. «Quienes piden una novela suya lo hacen siempre con una mirada intensa», cuenta con humor. El librero revela una anécdota que se produjo en la última Feria del Libro de Madrid. Un escritor (X) firmaba ejemplares de una novela que tenía ciertos tintes policíacos cuando un joven se acercó a la caseta y preguntó si allí tenían libros de Jim Thompson. Entonces el autor aprovechó para intentar venderle las bondades de su libro. Cuando el joven se marchó, el escritor preguntó a los presentes: «¿Quién es ese Jim Thompson?». Lo dicho, vivo o muerto.
Eso le debió pasar muchas veces. Sin embargo, la biografía de Polito consigue desmentir la marginalidad en vida que perfiló la leyenda que ha arrastrado siempre Thompson. Es cierto que cuando murió su obra estaba descatalogada en Estados Unidos, pero en los 50 el escritor de Oklahoma cobraba adelantos de 2.500 dólares, cifra más que respetable, y sus novelas agotaban tiradas de 250.000 ejemplares.
Como todos los novelistas de su generación, Thompson quiso triunfar en Hollywood como guionista. Por aquel entonces esta industria devoraba sin piedad a los mejores autores. Más bien allí todos se chupaban la sangre. Los magnates de los estudios querían prestigio; los escritores, dinero. Era la ley de la jungla y nadie sabía muy bien cómo funcionaba. Pocos triunfaron plenamente. Un ejemplo de esa esquizofrenia creativa que vivió Thompson es el testimonio de Faulkner sobre su experiencia en Hollywood, recogido en el libro Los escritores frente al cine (Editorial Fundamentos, 1981): «Cuando apenas había entrado en mi habitación, sonó el teléfono. Era Browning [el director Tod Browning]. Me dijo que fuera a su habitación al instante. Eso hice. Me enseña un telegrama. Decía: 'Faulkner queda despedido. MGM Studio'. 'No se preocupe', dijo Browning. 'Ahora llamo a este-no-sé-cuántos y no sólo hago que vuelvan a ponerle en nómina, sino que le envíen una satisfacción por escrito'. Llamaron a la puerta. Era un botones con otro telegrama. Este decía: 'Browning queda despedido. MGM Studio.' Así que volví a casa».
Las pobres expectativas cinematográficas de Thompson cambiaron por completo cuando conoció a un joven del Bronx que acababa de debutar con una película independiente llamada El beso del asesino.
Este director consideraba que El asesino dentro de mí era «probablemente la descripción más escalofriante y creíble de la retorcida mente de un criminal que yo haya leído jamás». Stanley Kubrick necesitaba de un buen escritor que con sus diálogos estimulara su gran potencial visual, mientras que para Thompson era la oportunidad de colaborar con alguien de tanto talento. De su trabajo en común emergieron peleas, denuncias, reconciliaciones y más peleas y, sobre todo, dos películas extraordinarias: Atraco perfecto (1956) y Senderos de gloria (1957). Ya no volvería a firmar ningún otro crédito en el cine.
Poco antes de morir le dijo a su esposa Alberta que guardara sus obras y pusiera los derechos de sus novelas a buen recaudo porque 10 años después de muerto sería un escritor famoso. Como si conociera que su olvido no era material; sino temporal. Acertó.
Hoy Thompson no sólo mantiene intacto su prestigio en Europa y Latinoamérica sino que es profeta en su tierra, ya que es admirado y plagiado por popes globalizadores de la cultura americana como Tarantino y los hermanos Coen. Eso sí, a su funeral fue muy poca gente. La esquela que había contratado la familia en Los Angeles Times para anunciarlo no se publicó. Se había extraviado en la redacción del periódico. Quizá nadie se atreviera a certificar la defunción del ministro del mal.
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