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El fotógrafo Joan Fontcuberta, en el Museo Fallero, el pasado miércoles. (Foto: José Jordán)
C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de marzo de 2016. (RanchoNEWS).-El último premio Nacional de Fotografía, Juan Manuel Castro Prieto, avanza con su cámara por un callejón entre el gentío, el compás lejano de un pasodoble y el olor a churros. Al doblar la esquina, levanta su Canon y dispara: «¡Esto es fantástico!», dice cuando descubre el enorme monumento fallero, de varios metros de altura, que domina la plaza del Pilar en el centro de Valencia. Poco después, rodea la falla deteniéndose ante lo que le va «sorprendiendo». Lo hace sin ninguna pretensión documental. «Se trata de hacer las fotos que registren mis sensaciones». Manuel Morales reporta desde Valencia para El País.
Castro Prieto (Madrid, 1958) solo tuvo unas horas para hacer un trabajo «que reflejara cómo vive la gente las Fallas». Aunque no le gusta este «aquí te pillo, aquí te mato», es uno de los 53 fotógrafos que han estado en Valencia, entre el 15 y el 17 de marzo, para participar en un novedoso proyecto, El Diari Indultat, un efímero periódico, con una tirada de 5.000 ejemplares, que se imprimió anoche en una improvisada redacción con el material enviado por los fotógrafos —unas 600 imágenes de las que se han usado unas 150— y textos de varios autores. El Diari, que tiene 96 páginas, solo vivirá hasta la medianoche de este sábado, cuando sus ejemplares ardan en la cremà, en la falla Arrancapins. ¿Todos? No, se salvarán de la quema los números comprados en las últimas semanas en una campaña de micromecenazgo, a 25 euros la pieza, incluidos gastos de envío. Más de 1.700 habían logrado escapar de las llamas hasta ayer, con peticiones de indulto desde Italia, Holanda, México, Chile, Argentina, Estados Unidos... En España, la campaña ha tenido especial eco en Madrid y Valencia.
Los responsables de «este disparate bonito», como lo define Castro Prieto, son cinco fotógrafos que han querido trazar un paralelismo entre las Fallas, esas esculturas de cartón piedra fruto de un año de trabajo, y su Diari, explica uno de sus artífices, Iván Navarro, que destaca que los fotógrafos invitados no han cobrado y han cedido «su obra para algo que no sabían cómo iba a quedar». En el periódico han participado profesionales de todas las edades y estilos. El más veterano, Miguel Oriola (Alcoi, Alicante, 1943), y la más joven, la madrileña Laura Carrascosa Vela (1993), que puso el foco en jóvenes chinas que viven en Valencia y se hacen fotos vestidas como una fallera más.
En la nómina de El Diari también estuvieron José Manuel Navia, Chema Madoz (premio Nacional de Fotografía en 2000), Pierre Gonnord y la extensa hornada de autores nacidos en los setenta: Rafael Trobat, Ricardo Cases, Txema Salvans, Paco Gómez, Matías Costa, Antonio Xoubanova, Alejandro Marote… Mientras habla, Navarro saluda a varios de ellos, que acuden al punto de reunión, un bar en el que durante los tres días de trabajo quedan a horas concretas para intercambiar experiencias y mostrarse sus trabajos. Lo que Juan Millás (Madrid, 1975) enseña, sin embargo, es un libro titulado Cómo hacer buenas fotografías, editado en 1947 por Eastman Kodak, un manual para aprender el oficio que él ha seguido como si fuera un principiante, incluso emulando algunas de las imágenes de ejemplo. El manual incluye un consejo infalible para retratar escenas callejeras: «Ojo avizor y cámara en ristre».
Museo Fallero
A unos kilómetros, lejos del bullicio y los petardos, Joan Fontcuberta (premio Nacional de Fotografía en 1998) se dispone a contar su particular visión de las Fallas. El heterodoxo Fontcuberta (Barcelona, 1955) se trasladó a un lugar tan típico como el Museo Fallero. Mientras extranjeros y jubilados sacaban fotos de ninots indultados, este artista se fijó en los cuadros de las jóvenes falleras mayores. «De esta galería de sonrisas se podría establecer un contraste con lo que está pasando en Europa con los refugiados, por ejemplo», dice con su vena ensayista. «Me interesan las imágenes enfermas, las deterioradas o las que tienen reflejos», explica. Por eso se fija en «destellos» de un mundo «que tiene una dimensión grotesca, surrealista, con ecos que van desde El Bosco a los cómic underground». Y sobre lo que supone la iniciativa de este fotolibro en forma de diario, reflexiona: «Es estimulante y tendrá gran diversidad, pero la fotografía tiene que ver cada vez más con la gestión y menos con la mirada de cada uno. Es decir, cada vez más con los ordenadores y los móviles y menos con las cámaras».
A un atasco largo y varios pasacalles que interpretan pasodobles está Sofía Moro (Madrid, 1966) en la escuela Espai d’art fotogràfic. Este lugar, en el que da clase, es el que ha escogido para retratar a personas que recluta de las calles. Ante una sobria tela negra de fondo, Moro da instrucciones a Carmen y Pilar, dos adolescentes de la banda sinfónica Santa Cecilia de Chelva, que posan cada una con su trompa: «Un pasito adelante. Ahí, ni te muevas, pero la mirada más abajo». Como los otros fotógrafos, Moro disfruta con esta «experiencia divertida». En su caso, le interesaba mostrar «la estética exagerada y recargada de las chicas vestidas de falleras, hasta llegar con los retratos a la persona que hay detrás de todo eso». Pese a los nervios de los retratados, Moro afirma que siempre encuentra ese segundo en que se entregan a la cámara. El resultado de este esfuerzo fotográfico colectivo serán cenizas en la noche de San José. Como manda la tradición fallera de quemar lo viejo para dar paso a lo nuevo.
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