La prestigiosa arquitecta anglo iraquí fallece en Miami a los 65 años. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de marzo de 2016. (RanchoNEWS).- Zaha Hadid (Bagdag, 1950), muerta en Miamia a los 65 años, hizo historia antes de comenzar a construir. Era internacionalmente famosa por sus dibujos neoconstructivistas cuando Rolf Fehlbaum, el dueño de la empresa alemana de mobiliario Vitra, le dio la oportunidad de levantar su primer edificio: la estación de bomberos de su fábrica. Corría el año 1994. Una década después, obtenía el premio Pritzker (2004) y con él comenzaba una de las carreras más fructíferas de la profesión. Las más notable en manos de una mujer. Iniciaba, así, la triple carrera de obstáculos de tratar de construir un ideario, de hacerlo siendo mujer y de intentar levantar edificios emblemáticos en su patria de adopción, el Reino Unido. No fue fácil. Hadid llegó a ganar concursos, como la Ópera de Cardiff en Gales, que finalmente le encargarían a Norman Foster. Supo resistir. Se convirtió en una excelente diseñadora capaz de aplicar su talento a joyas, muebles, zapatos, bolsos, barcos o la ropa con la que se vestía. Anatxu Zabalbeascoa reporta para El País.
Cuando en 2003 inauguró su Centro de Arte en Cincinnati (Ohio) –su primer proyecto norteamericano- el mundo arquitectónico observó con lupa cómo había sido la transformación de los planos de la rompedora arquitecta de papel a las tres dimensiones de la realidad. Salió airosa del juicio pero entendió que la exigencia con ella era mayor y decidió arriesgar más. «Tratando de romper los límites de la arquitectura» hablaba de convertir los edificios en paisaje y de repensar los límites físicos de las construcciones. Lo hizo con el MAXXI de Roma en 2010 y con la Opera de Guangzhou el mismo año. Por esas fechas concluyó una de sus obras más conmovedoras, el colegio Evelyn Grace en Brixton, un lugar donde estudiantes con un futuro poco prometedor estudian en uno de los mejores edificios de la capital británica.
Aspecto del museo Broad, nuevo edificio de Zaha Hadid. Paul Warchol
En Baku (Azerbayán), Hadid y su equipo levantaron el centro cultural Heydar Aliyev que abrió una vía de vanguardia para la transformación de la ciudad -al tiempo que la asociaba la dinastía vitalicia que ostenta el poder-. Tras firmar el Centro Acuático para las olimpiadas de Londres (2012) y dejar una versión sobria de su marca artística en su ciudad, Hadid fue llamada a trabajar en Oxford, donde levantó un edificio en el St. Anthony’s College. Tenía entre manos la renovación del frente marítimo de Estambul y el diseño de un estadio para Qatar 2022. Una torre en Moscú y un puente en Taiwan. Si durante años su campo de actuación fueron los museos -su obra no construida se valoraba por su aportación artística- durante las últimas décadas parecía querer reinventar el mundo. Su estudio no hacía más que crecer, a punto de trasladarse a las oficinas del antiguo Design Museum, junto al Támesis, manejaba proyectos en todos los continentes del mundo.
Fue en Miami ayer por la noche tras hospitalizarse por una bronquitis –Hadid tenía una tos gutural inolvidable- sufrió un ataque al corazón. En España, el Pabellón-puente de Zaragoza se levantó con la leyenda de que Hadid nunca estuvo allí. La otra cara de la moneda, el Pabellón López de Haro, es una de las joyas más preciadas de la bodega alavesa. Esa dualidad resume la leyenda que una muerte como está no hará más que agrandar.
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