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El volumen es una precuela que se suma a la saga del periodista Casasola, donde se exploran los límites del género policiaco y del terror sobrenatural, luego de La octava plaga y Toda la sangre. (Foto: Roberto García Ortiz)
C iudad Juárez, Chihuahua. 14 de marzo de 2016. (RanchoNEWS).- El nacimiento de la nota roja, vínculo entre el criminal y la prensa encarnada en la dualidad protagonizada por el asesino conocido como El Chalequero y el periodista Eugenio Casasola, es el eje de la novela de reciente publicación Carne de ataúd, de Bernardo Esquinca. Reyes Martínez Torrijos reporta para La Jornada.
El volumen, editado por Almadía, es una precuela que se agrega a la saga del periodista Casasola, donde se exploran los lindes del género policiaco y el terror sobrenatural, luego de La octava plaga y Toda la sangre. El escritor adelanta que habrá una cuarta entrega de la serie, ambientada en el presente.
La novela reúne tres temas: «Mi obsesión con la capital, el nacimiento de la nota roja y el linaje periodístico de Casasola, poniendo a su abuelo como reporter –como se les decía– de El Imparcial», diario apoyado por Porfirio Díaz con el propósito aniquilar a la prensa de oposición, dice Esquinca (Guadalajara, 1972) a La Jornada.
Carne de ataúd tiene la finalidad de «retratar la ciudad donde vivieron mis abuelos, que en muchas cosas se parece a la de hoy (...) En actitudes, costumbres, hechos y política pareciera que no nos hemos alejado mucho. No era mi intención hacer un juego de espejos con la urbe de entonces y la de ahora. Son los lectores quienes me han dicho: ‘Encuentro muchas similitudes porque en esta novela hay feminicidios, represión a la prensa y crimen, y eso tiene un eco con lo que ocurre hoy día’».
El protagonista, Eugenio, es el abuelo de Casasola, personaje de las narraciones previas. «Obsesionado con un amor del pasado, la prostituta Murcia Gallardo a quien mata El Chalequero, vive fugado. Aunque se casó y tuvo un hijo, no puede superarlo y en su derredor se empiezan a desatar los asesinatos. Hacia el final del porfiriato, en 1908, es arrastrado por la espiritista Madame Guillot y tiene un papel muy importante en la explosión de la Revolución Mexicana.
«Sirve para reflejar la ambigüedad. Había personas muy del lado de Porfirio Díaz y otras que lo odiaban, pero también estaban quienes tenían dudas, que no sabían para dónde irse, como Eugenio Casasola, pero él termina convencido de que Díaz tiene que ser derrocado. Fue parte del proceso de la misma ciudad y del país en que se tenían que convertir».
El otro personaje, El Chalequero, fue «el primer asesino serial mediático que tuvimos (...) La gente hablaba de él en las pulquerías, había corridos sobre sus fechorías, las hojas volantes. Posada lo dibuja. Esto viene porque la prensa lo aprovecha, además era un tipo carismático.
«El siglo XX explotó esto de manera inmejorable, es el nacimiento del matrimonio entre el criminal y la prensa y cómo se potencia en la obsesión del inconsciente colectivo de las masas por saber de sus hechos. Poco después aparece el Tigre de Santa Julia. Fueron los matones icónicos que la prensa entronizó», afirma Esquinca.
Para el narrador, El Chalequero enmarca el porfiriato, porque empieza a matar en 1888, cuando Díaz tiene más poder y aceptación. Y muere en 1910, durante la decadencia de ese gobierno, cuando el país estaba buscando su identidad (...) Aunque está entrando en la modernidad con la electricidad, el ferrocarril y el telégrafo, sigue plagada de supersticiones. «Yo quería recrear para mí esa época».
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