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«La infancia contiene la unidad integral de la persona humana. Después se crece y las posibilidades se restringen.» (Foto: Pablo Piovano)
C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de marzo de 2016. (RanchoNEWS).- Ante un auditorio repleto, el autor de Los peces no cierran los ojos, El día antes de la felicidad y El contrario de uno recorrió todo un arco de cuestiones que no eludió la política. Además, visitó la ex ESMA y se reunió con Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Reporta Silvina Friera para Página/12.
«Abre tu boca por el mudo», dice un texto de la Sagrada Escritura que Erri De Luca suele evocar con la convicción de que es lo que un escritor puede hacer: dar voz a quienes la tienen, pero no suelen ser escuchados. «He sido un militante revolucionario desde el 79 al 90, casi toda mi juventud. Conocí el peso y la amplitud del pronombre nosotros. La cólera de los años revolucionarios. Los días de impaciencia. La ciudad nueva que estábamos fundando. El fervor de enormes masas humanas. El insomnio de una generación. Eran tiempos en los que se distinguían las partes y con cuáles estar. Creo que era mi deber y el de cualquier joven, y lo reivindico, y me solidarizo con los compañeros que siguen pagando las consecuencias penales de aquella lucha. Formo parte de una generación derrotada, la más encarcelada en la historia de Italia. Hoy me siento como un huésped en una sociedad que no reconozco. Ahora los lutos me han sedado el alma», ha declarado el escritor napolitano, que visitó la ex ESMA y se reunió con Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. de 200 personas se ponen de pie y aplauden cuando De Luca ingresa al desbordado auditorio del rectorado de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref) para dialogar con María Negroni, narradora, poeta, ensayista, traductora y directora de la Maestría en Escritura Creativa de la Untref, institución que invitó al autor de Montedidio, El día antes de la felicidad, Los peces no cierran los ojos y El contrario de uno, entre otros títulos, junto con el Instituto Italiano de Cultura.
La rabia y la vergüenza
Una pasión familiar, como si llegara un compañero de antiguas batallas, vibra en el ambiente. «A pocos días de que se cumplan los 40 años del golpe militar de 1976, sus declaraciones nos conciernen y nos tocan», advierte Negroni. «También nosotros medimos aún la hondura de las cicatrices. La escritura, el fondo de la fosa, es un buen sitio para recalar. Ahí se puede ir a buscar el asombro del niño, la rabia del joven y, con suerte, también el desconcierto y la lucidez del adulto. En ese sitio, solitario y maravilloso y terrible, se puede ejercer ante nadie y ante todos, el derecho a la duda y a la interrogación, reclamar la singularidad, pensar en contra, incluso en contra de uno mismo. Confiar en que la escritura va siempre más rápido que nosotros, deslizándose por la pendiente secreta del lenguaje.» Más delgado que lo que algunas lectoras imaginaban –la amplia mayoría del público era femenino–, De Luca dio una cátedra de sencillez y modestia excepcionales. «Yo hablo italiano, pero veo que pocos tienen los aparatos para escuchar. Me hace acordar a un amigo poeta de Sarajevo que una vez me visitó en casa y recitaba a un poeta ruso y yo tenía la sensación de que lo comprendía», bromea el narrador italiano que nació en Nápoles en 1950.
El hombre que dejó su ciudad natal para rumbear hacia Roma y militar en el movimiento revolucionario Lotta Continua –donde compartió experiencias políticas con Pier Paolo Pasolini– reflexiona sobre la política como organización de la rabia. «La cólera es un sentimiento político pasajero porque uno no puede estar indignado todo el tiempo y no se puede hacer política con un sentimiento pasajero», plantea. «La vergüenza no es un sentimiento pasajero. Yo era un niño que podía ir al colegio mientras que los niños que me rodeaban iban a trabajar. Si estaba enfermo, me curaba; pero los demás se morían. Nápoles tenía la más alta tasa de mortalidad infantil. Mi madre me señalaba las diferencias y yo me encolerizaba y me avergonzaba porque el mundo de los adultos toleraba estas injusticias.» El calor humano aprieta, pero no ahorca en el salón de la Untref. De Luca formó parte de una juventud revolucionaria cuya premisa era «ponerlo todo patas arriba» como revela el narrador de «La falda azul», uno de los relatos de El contrario de uno. «¿Por qué tengo que saber sobre los jóvenes de hoy? Ni siquiera los conozco, ni siquiera soy padre. La naturaleza decretó que los jóvenes tengan un futuro, si no se suicidan colectivamente. La juventud en Italia no quiere participar del futuro, los jóvenes son una minoría. Cuando yo era joven, los jóvenes éramos tantos que en Nápoles una parte que tenía que hacer el servicio militar no lo hacía. Nosotros sabíamos todo lo que sucedía en el mundo, lo que pasaba en Vietnam y en América Latina; había un sentimiento de pertenecer a una generación».
En su novela Tres caballos, un narrador italiano en primera persona, que vive rodeado de libros y plantas, cuenta su historia de amor con una joven argentina de los años 70. La dictadura militar secuestró y mató a esa joven que «ahora sé que yace en el fondo del mar, después de que la arrojasen maniatada desde un helicóptero». El protagonista sin nombre escapa al sur para salvarse de la persecución que amenaza su vida y ahí descubre el revés geográfico del mundo: «El sur no debería estar abajo sino arriba, es el sombrero y no los zapatos del mundo». El escritor comenta que la novela surgió de un amigo suyo que se enamoró de una argentina, que efectivamente fue secuestrada por la dictadura. «Me imaginé que en una posada del sur argentino había un mapamundi dado vuelta. En el mundo hay más sur que norte. El norte no existe; en Italia el norte es una alucinación geográfica. Todos somos meridionales, del sur; por lo tanto si das vuelta el mapamundi vas a comprender mejor el mundo», sugiere el escritor.
Los nervios napolitanos
La sonrisa de Erri –tan breve en su luminosa intensidad– es como un relámpago que ilumina su cara cuando emerge el tema del amor. «En mi vida siempre tuve un sentimiento de inferioridad respecto de las mujeres», confiesa en un tono risueño. «Este sentimiento de inferioridad me evitó sufrir celos. O quizá no fui capaz de amar demasiado. Soy incapaz de hacer la menor actividad de seducción, así que me sorprende que unas desorientadas y obstinadas mujeres se interesaran en mí». De Luca estudió hebreo antiguo para leer de primera mano las páginas de las sagradas escrituras, donde descubrió ese sentimiento de inferioridad. «Yo fui una especie de instrumento musical de mi mamá. Ella me afinó los nervios en un tono bastante alto. Mis nervios son nervios napolitanos », dice medio en broma y medio en serio. A veces parece que se va por las ramas del árbol, pero regresa y continúa hablando de su interés por el hebreo antiguo. «Me di cuenta de que las traducciones son verdaderas falsificaciones del original. ‘Parirás con dolor’ es un ejemplo. No se condena a la mujer a parir con dolor. La palabra está mal traducida; es parirás con fatiga y esfuerzo. Esa palabra traducida como dolor inventa una condena de la divinidad en referencia al cuerpo femenino. Para mí es una curiosidad continua leer las palabras del hebreo antiguo; es como si hiciera un peregrinaje todos los días. Inauguro mis días con un paseo por el desierto seco del hebreo antiguo con el café napolitano. Eso produce la chispa que me hace despertar a la mañana».
No es un narrador nostálgico de su patria napolitana perdida. Nápoles es el sitio donde transcurren muchas de sus historias, la ciudad de donde se fue para no volver. Negroni comenta que «la lengua es el único lugar de donde no te pueden exiliar». De Luca camina como si para regresar con la memoria al humus de su infancia necesitara imperiosamente moverse por el mapa ilusorio de una ciudad que cree conocer como la palma de sus manos. «Yo hablo en napolitano, canto en napolitano, me insulto en napolitano. Sólo el napolitano es capaz de herirme. Si alguien me insulta en italiano, soy invulnerable como Aquiles, que ni las piedras ni las flechas podían dañarlo. Con el napolitano me hieren; es la lengua que hablé con mi madre hasta las últimas horas de su vida. Escribir en italiano es como una segunda vida. El italiano me sirve para traicionar al napolitano. Las voces napolitanas entran a través de mi sistema nervioso y llegan a todos mis nervios. Esas voces son como el árbol del conocimiento: cuando las reduzco al italiano, las condeno al silencio.»
Cita con los ausentes
Los chicos napolitanos transformaron el nombre Harry que le puso su padre –un soldado estadounidense que llegó a Italia con las tropas aliadas– en Erri. El itinerario vital de De Luca está atravesado por «los oficios del cansancio»: fue albañil, obrero en la industria metalúrgica, voluntario en Africa, chofer humanitario en la guerra de la ex Yugoslavia. La escritura llegó después y devino su «compañera» inseparable. No intentó desesperadamente publicar. La extraña casualidad –que miles de lectores agradecen– quiso que una amiga fuera nombrada secretaria en la editorial Feltrinelli y ahí publicó su primer libro: Aquí no, ahora no. «La escritura es un lugar de citas donde se encuentran los ausentes. Cuando escribo, muevo los labios porque soy un redactor de voces. No me concilié con ninguna ausencia; es una incapacidad que tengo de no poder hacer los lutos: más vivís, más quedás en el exilio. Cuando escribo convoco a los ausentes que se escondieron y los obligo a permanecer conmigo».
La trinidad heroica del escritor napolitano está integrada por Marek Edelman, el líder del levantamiento del gueto de Varsovia contra la ocupación nazi; Ernesto Che Guevara y Buenaventura Durruti, anarquista español que murió durante la Guerra Civil Española. «La generación que salió a las calles tenía dos opciones: entrar o desertar. No pude ser desertor, preferí enfrentar el riesgo antes que evadirlo», cuenta Erri y a esta altura de la charla, con un montón de lectores parados al fondo del salón, otros sentados en el suelo, apantallándose con los programas, libros o lo que tuvieran a mano para conjurar el calor, nadie puede eludir del hechizo erridiano. «Soy un lector apasionado del Quijote, pero me identifico con su caballo Rocinante. Yo fui cabalgado por muchas buenas causas, pero a menudo las buenas causas no hacen selección de personal. Nosotros hicimos lo que pudimos. El más grande profeta fue un tartamudo. Moisés se dio cuenta de que si cantaba no tartamudeaba. Las causas buenas se sirven de personas poco aptas.»
Más atrás en el tiempo, yendo del joven militante político hacia la infancia, subraya que del niño que fue preserva la capacidad de sorprenderse. «La infancia contiene la unidad integral de la persona humana. Después se crece y las posibilidades se restringen. La libertad para mí era andar descalzo con el callo que se formaba debajo del pie. Me gustaba conservar la sal sobre mi piel, pero mi pelo era una especie de ligustrina», recuerda De Luca esa infancia napolitana en la que el ojo del niño Erri se daba cuenta de que podía ver más lejos. «El mar es la más poderosa vía de comunicación. Nosotros estamos hechos de todo lo que trae el mar. No me importa saber cuánta azúcar tengo en la sangre. Quiero saber cuántos enemigos se pelearon en mi sangre».
Las montañas en sus manos
De Luca lee el poema «Mamm’ Emilia» y el nudo de la emoción de desata en un puñado de miradas. Entonces llega el momento de las preguntas del público. «El presente no es una utopía», aclara. «El deseo del presente, en lo que me concierne, es el de atenerme a esa trinidad laica que está en la Constitución francesa: libertad, igualdad y fraternidad». Alguien quiere saber si el escritor conoció al criminal de guerra nazi que aparece en su novela El crimen del soldado. «Si hubiera conocido a un criminal de guerra, le hubiera puesto las manos encima y no hubiera dicho nada a nadie», responde sin vacilar. «Aprendimos el alfabeto, pero no sabemos leer los árboles», reconoce el narrador de Tres caballos. El escritor que vive en las afueras de Roma, en Casena, revela que le gusta plantar árboles en su campo y relata cómo empezó su pasión por las montañas. «Mi padre, que perteneció a un batallón alpino en la segunda Guerra Mundial, volvió con poca narrativa, pero con un sentimiento de gratitud a la montaña. Yo quería agarrar las montañas, quería tomarlas con mis manos. Cuando uno escala, el cuerpo alcanza su mejor eficiencia. Dicen que cuando un alpinista cae, ve el resto de su vida caer.»
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