Un pieza de la exposición. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de marzo de 2016. (RanchoNEWS).- El Museo Guggenheim de Bilbao reúne por primera vez en España las Celdas, una de las series que representa lo más inquietante del trabajo de la artista francoamericana Louise Bourgeois. Reporta desde Madrid Antonio Lucas para El Mundo.
Louise Bourgeois conoció otros mundos: lugares de convulsión, infiernos anchos. Fue inquilina del espanto, pero también tuvo su cielo. La memoria fue el motor de explosión de su desamparo. Una poderosa vocación de recordar y hacer de su biografía el precio exacto de tanta penumbra y desmesura. «A lo que me dedico es al dolor para dar sentido y forma a la frustración y el sufrimiento», dijo en una ocasión. Lo escribió y lo dijo. Porque a hurgarse por dentro dedicó buena parte de su obra. Su obra fascinante. Su obra física, mental, intelectual. Louise Bourgeois, francoamericana, vivió casi 100 años (1911-2010). Nació en París y murió en Nueva York. Y no hizo del arte un remedio, sino un viaje crispado alrededor de sus demonios.
Necesitaba la confrontación. Estaba convencida de que la gente feliz no tiene historias. Ella procesaba la vida modelando sus traumas, su ansiedad, con una vocación confesional. El mapa de su vida son sus piezas. Fue incansable hasta el final: dibujos, patchwork, escultura, instalaciones... El trauma originario le viene de la infancia, de su padre (del temperamento abrasivo del padre). De la relación de aquel con su niñera. De la madre que muere antes de tiempo. De la zancadilla de ser mujer en un mundo macho («Cuando nací mis padres peleaban como gatos y perros. El país se preparaba para la guerra y mi padre, que quería un niño, me tuvo a mí»). Todo eso contorneó su cabeza por dentro y la afianzó en la osadía. Es una de las artistas más poderosas del siglo XX, con un lenguaje hecho de retales de preguntas y de psicofonías. Ecos muy desgarrados que alcanzan su punto exacto de cocción en una de las series que reúne el Museo Guggenheim de Bilbao en una exposición abundante: Estructura de la existencia: las Celdas (patrocinada por la Fundación BBVA), abierta hasta el 4 de septiembre y de la que son comisarias Julienne Lorz y Petra Joos.
Una pieza de la exposición del Guggenheim dedicada a Louise Bourgeois. REUTERS
Las Celdas tienen en inglés su término abierto, Cells, que señala tanto el espacio individual de una cárcel o un monasterio como la célula biológica de un organismo vivo. Y en esa ambigüedad reside esta parte de la obra de Bourgeois, desarrollada entre 1986 y los últimos compases de su vida, presentadas en conjunto por primera vez ahora en España. «Estas piezas se ubican en algún lugar entre el panorama museístico, la escenografía y la instalación. Se trata de una entidad escultórica que, a escala y nivel formal, carece de parangón en la historia del arte», sostiene Lorz.
Y es que en ellas está reunida la astronomía artística de Bourgeois. Reinventó sus métodos de trabajo y probó con todos los materiales posibles para dar sitio y sentido al geiser de una emocionalidad que tiene sus raíces en el miedo, en el disfraz, en el espejo, en el voyeurismo, en la necesidad de inventarse, de integrarse, de mezclarse o destruirse. Estas celdas son jaulas, pero también son furias puestas en pie. Traumas y peligros que toman forma, como una arquitectura inadecuada, como una liberación de lo que guarda toda intimidad averiada y su alfabeto de histerias.
«Cuando empecé a crear las Celdas quería establecer mi propia arquitectura y no depender del espacio de un museo, no tener que adaptar a él mi escala. Quería constituir un espacio real en el que uno pudiera entrar y por el que pudiera moverse», aclaraba la artista. De ahí que estas obras sean paseables, incluso navegables desde el ánimo de quien mira. Cabezas de trapo dentro de jaulas. Habitaciones hechas de puertas viejas e invadidas por objetos de naturaleza orgánica: cristales, sábanas bordadas con mensajes que encierran reglas de felicidad o de tensión, cuchillas de guillotina, sillas de tortura, referencias múltiples a la infancia, globos de vidrio rojos y azules. Materiales de derribo de la memoria. También el contrapeso de los sexos. Incluso el rumor de ese ruido tan triste que hacen dos cuerpos cuando se aman. Símbolos sin cesar.
Francisco González, presidente de la Fundación BBVA y Rafael Pardo, director de la Fundación BBVA, escuchan las explicaciones de Jerry Gorovay, asistente de la artista y presidente de la Easton Foundation en la exposición Louise Bourgeois. FUNDACIÓN BBVA
Y, dispersas, las bobinas de hilo en tantas de estas piezas. Ese hilo que lleva a la madre y que remata en la araña. La descomunal araña que hilvana su tela y es madre y crimen al mismo tiempo. Este es uno de los elementos simbólicos de la última etapa de Bourgeois. «Pero sus obras no parecen pertenecer a un periodo de creación concreto... Al final de su carrera se sitúa al margen de la mayoría de sus colegas, aunque no de las generaciones más jóvenes, a las que atendió e influyó de distintas formas. Aunque la independencia con la que implacablemente marcaba su propio camino diferencia claramente su obra más tardía de la de sus contemporáneos», subraya Jerry Gorovoy, su asistente y confesor durante 30 años.
Hasta el final estuvo Louise Bourgeois trabajando sin pausa. En su casa de Chelsea o en su estudio de Brooklyn. Desde aquel 1940 en que llegó a Nueva York con su marido, el historiador Robert Goldwater. No recibió reconocimiento hasta la década de los 70. Pero tampoco le importó. La vida sucedía en su mente con todos los ingredientes necesarios. De la muchacha que regentaba en París un taller de telas a la artista de sofisticación carnal e ímpetu primitivo suceden casi 80 años. Una vida de esplendor que alcanzó una de sus cimas en las autosuficientes piezas que el Guggenheim despliega. Las Celdas. Allí donde pasado y presente se conjugan con una brutalidad delicadísima. Allí donde sentir convoca sin remedio un peligro hermoso.
REGRESAR A LA REVISTA « » – Elementos á é í ó ú ñ « »