Ilustración de Ulises. (Foto: El Mundo)
C iudad Juárez, Chihuahua.26 de octubre de 2016. (RanchoNEWS).- Con motivo de la aparición de un trabajo sobre Albert Camus, Pedro G. Cuartango reivindica la necesidad de un periodismo libre e independiente, sustentado en los hechos y comprometido con la verdad, en un texto publicado en El Mundo.
Albert Camus lo fue casi todo: actor, dramaturgo, productor, filósofo, novelista y editor. Pero, sobre todo, fue un periodista que consagró su vida a la búsqueda de la verdad. Más de medio siglo después de su muerte en un accidente de automóvil, apenas cumplidos los 46 años, su figura sigue creciendo como una influencia indiscutible en nuestro tiempo.
Albert Camus, educado en la penuria de un modesto barrio de Argel, huérfano de padre y de madre analfabeta, comenzó su carrera en Alger Républicain, un diario desde el que realizó una valiente denuncia de las condiciones de vida de la población árabe en la colonia francesa. Ahí quedan sus reportajes sobre Cabilia, en los que recorre los desolados pueblos y los caminos de la región para transmitir la miseria que sus ojos ven. Pero Camus no se limita a contar su experiencia, se sumerge en la búsqueda de datos y estadísticas para corroborar la realidad que describe.
Los años en Alger Républicain suponen, sin duda, su forja como periodista en la difícil pugna que libra contra la censura y las autoridades locales, que intentan ahogar el periódico por todos los medios hasta que consiguen cerrarlo en 1939, momento en el que se traslada a Le Soir Républicain de la mano de su amigo y compañero de fatigas Pascal Pia.
Durante esta época, Camus y Pia burlan a la censura, incluyendo textos clásicos de Montaigne, Voltaire y Victor Hugo, que son tachados por el militar que va a revisar las galeradas en uniforme antes del cierre de la edición. En una ocasión, el censor prohíbe la difusión de varios párrafos de un artículo, que son una cita textual del propio gobernador de Argelia. Al ser advertido por Camus, se ve obligado a rectificar. En otra ocasión, el censor elimina toda una página y el periodista se dirige a él para rogarle que escriba un texto para llenar esos blancos.
Camus provoca a las autoridades con sus continuas denuncias sobre las arbitrariedades del sistema judicial y la discriminación de la población musulmana. Uno de sus logros es la puesta en libertad de un funcionario que había sido acusado de malversación cuando, en realidad, se había esforzado para que las subvenciones del Gobierno llegaran a los agricultores.
El escritor argelino ingresa en esos años en el Partido Comunista, pero su permanencia es muy breve porque choca contra la disciplina interna y las directrices que vienen de París. Camus se va porque cree que el Partido sigue una línea oportunista en un país que no entiende.
Tras la imposibilidad de ejercer su trabajo de periodista en Argel, deja a Francine, su segunda esposa, en el hogar familiar y emigra a París, donde encuentra un trabajo de corrector. En 1941, entra en la Resistencia y empieza a colaborar con el periódico clandestino Combat, que se imprime en Lyon.
El autor de El extranjero permanece seis años en este diario y llega a ser su jefe de redacción, en colaboración con su inseparable Pascal Pia. Escribe artículos y editoriales en los que denuncia la ocupación alemana y diseña la nueva Francia. En varias ocasiones, la suerte le libra de ser atrapado por la Gestapo. Pero su amigo y colega André Bollier es acorralado en su domicilio, donde se suicida tras hacer frente con su pistola a sus captores.
Recomiendo a quien quiera profundizar en la trayectoria periodística de Albert Camus la lectura del magnífico libro de la profesora María Santos-Sainz (Albert Camus, periodista. Editado por Libros.com), que acaba de aparecer con un interesante prólogo de Edwy Plenel, ex redactor jefe de Le Monde y hoy editor de Mediapart, un diario digital de gran éxito. La obra es un trabajo de investigación que revela la dimensión poco conocida de Camus como periodista pese a que él siempre reivindicó este oficio por encima de sus otras actividades.
Edwy Plenel se hace eco de un artículo de Albert Camus en Combat, fechado el 31 de agosto de 1944, justo en el momento en el que los aliados acaban de entrar en París. Escribe: «Nuestro deseo que, a menudo era acallado, consistía en liberar los periódicos del dinero y darles una verdad que sacara del público lo mejor de sí mismo. En aquel momento, pensábamos que un país vale lo que vale su prensa. Y si es cierto que los periódicos son la voz de una nación, estábamos decididos a alzar este país elevando su lenguaje».
Camus fracasó en sus expectativas de que el final de la Guerra supusiera una sociedad más justa y equitativa, pero hasta sus más acérrimos adversarios tuvieron que reconocer su ejemplo y su autoridad moral.
Ahí queda como testimonio el apasionante debate con François Mauriac sobre el castigo a los colaboracionistas. Camus defendía que debían ser sancionados por sus acciones, Mauriac se inclinaba por la clemencia con matices. Su antagonismo fue a veces brutal, pero, muchos años después, con su generosidad habitual, Camus reconoció que Mauriac tenía razón porque la conducta humana encierra una complejidad que supera las apariencias.
A pesar de sus tesis, no dudó en firmar la petición de clemencia de Robert Brasillach, escritor filonazi, que fue finalmente ejecutado. Los comunistas arremetieron contra él, acusándole de contradecir lo que había defendido. Pero Camus siguió firme en sus convicciones, que le llevaron a repudiar los crímenes del estalinismo y a distanciarse de Jean-Paul Sartre.
La grandeza del autor argelino es que nunca tuvo miedo a quedarse solo. Tanto en su etapa en su tierra natal como cuando llegó a ser columnista de L'Express, Camus fue siempre coherente con lo que pensaba. Como escribió Tony Judt, era un moralista que no analizaba el mundo en categorías filosóficas sino que expresaba lo que veía tras llegar a sus propias conclusiones.
Camus afirmó que los hechos debían primar sobre los prejuicios porque no es posible establecer opiniones cuando se carece de información sobre lo que ha sucedido. Este amor por la verdad impregna su obra literaria y periodística, que él consideraba como un compromiso ético y una vocación personal.
Lo demostró en 1947, cuando decide abandonar Combat, que había llegado a vender 300.000 ejemplares en 1945, porque los nuevos propietarios no garantizaban la independencia del medio. Fue una ruptura dolorosa que también puso fin a su estrecha relación con Pascal Pia.
Cuando ya había renunciado al periodismo y había sido galardonado con el Nobel, se lamentaba de que había hecho demasiadas concesiones y se arrepentía de silencios oportunistas que le habían permitido salvar su puesto de trabajo. Era tan sincero que se laceraba injustamente porque, si alguna vez ha habido un profesional honesto, ése ha sido Albert Camus.
Los periodistas no desarrollamos nuestra labor en el vacío y sería engañar a la gente afirmar que disponemos de una libertad absoluta. Pero, como Camus demostró, podemos luchar por decir la verdad y contar a los lectores lo que sucede a nuestro alrededor. Los hechos, no las opiniones, son lo que importa.
Camus es una referencia para nuestra profesión porque siempre dijo y escribió lo que pensaba, sin que podamos encontrar una sola línea en su trayectoria periodística que nos parezca falsa o interesada. Era un intelectual con ideas, pero nunca permitió que su concepción del mundo alterara la observación de los acontecimientos. Jamás tuvo reparos en rectificar cuando se equivocaba, como podemos apreciar en uno de sus reportajes sobre la Cabilia en el que admite haber utilizado unos datos incorrectos.
Pese a ser un hombre con una gran influencia en los debates públicos, Camus fue, en buena medida, incomprendido en la Francia de su tiempo. Los intelectuales de la derecha le veían como un radical y la izquierda como una persona poco fiable. Su aislamiento le llevó al silencio durante el conflicto de Argelia, en el que fue tachado de traidor por unos y otros.
Camus fue una persona atormentada y, pese a sus éxitos literarios y su notoriedad, nunca se sintió reconciliado con la vida parisina. Añoraba las playas y el sol de su Argel natal, sus amistades juveniles y su infancia en Belcourt. Y siempre estuvo muy ligado a su madre, a la que dedicó las obras que ella jamás pudo leer. Aquí residen algunas de las claves de su vocación por el periodismo.
Me quedo con esa cita suya de que «un país vale lo que vale su prensa» porque ninguna democracia puede sobrevivir sin unos periódicos libres e independientes, sea cual sea su soporte físico. El periodismo es esencialmente amor por la verdad, pero también es amor por la vida porque no hay verdades abstractas. Camus lo dijo mejor que nadie: «Cualquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio prevalecerá siempre». Por eso somos periodistas.
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