Lowry mataba su tiempo bebiendo, pero también tocando el ukelele, jugando al golf o nadando. (Foto: ABC)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 28 de agosto de 2017. (RanchoNEWS).– Habrá quien opte por recordar su vida como la de un dipsómano sin solución que desperdició un talento abusivo para la escritura por su amor por la botella. Como también quedarán los que prefieran quedarse con la idea de que Malcolm Lowry (1909-1957) vivió inmerso en la práctica del más exagerado ejercicio de filantropía que estaba a su alcance: sacrificar todo lo demás por hacer de su propia existencia el caldo de cultivo de su obra, escribe Alejandro Díaz-Agero desde Madrid para ABC.
Con «Rumbo al Mar Blanco» (Malpaso), que hoy se publica por primera vez en España, se cierra de manera póstuma la trilogía que en vida anheló Lowry para emular a la «Divina Comedia» de Dante, con sus particulares infierno, purgatorio y cielo. En ella narra, siempre usándola como depósito para sus sentimientos –que es lo mismo que decir aflicciones–, la historia de dos hermanos noruegos, Sigbjorn y Tor, que, tras una juventud sembrada de diferencias, se reconcilian después de sufrir el barco de su padre un accidente que ahogaría muchas vidas.
Lowry tenía especial fijación en este trabajo: comenzó a escribirlo en 1931 y siguió haciéndolo hasta que en 1944 ardió en la modesta cabaña pesquera de la costa de Canadá a la que se había mudado con Margerie Bonner, su segunda esposa, cuatro años antes. De nada sirvió que se dejase la piel de la espalda tratando de recuperar las mil páginas perdidas –sí consiguió salvar «Bajo el volcán», que se publicaría en el 47–. Suerte que años atrás había dejado en casa de su exsuegra una copia embrionaria de lo que finalmente debía ser su novela. Nunca lo recordó, no se sabe si por olvido o por lo que le abrumaba pensar en el arduo trabajo de reconstrucción que tenía ante sí. Parece esta última la opción más probable: ¿cómo desperdiciar la ocasión de engrosar la épica de una vida abonada a la desgracia?
Una mezcla de plagios
No sólo las llamas de aquel incendio conforman la hostigada vida de Lowry, tan apegado a la tribulación que cuando no tenía problemas se los buscaba. Vivió 47 años, casi siempre al calor de un trago, hasta que el 27 de junio de 1957, durante una visita a su Inglaterra natal, una serie de circunstancias vagamente diáfanas se alinearon para alimentar el mito. Douglas Day y Gordon Bowker, autores de sus dos grandes biografías, conjeturan entre el ahogamiento en su propio vómito después de una melopea monumental, la sobredosis de barbitúricos y la posible responsabilidad de Margerie, que ese mismo día habría recibido amenazas de muerte por parte del a la postre finado.
Niño rico y consentido –sus cuidadores le daban una copa de vino para que se durmiese pronto–, tuvo todas las facilidades para armar un bagaje formativo con el que potenciar su innata habilidad para juntar letras. Estudió Filosofía en Cambridge y publicó su primera novela, «Ultramarina», en 1933, el mismo año que se graduó. Encontró una referencia en el novelista Conrad Aiken, del que quedó prendado tras leer su «Blue Voyage», y que influyó de manera incontestable en la redacción de su obra. También «The ship sails on», del noruego Nordhal Grieg, con la que Lowry colma sus ansias por encontrar faros con los que iluminar su zozobra, hasta el punto de que consideraba «Ultramarina» una mezcla de plagios de ambas lecturas.
Es con Aiken con quien, durante un viaje a España, conoce a Jan Gabrial, que terminará convirtiéndose en su primera esposa. El «ça va, ça va» con el que respondió a la pregunta de si aceptaba a Jan como esposa sirvió como preludio al abandono de su mujer, que no tardó en quemarse en el infierno del errático escritor, sólo capaz de amar sin ataduras su propia miseria. Se marcha a Nueva York y su marido, previo paso por una clínica de desintoxicación, cruza el Atlántico para recuperarla.
Ni sus tardes tocando el ukelele, ni su valor como golfista, ni su afición por otro líquido, el que llenaba las piscinas en las que infatigablemente nadó toda su vida, le sirvieron para evitar irse a Cuernava en 1936 a huir de la vida –le tenía miedo, como al fracaso o al sexo, según le dijo un doctor de Canadá a Margerie–. Allí enhebraría la trama de su gran obra, «Bajo el volcán», donde reflejó, empapado en litros de mezcal, su desamor con Jan.
Moriría el desdichado Lowry sin poder pasear con su título culmen bajo el brazo, pero en su tumba podrá congratularse de verlo ahora publicado en español, merced a que cuando en 1936 visitó a Jan en Nueva York, dejó una copia del libro en casa de su exsuegra. No sería hasta que murió Margerie Bonner, en 1988, cuando Jan se cercioró de que el legado de su exmarido le pertenecía ya en exclusiva y la transcribió para terminar entregándosela a la Biblioteca de Nueva York.
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