Por Orlando Castellanos
En 1978, Julio Cortázar visitó las cabinas de Radio Habana Cuba y conversó largamente con el periodista Orlando Castellanos, que a la sazón tenía medio siglo de experiencia como entrevistador. Lo que dijo Cortázar ante el micrófono, entre el calor de la cabina, permaneció guardado en una cinta durante muchos años. Castellanos rescató luego la entrevista y la incluyó en un pequeño libro que nunca salió de Cuba: Formalmente informal (Ediciones Unión, 1989). Para el lector cortazariano es esta voz a cuatro años del final.
—Bueno, Julio, primero yo quiero una especie de “cuéntame tu vida”. Quiero saber: ¿dónde naciste, dónde y cuál fue el medio en que se desarrolló tu infancia? Esto es para empezar.
—Esto es una especie de biografía. No es que me guste mucho, no, pero supongo que son datos que solamente un escritor tiene que dar porque eso ayuda, en alguna medida, a comprenderlo mejor.
Yo soy argentino, pero por uno de esos azares de la vida me tocó nacer en Bruselas, la capital de Bélgica, y eso es bastante divertido. Mi padre y mi madre, argentinos los dos, se acababan de casar cuando a mi padre le dieron un puesto en la Legación Argentina en Bruselas. Entonces hizo coincidir su viaje de bodas con la toma de posesión de su puesto, y el flamante matrimonio se fue en barco a Bruselas. Nueve o diez meses después aparecí yo allí en Bruselas. Pero te diré que aparecí en circunstancias bastante trágicas, porque esto sucedía el 23 de agosto de 1914. Aquellos a los que les interese la historia sabrán que un par de meses antes, un mes antes, había estallado la Primera Guerra Mundial, y en agosto de 1914 las tropas alemanas del Káiser entraban a sangre y fuego en Bélgica. Se apoderaron de Bruselas antes de seguir en su ofensiva contra Francia. Entonces mi nacimiento fue muy especial, pues mi madre estaba en una clínica y los obuses alemanes caían por todos lados. De manera que fue un nacimiento un poco comprometido que casi le cuesta la vida a mi madre e, incluso, a mí mismo, pero sobrevivimos los dos. Como mi familia tenía privilegio diplomático, y la Argentina era un país neutral, una vez que los alemanes ocuparon Bélgica tuvimos la autorización para pasar a Suiza, que era también un país neutral. Allí nació una hermana mía. Somos dos hermanos. Luego la familia pudo pasar a un tercer país neutral, que era España, y ahí se quedó desde 1914 hasta 1918, en que finalizó la guerra, porque no se podía volver a la Argentina. En aquella época, por supuesto, no había aviones para pasajeros, no se podía viajar en barcos porque los submarinos alemanes los hundían a todos. Tuvimos que quedarnos en Barcelona, y mis primeros confusos recuerdos de niño, muy pequeño, son recuerdos de Barcelona. A los cuatro años volví a la Argentina, me olvidé del francés, que era el idioma que yo había hablado en ese tiempo, y me convertí en lo que soy: un argentino.
Hice mi educación primaria y secundaria en la Argentina. Por cierto, aprovecho para aclarar un malentendido, porque justamente el otro día, aquí en Cuba, unos compañeros me dijeron: “Se ve por tu acento, por la manera de pronunciar la erre, que tu vives hace 25 años en Francia”. Yo les dije: “No es así, es un defecto de nacimiento, y no tiene que ver nada con el francés”. Cuando yo era niño no había eso que se llama foniatra, que ahora en unos pocos meses arregla ese problema en un niño. Ya cuando eres adulto eso es más difícil. Yo sé que con buena voluntad, haciendo ejercicios, en un año podría, pero verdaderamente estoy muy viejo para hacerlo, y entonces que me aguanten el acento. Finalmente, lo comparto con Alejo Carpentier, que también lo tiene.
—Después, ya en la Argentina, tú iniciaste tus estudios primarios, secundarios. ¿Puedes hablarnos de esta época de colegial?
—Bueno, mi familia se fue a vivir a un suburbio de Buenos Aires, un pueblito llamado Banfield, que era casi el campo en aquella época. Nosotros éramos, ya te darás cuenta por lo que te conté de mi familia, no burgueses, sino pequeños burgueses. Mi padre se fue de mi casa cuando yo tenía seis años, y nos quedamos solos mi madre, mi hermana y yo, lo cual obligó a mi madre a ponerse a trabajar para educarnos. Yo me eduqué en escuelas primarias oficiales, populares.
—Como las llamábamos en Cuba: escuelas públicas.
—Exactamente, escuelas públicas. Tuve suerte, porque si la familia hubiera seguido digamos en las condiciones en que estábamos cuando mi padre trabajaba en la diplomacia, probablemente me hubiesen mandado a esas escuelas pagadas inglesas o alemanas o francesas, donde me hubieran deformado mucho más que en escuelas públicas en que yo me crié en compañía de compañeros que eran gente muy humilde, muy pobres, hijos de obreros, hijos de pequeños empleados. Todo eso fue muy bueno, pues desde niño yo estuve en contacto con capas populares y completamente separado de esa cosa más sofisticada en la que probablemente me hubiera movido. Luego, cuando terminé la escuela primaria, entré en una escuela normal, y me recibí de maestro. Mi primer título digamos, fue el de maestro, e incluso ejercí como maestro de escuela primaria un cierto tiempo. Después completé un profesorado en Literatura, lo cual me permitió ser profesor en los liceos. Entonces era ya el momento en que tenía que ayudar a mi madre y me fui a Buenos Aires. Nunca entré en la universidad, yo no he hecho ningún estudio universitario. Realmente he sido un autodidacto en ese plano. Todo lo que sé lo aprendí por mi cuenta, porque ese profesorado era bastante malo, dicho entre paréntesis. Luego me permitió enseñar en liceos de provincias y ayudar a mi madre. Y así fue como en esos liceos de provincias, donde yo tenía mucho tiempo libre, empecé a leer, a devorar bibliotecas enteras, y empecé mis primeros ensayos de escritura.
—¿Por qué época fue esto, en qué año aproximadamente?
—Mira, fue entre 1935 y 1942. Fue el final de mis estudios secundarios y la época en que ejercí la docencia en liceos. Luego, en 1944, se creó en la Argentina una universidad de frontera, en la provincia de Mendoza. Lo que se llamaba la Universidad de Cuyo. Una universidad muy joven, y como no había profesores y se sabia que a mí me interesaba mucho la literatura francesa y anglosajona, que yo sabía leer el inglés y el francés, me ofrecieron un puesto de profesor universitario. Fue una experiencia muy hermosa porque me encontré con alumnos algunos de ellos más viejos que yo. Pude, por primera vez en mi vida, enseñar lo que verdaderamente me gustaba, porque antes había tenido que enseñar Geografía y cosas así, que verdaderamente no me interesaban mucho. En el plano universitario, durante dos años, enseñé en esa universidad de provincia.
Luego empezó el primer gobierno de Perón. Hubo todos los episodios preliminares y Perón conquistó el poder, y yo, como todos los pequeñoburgueses argentinos, estaba en contra, era absolutamente antiperonista. Incluso me metieron en la cárcel. No mucho, no me puedo jactar. Hay gente que se jacta mucho de haber estado en la cárcel. Incluso yo tenía un amigo ladrón en Buenos Aires que estaba muy orgulloso de haber permanecido 15 años en la cárcel. No sé por qué, pero estaba muy contento. No fue una cosa así. Fue sin mayores problemas, sin castigos, y entonces, naturalmente, renuncié a mi empleo en la universidad antes de que Perón me echara, para ganarle una mano. Y me volví a Buenos Aires, donde empecé a trabajar en diversas cosas. Trabajé como gerente de la Unión de Editores Argentinos, lo que me puso en contacto con el mundo editorial, que era interesante. Después, aprovechando que conocía dos idiomas, me recibí de Traductor Público, que era un oficio, una profesión excelente porque daba mucha independencia y me permitía hacer traducciones y darme buena vida. Así continué hasta 1951, en que gané una beca del gobierno de Francia. Decidí irme allá para ver qué pasaba, y decidí quedarme. Porque la verdad es que el fenómeno peronista en su primera etapa yo no lo comprendí nunca. Yo era completamente ajeno a la política. Era un hombre totalmente apolítico y yo lo sé porque tengo un gran sentido de la autocrítica. Yo vivía en un mundo estético, estetizante, de joven que escribe, que ha leído montones de libros, y lo que me interesaba era hablar exclusivamente de libros. En torno a mí había un proceso político que yo no comprendí. Ese proceso me molestaba, me hostigaba, y decidí quedarme en Francia.
Luego las cosas cambiaron, empezaron las dictaduras militares. Después de la caída de Perón yo iba a la Argentina cada dos o tres años a ver a mi madre y a mi hermana. He hecho en total algo así como nueve viajes de ida y vuelta, o sea que nunca perdí el contacto con mi país, hasta ahora, en que, por el momento, lo he perdido, porque soy verdaderamente un exiliado.
—Julio, ¿recuerdas las primeras cosas que escribiste?
—Quien se acuerda muy bien de las primeras cosas que escribí es mi madre, porque las tiene guardadas: son sonetos, poemas que yo escribí a los nueve o diez años; una tentativa de novela, que me encantaría volver a leer, pero cuando vi a mi madre por última vez no quiso dármela, porque sospecha que la voy a quemar, y entonces la tiene bajo llave, y nunca he podido echarle mano. El único problema que tengo es que no me deja ver esas cosas. Ella asegura que son muy buenas. Yo lo que sé es que cuando iba a la escuela primaria, a los once años, yo me enamoraba perdidamente de alguna compañera. Eran escuelas mixtas. Entonces siempre había una niña con unas trencitas y unos ojos que a mí me producían emoción, y entonces yo le escribía unos poemas sumamente ingenuos, de una especie de amor, y después poemas de sufrimiento, porque esa niña no me miraba. Todo esto lo tiene mi madre guardado.
—¿Qué fue lo primero tuyo publicado?
—Espera. Yo tardé muchísimo en publicar, y estoy contento de haberlo hecho, porque mira, yo vivía, como te decía, en un mundo muy literario y, por lo tanto, estaba rodeado de amigos que se dedicaban a la literatura o a la música o a la pintura, y tenían esa ansia de los jóvenes de darse a conocer, de publicar. Muchos de ellos a los 18 años ya hablan publicado su primer libro de poemas o su primera novela, y al año siguiente te los encontrabas llorando por la calle porque estaban profundamente arrepentidos de haber publicado ese libro. No porque la crítica les hubiera pegado, porque no había ninguna crítica, nadie se enteraba, sólo los amigos leían el libro, pero ellos mismos, que habían caminado un poco más, se daban cuenta de que esa publicación había sido prematura. Yo no sé si por vanidad, pero, en todo caso, con un gran espíritu critico, me negué a publicar. Escribí distintas cosas. Tú sabes que yo he quemado dos o tres novelas, una de las cuales tenía como 600 páginas.
—Me lo contaste una vez.
—Te lo conté. He tirado muchos cuentos al canasto, muchos poemas, hasta que finalmente llegó un momento en que escribí una serie de sonetos que me parecieron publicables, y entonces salió en una pequeña edición para los amigos. Es un libro inhallable, que lo publiqué además con un pseudónimo, lo cual te demuestra que yo tenía mis recelos.
—¿Y ese libro cómo se llama?
—Ese libro se llama Presencia.
—¿Y el pseudónimo?
—Julio Denis. Una edición de 250 ejemplares. Yo tengo uno en París.
—Tengo qué buscarme uno.
—Si lo encuentras, bueno...
—Si lo encuentro, te lo mando para que me lo firmes.
—Pero me sorprendería. Yo puedo mandarte una fotocopia. Son unos sonetos muy estetizantes, muy malarmianos, muy simbolistas. Bastante bellos, dicho sea de paso. Yo no tengo falsa modestia. Con mi nombre lo primero que salió fue una serie de diálogos sobre el tema de Teseo y el Minotauro. Es un texto que se llama Los reyes y es la historia de Teseo que entra en el laberinto con el hilo que le da Ariadna para que no se pierda y que va a matar al Minotauro. Pero yo le cambié completamente el sentido, es decir: que ahí el verdadero héroe es el Minotauro. El Minotauro yo lo veo como el poeta, como el hombre libre que el tirano encierra en el laboratorio porque sabe que si lo deja en libertad, digamos, le va a hacer la revolución, para hablar en un lenguaje moderno, y Teseo es el servidor del poder, es el joven fascista que va a matar al hombre libre. Entonces —te das cuenta— es una inversión completa del mito griego. Fue un texto que le había gustado mucho a mis amigos, y por eso yo acepté que se publicara, pero en una edición privada.
—Este libro del que me hablas ahora, ¿en qué año fue publicado?
—Fue publicado en 1948 ó 1949, dos años antes de que yo me fuera de Argentina. El año en que me fui —noviembre de 1951—, apareció Bestiario. Es el primer libro de cuentos publicado por la Editorial Sudamericana. Fue un libro que cayó totalmente en el silencio y en el vacío, porque era una época en que los argentinos —y los latinoamericanos en general— miraban todavía hacia Europa y hacia los Estados Unidos como los grandes modelos literarios, y los autores nacionales eran ninguniados —como dirían los mexicanos— y nos leían muy poco. Yo me acuerdo que estando en Francia recibí la primera liquidación de derechos de autor: era la suma de 14 pesos argentinos. Mandar el recibo de vuelta firmado costaba 12 pesos. ¡Así que ya ves mi derecho de autor!
—Y después de este libro de cuentos, ¿qué le siguió y en qué forma fueron escritos en Francia?
—Bueno, lo que sigue fue escrito en Francia, y eso para mí fue muy importante: el choque con la cultura francesa y el empezar a descubrir la verdadera América Latina, de la que yo había pasado al lado realmente, a lo largo de mi vida. Empezaría a descubrir de lejos, poco a poco, empezar a darme cuenta de lo que era América Latina. Eso fue un proceso muy largo de diez años en el curso de los cuales yo fui escribiendo cuentos en París. Apareció un segundo libro en México que se llama Final del juego, que luego fue completado con una edición argentina más amplia, y después se editó Armas secretas, que son ocho cuentos. Cuando se publicó ese libro empezaron a leerme. Ese libro sacó —digamos, de las gavetas— los libros anteriores. Bestiario, que nadie había leído, de golpe tuvo tres ediciones. Como pasa siempre, es un efecto retroactivo. Luego se editó Los premios, la primera novela mía que se publicó con gran éxito en la Argentina. En ese momento yo estaba trabajando en Rayuela —conjuntamente con otros cuentos paralelos— y Rayuela apareció hacia el año 1962 ó 1963.
En 1961 se produce en mi vida un hecho muy importante: es que yo hago mi primer viaje a Cuba y tomo contacto aquí con el mundo cubano, con la Revolución Cubana, y eso —ya lo he dicho muchas veces, pero me gusta repetirlo— fue coagulante, el catalizador que me mostró a mí hasta qué punto yo era latinoamericano, hasta qué punto yo era argentino, cosa que había ignorado durante muchos años. Puedo decir que a mí la Revolución Cubana me metió en la Historia, me hizo entrar en la Historia. Yo no tenía ningún interés por la Historia, me interesaba lo estético únicamente. La experiencia traumatizante de la Revolución en 1961, cuando vine aquí y los encontré a ustedes en pleno momento del bloqueo, con todas las dificultades, y vi a este pueblo en la forma en que luchaba, en la forma en que combatía, entonces yo me dije: “¡Diablos, y pensar que en la Argentina yo he estado rodeado de muchedumbres también que buscaban la justicia social, y no fui capaz de darme cuenta!” Me hicieron falta muchos años. Bueno, eso te explica que a partir de 1961 yo he vuelto a Cuba todas las veces que he podido. Y, además, que haya empezado una acción paralela y simultánea con la literatura, es decir: una acción ideológica, que yo haya entrado también en la lucha como compañero de ustedes.
—Julio, ¿cuántos libros publicados tienes?
—Yo he perdido la cuenta, pero me he dado cuenta de que he escrito demasiado, que ya tengo como 13 ó 14 libros. Yo creo que hay que darle paso a los jóvenes. Tú sabes que a mí me interesa mucho la literatura de la juventud, y creo que es una prueba de juventud mía, porque es muy frecuente en los escritores ya viejos, ya maduros, que tienen una personalidad ganada, ponerse muy celosos de los jóvenes, como si tuvieran miedo, lo cual es un miedo absurdo, un miedo negativo, ¿no es cierto? Tienden a leer solamente a la gente de su generación y no consideran a los jóvenes: ¡allá ellos! Yo, por el contrario, leo más a gusto en estos momentos la literatura de los jóvenes que la literatura de los viejos, porque no me importa que sean obras a las que les puede faltar todavía madurez, les puede faltar técnica, pero lo que interesa ver es el nacimiento de un talento, y eso yo lo he visto muchas veces. Jóvenes argentinos, mexicanos y cubanos, gentes que empiezan titubeando y luego, un buen día, te saltan con un libro. Ver un joven que se abre paso en la literatura es para mí como una recompensa.
—Julio, ¿cuál es tu último libro?
—Ése que tienes ahí delante. Se llama Alguien que anda por ahí, que es el título de uno de los cuentos y que, además, fue publicado en Caimán Barbudo.
—La recuerdo, y hablamos de esto en la anterior entrevista.
—Tienes razón.
—Claro, no me dijiste el título, dijiste: “Acabo de escribir un cuento”. Y creo que fue en Santiago de Cuba.
—Yo escribí dos cuentos en Cuba el año pasado. Este se los dejé a los muchachos del Caimán Barbudo, y otro que se llama “Apocalipsis de Solentiname”, que se lo dejé a Fernández Retamar, que lo publicó en la revista de Casa de las Américas. Ese segundo, “Apocalipsis de Solentiname”, es un cuento desgraciadamente profético, porque es después de una visita a Ernesto Cardenal en su comunidad, en donde ya velan las amenazas y Ernesto era perfectamente consciente. En mi cuento, que es un cuento fantástico y al mismo tiempo muy realista porque yo creo que las dos cosas no son incompatibles, se ve venir la catástrofe que se acaba de cumplir en el mes de octubre cuando la Guardia Nacional expulsó a los campesinos y a los pescadores.
—Este “Alguien que anda por ahí” acaba de ser publicado en España.
—Sí, éste fue publicado en España, y tenía que salir una edición simultánea en la Argentina. A mí me interesaba esto particularmente, lo conté la otra noche en Casa de las Américas. Porque, fíjate, este libro tenía que aparecer en Buenos Aires, en el mes de junio. Entonces, el Gobierno, por intermedio de uno de sus voceros más o menos anónimos, le hizo saber a la Editorial Sudamericana que este libro no podía aparecer en la Argentina si no se suprimían dos cuentos: “Apocalipsis de Solentiname” y “Segunda vez”, porque los consideraban ofensivos, aunque no hay ninguna referencia directa a la Junta Militar. Como no son tontos, se daban cuenta perfectamente del alcance político que tenían esos dos cuentos. Utilizando mi sentido del humor —un poco negro, como tú sabes— contesté que estaba de acuerdo en suprimir los cuentos siempre que en la primera pagina saliera una nota en la que dijera, que para que este libro fuera difundido en su patria y ser leído por su pueblo está de acuerdo el autor con suprimir los dos cuentos que le exigen que suprima. Como comprenderás, la Junta no aceptó, porque ellos pretenden que hay libertad de prensa, que no hay censura. El libro no se publicó en la Argentina, y, en cambio, acaba de salir completo en México.
Ahora, fíjate —como yo le decía la otra noche a los amigos en la Casa de las Américas—, para mí este es un golpe muy doloroso, no por mí, sino por proyección. Porque si soy un exiliado físico, ese es mi problema, pero ahora soy también un exiliado cultural, es decir, que 22 millones de argentinos, entre los cuales hay tantos que me han leído y que me tienen estima y que les gusta leer mis libros, se van a quedar sin leer este libro. Entrarán algunos ejemplares en los bolsillos de amigos, pero es muy peligroso en estos momentos. Yo mismo no me animo a mandárselo a un amigo porque si le abren el paquete lo pongo en un problema. ¡Te imaginas hasta qué punto este exilio cultural me duele, porque no es solamente mío! Tú sabes que en estos momentos una enorme cantidad de escritores, abogados, médicos e investigadores han salido de la Argentina: están en España, están en Francia. Toda esa gente hacía su trabajo, publicaba sus libros, y nada de eso se puede publicar en la Argentina. La Argentina en estos momentos es un país pobre culturalmente. ¿A quiénes tienen como representantes de la cultura? A gente como Borges, por ejemplo, y a nadie más.
—Julio, una de las editoras cubanas va a editar un libro tuyo...
—Si, una editora cuyo nombre se me escapa, y lo digo con gran sentido de culpabilidad, porque ustedes están publicando tanto y con tantos nombres diferentes. Va a publicar ese librito mío que se llama Historia de cronopios y de famas.
—Del cual tú estás muy enamorado.
—Sí, yo estoy muy enamorado, tengo una culpable debilidad por ese libro porque fue un juego que yo escribí hace 20 años. Pero como todos los juegos, tiene su lado serio. Tú sabes cómo se ponen serios los niños cuando juegan. Es una cosa muy importante. Yo recuerdo que cuando era pequeño y estaba jugando y mi madre venía me decía: ¡Bueno, vamos, que tienes que bañarte, comer!, yo la miraba y pensaba: los grandes son tontos; por qué tiene uno que bañarse y comer si lo importante es terminar este partido. Había una especie de noción de que el juego es una cosa muy seria.
Estoy muy contento de que ese librito se publique completo, porque aquí se habían dado algunos extractos en ese tomo de cuentos míos que hizo Casa de las Américas hace muchos años —en 1963 ó 1964— que contiene cuentos y, al final, hay algunos cronopios, pero muy pocos. Ahora está completo.
—Hablando de libros tuyos publicados en Cuba y del gran éxito de Rayuela, que eso es de siempre, porque todavía hay quien viene y lo pide prestado, ¿qué piensas de Rayuela?
—Bueno, mira, a esta altura de las cosas yo tengo una doble visión de Rayuela. Estoy muy contento de haberla escrito. En el fondo es el libro que yo más quiero personalmente. De autor a libro, es mi libro. Ése es el lado positivo. Estoy muy contento de haberlo escrito, porque fue un libro de experimentación, fue un libro de provocación. De ahí su éxito. Es un libro que yo no escribí pensando en los jóvenes. Yo creí que escribía para las gentes de mi edad, y me llevé la sorpresa de la vida cuando el libro salió en la Argentina y empecé a recibir cartas de gente de 18, de 20 años, que expresaban el impacto que ese libro les había causado. Para mí fue una gran sorpresa y, al mismo tiempo, una gran alegría. Es decir: es un libro que cuestionaba muchas cosas: cuestionaba el lenguaje; cuestionaba todo el itinerario equivocado de la civilización occidental, buscaba respuesta a las grandes preguntas: qué somos, a dónde vamos, cuál es nuestro verdadero centro, qué estamos haciendo en esta vida. Es un libro un poco metafísico, un poco filosófico a mi manera. Ése es el lado positivo que yo creo que tiene. Ahora, claro, el lado negativo lo veo actualmente con mucha claridad, es decir: Rayuela es un libro excesivamente individualista. Es la historia de un personaje, sobre todo, y algunos que giran en torno a él, que están metidos en sí mismos, no tienen ningún sentimiento histórico, ninguna conciencia histórica; sus problemas personales, sus pequeños problemas, problemas burgueses o pequeñoburgueses son el centro de su vida, y aunque, desde luego, son problemas importantes porque los individuos son individuos en cualquier sociedad, de todas maneras el libro peca por no estar abierto hacia la Historia. Ésa es una etapa que me faltaba a mí por franquear y creo que ya te he contado en qué circunstancia se produjo.
—Julio, ¿cuál es la música que a ti te gusta?
—Bueno, si tú pudieras poner en un programa toda la música que a mí me gusta necesitarías más o menos un mes, lo cual sería una pedantería y una vanidad. Yo soy un melómano. Incluso he dicho, para sorpresa de algunos, que yo soy un músico frustrado. A mí me hubiera gustado ser músico, y en última instancia, si yo tuviera que elegir entre música y literatura, yo sé que elegiría la música. Te lo digo muy seriamente.
En ese juego de la isla desierta, “¿qué te llevarías tú a la isla desierta?”, si yo tuviera que elegir entre llevar libros y llevar discos, yo llevaría discos. Hay un amigo que me dijo: ¡Claro, porque los libros los escribirías tú! Yo soy un gran melómano, y todo el tiempo libre que tengo —y que no me quita otras cosas o la lectura— lo dedico a escuchar discos. De modo que mi panorama de gustos es muy grande: va desde la música de la Edad Media hasta la música electrónica contemporánea. Yo tengo un criterio, una especie de valores, como todos: cosas que me gustan y cosas que no me gustan. Tú ves, por ejemplo, entre un músico como Juan Sebastián Bach y un músico como Vivaldi, yo sé bien que mi música es Bach. Tengo gran admiración por Vivaldi, pero como le hace decir Alejo Carpentier a un enemigo de Vivaldi, fue Vivaldi un señor que escribió 500 veces el mismo concierto. Hay una limitación. En cambio, Bach es ilimitado: cada obra de él es una nueva fuente de belleza e invención.
Tengo dos grandes amores principales en materia de música del pueblo. Es por un lado, como te puedes imaginar, el tango. Me he criado escuchando la voz de Carlos Gardel y eso para mí cuenta muchísimo. Los tangos yo los sigo, los canto en la calle. Sé de memoria muchísimos tangos. Luego está e1 jazz, porque siendo yo muy jovencito el jazz entró en Buenos Aires. Te estoy hablando de los años 1929 y 1930, es decir: ese jazz que ya es ahora histórico y llegaba en esos pequeños discos de 78 revoluciones. Ahí escuché yo las primeras cosas de Duke Ellington, de Louis Armstrong, y me pareció una música de una riqueza infinita, como la tiene efectivamente.
A eso se ha agregado en estos últimos años algunos descubrimientos muy hermosos. La música cubana, que yo conocía un poco porque en mi juventud los artistas cubanos iban a Buenos Aires. A Bola de Nieve yo lo conocí en Buenos Aires. Él cantaba en la radio. Y cuando se lo dije aquí, en La Habana él se conmovió mucho y estuvimos hablando de Buenos Aires. Creo que Rita Montaner también fue a cantar a Buenos Aires, aunque yo no la escuché. La música cubana la conozco ahora, naturalmente, mucho mejor, porque cada vez que vengo aquí la escucho y, además, me llevo discos. Tú acabas de regalarme uno y aprovecho para agradecértelo. A la música cubana se suman otras músicas latinoamericanas que yo amo mucho: la de Brasil, por ejemplo. La actual de Brasil es una música de una riqueza inmensa, y yo me alegro mucho de saber que Chico Buarque llega o ha llegado a La Habana, porque él va a cantar para ustedes. Es un hombre de una gran cultura musical y, además, es un luchador.
Y después el romanticismo de Chopin y Beethoven y la ópera italiana y Wager.
Bueno, ahí tienes un poco de mis panoramas.
—Hay una cosa que creo que no debo dejar de preguntarte, que es el famoso boom de los escritores latinoamericanos. ¿Tú crees que ha decaído ese —digamos— entusiasmo o se mantiene o se ha enriquecido?
—Ye te diría, parafraseando esas viejas bases ya históricas: “el boom ha muerto, viva el boom”, es decir, que a mí no me gusta la palabra boom. Ya lo he dicho muchas veces: usar una palabra inglesa para designar un fenómeno latinoamericano me parece una intromisión colonialista en nuestro vocabulario. Siempre me molestó. Digamos que ese primer boom, cuyas figuras tú conoces y todo el mundo conoce, está terminado. Sus protagonistas siguen escribiendo, afortunadamente diríamos, pero lo que interesa es que haya una nueva promoción, que ya no necesita de la palabra boom. Si se puede hablar de una nueva generación de escritores latinoamericanos que es, en mi opinión, muy importante. Desde el extremo sur, desde la Argentina, hasta Cuba y los países de América Central, Venezuela y Mexico tú encuentras poetas, novelistas y cuentistas entre 25 y 40 años que están haciendo un magnifico trabajo. Algunos de ellos son ya figuras de proa, como pudiéramos decir un Salvador Garmendia, en Venezuela. Son figuras realmente extraordinarias todos los jóvenes poetas mexicanos. Cuando ye estuve el año pasado en San José conocí a los poetas y cuentistas jóvenes de Costa Rica, y me impresionó la seriedad de su trabajo, la calidad de su trabajo.
De modo que en ese sentido soy muy optimista. Yo creo que desde el primer boom, culturalmente asistimos a un proceso verdaderamente revolucionario, porque es una toma de conciencia. Nuestros pueblos han tomado conciencia, cada vez más, de sí mismos a través de sus escritores. Entonces es una dialéctica muy bella porque el escritor escribe para el pueblo, cosa que no existía antes. El escritor estaba antes volcado hacia los moldes europeos y escribía, sobre todo, para una élite, con pocas excepciones como Mariano Azuela y otros, pero son excepciones que se cuentan con los dedos de una mano. En cambio, ahora el escritor sabe que tiene público, y que su público es el pueblo, su propio pueblo. Y el pueblo sabe que tiene escritores, y los espera. Tú sabes muy bien lo que pasa cuando va a salir una nueva novela de Gabriel García Márquez: está todo el mundo a la expectativa, cosa que en mi juventud no existía en absoluto. Uno se enteraba que había aparecido un libro, lo leía, y nada más.
—No quiero robarte más tiempo. Me imagino que las maletas no están hechas todavía, y dentro de pocas horas tienes que partir.
—Es cierto, no están hechas todavía. Además, hay un problema trágico: con todos los libros y discos que me regalan ustedes, más unas cuantas tortuguitas en papier maché, en mis valijas no va a caber nada.
¿Tú te acuerdas de aquella película de los hermanos Marx en que cerraban una maleta y sobraban las cosas y se salían? Entonces dos de ellos se sentaban arriba, y el tercero, con una tijera, cortaba las corbatas, los calcetines y las camisas. Así me va a pasar a mí.
—A los amigos no nos gusta despedirlos, sino decirles simplemente hasta luego, y te esperamos.
—Mira, a mí tampoco me gusta despedirme. Entonces, te devuelvo el hasta luego, que espero sea un luego muy pronto, y nos volveremos a encontrar.
La Habana, enero de 1978.
Castellanos. Célebre locutor cubano fallecido en 1998.