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Gabriele Münter, María Franck y Marianne von Werefkin. (Foto: El Mundo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 24 de mayo 2011. (RanchoNEWS).- «¡Volveré a pintar!» fueron las últimas palabras que Marianne Von Werefkin (1860-1938) dijo, despechada, a Jawlensky, del que se separaba definitivamente en 1921 después de casi dos décadas de apasionada y tormentosa relación. Eclipsada por el genio brillante y posesivo del pintor expresionista alemán, von Werefkin había renunciado a su propia obra pictórica para servir únicamente de soporte y aliento del arte de Jawlensky, víctima de la fascinación o de una relación de pareja que hoy en día no dudaríamos en calificar de maltrato psicológico. En cuanto se produjo la separación, ella se quedó en Ascona, Suiza, y él se trasladó a Wiesbaden, en Alemania, la obra de la pintora rusa floreció con un especial énfasis creativo y permaneció fiel al lienzo hasta diez años antes de su muerte, sólo cuando su salud le impidió seguir pintando. Una nota de Rosalía Sánchez para El Mundo:
En 1924 fundó, junto con otros artistas, el grupo La Osa Mayor. Siguió relacionándose con los expresionistas alemanes, tanto con los integrantes del Der Blaue Reiter como con los pertenecientes a Die Brüke. Fue precisamente junto a los artistas de este último, Karl Schmidt-Rottluff y Christian Rohlfs con los que celebró su última exposición en la Galería Nierendorf de Berlín.
Este patrón de relación se repite entre los miembros del grupo expresionista Jinete Azul y varias pintoras de gran talento, que, según demuestra la biografía coral escrita por Birgit Poppe y publicada con motivo del centenario, fueron víctimas de una especie de machismo artístico-sentimental que destruyó su relación con el arte tanto tiempo como compartieron lecho con sus admirados y vampíricos pintores.
Ese es el caso, por ejemplo, de Gabriele Münter, que conoció a Kandinsky en 1901, cuando la Academia de Bellas Artes de Munich no estaba abierta aún para mujeres y decidió tomar clases en la escuela Phalanx. El romance se inició rápidamente y Münter vivió abiertamente como la amante de Kandinsky a pesar de que él no se divorciaría de su esposa hasta que esta última decidió la separación en 1911. El papel que Vasily reservaba a Gabriele, sin embargo, se limitaba a la divertida y liberal anfitriona que recibía, verano tras verano, a sus amigos Franz Marc, August Macke o Arnold Schönberg en la casa que habían comprado en Murnau am Staffelsee.
La Primera Guerra Mundial, sin embargo, obligó a Kandinsky a salir de Alemania, por tener pasaporte de una potencia enemiga, y Gabriele, que le había esperado durante años, no se entera hasta 1920 de que el pintor se había vuelto a casar. La depresión la llevó a abandonar la pintura y solamente después de una estancia en París en 1930 y una relación analgésica con el historiador de arte, Johannes Eichner retoma los pinceles. La brasa de aquel amor siguió siempre viva y, durane la II Guerra Mundial, Münter escondió más de 80 obras de Kandinsky y otros miembros de Blaue Reiter que donó en 1957 a la Lenbachhaus de Munich, una peligrosa decisión gracias a la que hoy conocemos bastante mejor el trabajo del grupo expresionista.
A pesar de que su manifiesto fundacional y los documentos de presentación de sus exposiciones hablaban de un «renacer espiritual» donde «las relaciones humanas y el arte se imponían a los valores materialistas y a las ansias de posesión», los pintores del Jinete Azul no parecieron aplicar esos mismos principios a sus relaciones amorosas, en las que sus mujeres salieron siempre perdiendo.
Otro de los capítulos de este catálogo de desaires recopilado por Poppe es la relación que Fraz Marc mantuvo con su amiga Marie Schnür, con la que llegó a casarse para dar apellido a su hijo ilegítimo, mientras la que era su pareja oficial, María Frack, se quedaba en casa leyendo en las revistas del corazón de la época sobre el romance. El libro Las mujeres del Jinete Azul, de Birgit Poppe. Retrata una concepción de las relaciones sexuales o amorosas que, en palabras de Franz Marc y, cómo no, expresada en colores, puede resumirse de la siguiente manera: «el azul es el principio masculino, áspero y espiritual. El amarillo es el principio femenino, suave, alegre y sensual. El rojo, la materia, bruta y pesada, el color que siempre deben combatir y superar los otros».
Mayor información: Expresionismo
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